Jornada Semanal, domingo 19 de diciembre de 2004        núm. 511

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

PRIMEROS DÍAS EN MADRID

Con grandes problemas conseguimos un piso en la calle de Capitán Haya (un señor que bombardeó Madrid durante la horrenda Guerra civil, como me enteré cuando ya vivía en el espacioso apartamento cuya renta se llevaba casi el cuarenta por ciento de mi sueldo) y, poco a poco, lo fuimos arreglando con ojosdedios huicholes, algunos grabados de nuestra modestísima colección y varias piezas de artesanía de Tonalá, Metepec y Oaxaca. Lucinda y nuestras hijas vestían en las fiestas atuendos mexicanos y siempre había en casa alimentos nacionales, especialmente guacamole y frijoles refritos en buena manteca de cerdo. El mezcal, por aquello de Lowry y Castaneda, gozaba de gran fama alucinógena y todos lo pedían y se quedaban eurocentrícamente asombrados con el gusano que descansaba en el culo de la botella (como si los europeos no comieran caracoles). El piso muy pronto se convirtió en refugio de pecadores mexicanos y latinoamericanos en general (llamados "sudacas" por el racismo peninsular. Yo siempre les insistí en que nos llamaran "nordacas" o "mesoacas", para mayor precisión geográfica pero nada... todos "sudacas" y a joderse). Llegaban para pasar un día y muchos se quedaban por semanas y más semanas. Alguno deambuló por los pasillos por casi un año y, en pleno exceso ionesquiano, dormía debajo de un sofá o se aparecía en la cocina a la hora de las comidas. Nunca nos molestó demasiado el asunto y nuestras reglas de hospitalidad eran casi anárquicas. Llegaban amigos de los amigos de Nabor el de la orquesta (gracias, Chava Flores), comían y dormían en los lugares más disparatados. Nunca preguntamos nada y una vez fuimos presentados formalmente a un joven que ya tenía una semana viviendo en el piso.

Nos vestimos de estreno el día en que Octavio Paz recibió el Premio Cervantes. Organizamos una comida en casa a la que asistieron el premiado y Marie Jo, Félix Grande, Paca Aguirre, Luis Rosales, Pepe Hierro y Paco Brines. Pepe llevó un jamón prodigioso y nos explicó que los cerdos victimados sólo comían piñones. Paco aportó un orujo de colección y Luis llevó un excelente postre granadino. Octavio leyó el fragmento de "Piedra de sol" en el que habla de "Madrid, 1937". Luis nos recordó su poema autobiográfico: "sabiendo que nunca me he equivocado en nada sino en las cosas que yo más quería"; Félix dijo una de sus rubayatas, Pepe su poema sobre los andaluces en Alemania y Paco su gozador poema sobre la insigne práctica de la felación. La tarde se nos fue y gran parte de la noche también. Salimos al filo de la madrugada para acompañar a Marie Jo y a Octavio al Hotel Palace. De paso comimos unos churros con chocolate en la Castellana.

Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado ocuparon muchas horas de conversación. El Juan Ramón puertorriqueño de los poemas escritos en versículos nos tenía intrigados y había distintas opiniones sobre el poema que dedicó don Antonio a la pistola del general Lister. Recordamos que Machado fue enterrado en un camposanto francés envuelto en la bandera mexicana para proteger sus últimos días y sus restos de la furibunda venganza franquista y pensamos en los días pasados por Juan Ramón al lado de la Torre del recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Siempre con él estaba Zenobia, la admirable traductora de Tagore.

El discurso de Octavio en la ceremonia de entrega del premio en la centenaria Universidad de Alcalá de Henares, fue notable. Su visión de Cervantes y de los siglos de oro, enriquecida por la suntuosa prosa del poeta, aportó nuevas reflexiones sobre un tema tan manoseado por la derecha cerril: la hispanidad.

Luis Rosales recibió algunos años más tarde el premio e hizo un discurso igualmente notable. El tema central de Luis en el ensayo era el de Cervantes y la libertad. Sin duda fue don Miguel uno de los primeros escritores que trató el tema de la libertad y de la dignidad humanas. Sus prisiones argelinas lo inclinaron a reflexionar sobre esos aspectos de nuestra existencia en el mundo.

La transparencia del cielo madrileño, a pesar de la contaminación, nos acompañó durante cuatro hermosos años. No son fáciles de olvidar como no lo son los ya idos Octavio, Luis y Pepe. Los tenemos muy presentes Paca, Marie Jo, Félix, Paco, Lucinda y este bazarista. Su vida está en su obra. El consuelo es precario, pero es el único que tenemos a mano.