Jornada Semanal, domingo 19 de diciembre  de 2004           núm. 511

Germaine Gómez Haro

DIÁLOGOS SIMBOLISTAS EN EL MUNAL

Se conoce como Simbolismo al movimiento literario y de las artes plásticas que floreció en Francia a partir del Manifiesto publicado por el poeta Jean Moréas en 1886, en el cual, como una reacción contra el materialismo y el racionalismo imperantes, se proclamaba "vestir la idea de una forma sensible". Su característica principal fue el rechazo a la representación directa y literal a favor de la evocación y la sugerencia. Afín al espíritu melancólico y taciturno del fin de siècle, el simbolismo se extendió a varios países europeos y latinoamericanos, coincidiendo con el talante del Decadentismo, del Modernismo y del Art Nouveau. El munal presenta por primera vez en México una magnífica revisión de este movimiento de trascendencia internacional, bajo un guión curatorial que establece diálogos y correspondencias entre los creadores europeos y los mexicanos. Esta impresionante y ambiciosa muestra titulada El espejo simbolista. Europa y México, 1870-1920 está conformada por 258 obras provenientes de cuarenta museos de diez países.

La exposición está integrada por pinturas, esculturas, dibujos y obras gráficas de los artistas más destacados de este movimiento, como Gustave Moreau, Edvard Munch, Odilon Redon, Aubrey Beardsley, Fernand Khnopff, Frantisek Kupka, Carlos Schwabe, Alexandre Séon, entre muchos otros, y los simbolistas mexicanos más representativos como Julio Ruelas y Roberto Montenegro, y otros pintores que en alguna etapa de su creación incursionaron en este lenguaje estético, como Germán Gedovius, Ángel Zárraga, Diego Rivera, Saturnino Herrán, Joaquín Clausell, por mencionar unos cuantos.

El simbolismo en México se asocia al movimiento modernista, surgido en 1898 con la célebre Revista Moderna, órgano de difusión de ese nuevo arte que buscaba, a decir de Rubén Darío, "pintar el color de un sonido, el perfume de un astro, algo como aprisionar el alma de las cosas". El simbolismo literario nació como un intento de renovar de tajo el idioma y liberarse de los cánones de la Academia, mientras que el pictórico buscó alejarse del Romanticismo, el Naturalismo y el Impresionismo. La premisa esencial era la expresión del mundo interior a través de metáforas, alegorías y símbolos, y crear una armonía entre todas las manifestaciones artísticas, como lo anhelaba William Morris, o realizar la "obra de arte total", la famosa Gesamtkunstwerk preconizada por Richard Wagner. Los temas abordados tanto por los artistas europeos como por los mexicanos giraron en torno al paisaje, la relación erótica con la naturaleza, alusiones a personajes míticos y legendarios (Antígona, Leda, Parsifal, las sirenas, Safo), alegorías a la femme fatale, la dominatrix finisecular encarnada en Salomé o Judith, en vampiresas, arpías, esfinges y quimeras; la obsesiva presencia de la muerte representada por los jinetes apocalípticos y las danzas macabras.

El diálogo entre mexicanos y europeos se da a partir de las relaciones temáticas y estilísticas entre las que destacan las expresiones grotescas y terroríficas de Julio Ruelas y el francés Valère Bernard; los regodeos de espíritu Art Nouveau de Roberto Montenegro y el inglés Aubrey Beardsley; los paisajes espectrales y casi informales de Clausell, Dr. Atl y Montenegro, y las esencias atmosféricas de Charles Lacoste y Charles Marie Dulac; las visiones idealistas del arte y del mundo a través de las escenas clasicizantes de los prerrafaelistas –considerados precursores inmediatos de los simbolistas– como Albert Joseph Moore y Frederick Leighton en relación con Alberto Fuster. Cabe señalar que el artista mexicano más representado es Saturnino Herrán, cuya obra de carácter épico y de esencia mexicanista puede ser considerada como característica del Nacionalismo Modernista.

El espejo simbolista revela la gran diversidad estilística y técnica que se desplegó a lo largo de medio siglo de este fascinante movimiento artístico que propició afinidades y correspondencias entre los creadores del Viejo y del Nuevo Mundo. Un arte afín al espíritu decadente finisecular que plasmó por igual un sentimiento de intensa y mística religiosidad y una atracción por lo mórbido, lo macabro y lo perverso. El objetivo último fue recurrir a lo onírico mediante un lenguaje sutilmente cifrado y en ocasiones altamente críptico, acorde a lo que consignó Oscar Wilde en De Profundis: "El arte es un símbolo, porque el hombre es un símbolo."