Ojarasca 92  diciembre 2004

De frontera a frontera, México se desgarra y dispersa a una velocidad mayor que nuestra capacidad de asimilación. Grandes zonas de la vida económica, política y cotidiana de los mexicanos transcurren en Estados Unidos, a donde muchos de ellos llegan ilegalmente y son perseguidos como delincuentes, o explotados como esclavos. Sí, nuestra famosa vecindad irremediable con la mera mata del "destino manifiesto". ¿Cuál es la novedad? Bueno, lo que preocupa no es lo duro, sino lo tupido.

Las historias se suceden. Aun si se repiten, son distintas, únicas, y merecen ser contadas. Dramáticas, chuscas, trágicas, determinan la existencia de millones de ciudadanos mexicanos que resisten humillaciones y malos tratos con tal de sobrevivir en una nación ajena que los desprecia, luego de que su país natal no fue capaz de detener su empobrecimiento, humillación y explotación.

Los análisis y diagnósticos del fenómeno, abundantes desde hace años, siempre parecen ir atrás, como si las transformaciones de nuestro perfil migratorio corrieran tan de prisa que apenas hay tiempo de tomar la foto, pescar el testimonio, registrar la crónica. Ya llegarán los sociólogos, economistas y redentores a estudiar las huellas del pueblo migrante. Por lo pronto, hay que fijar los momentos.

Progresivo. Acelerado. Multiforme. Pluricultural como la propia nación mexicana. El fenómeno resulta terrible y fascinante. Refleja el sufrimiento, y también la prodigiosa elasticidad de nuestro pueblo, su sabiduría de sobreviviente, y los peligros de desintegración y dominación que acechan al otro lado.

Para dar una idea de cómo son vistos allá nuestros connacionales, sirva esta viñeta de Jeannette Rivera-Lyles sobre la nueva ola de migrantes chiapanecos en el sur de Estados Unidos: "Como mercancía barata en un bazar humano, se forman cada día antes de que rompa el amanecer en las inmediaciones de una gasolinera en Pompano Beach, con la esperanza de conseguir trabajo para el día. Su piel oscura, legado de sus ancestros mayas, se quema bajo el sol de Florida. Sus manos revelan el efecto de 60 horas semanales de trabajo agotador. Pero todos los días regresan por más. Son parte de la creciente población en el sur de Florida de mayas mexicanos que llegan en busca de trabajo para sostener a sus familias" (Miami Herald, 5 de diciembre).

Antes han sido mixtecos, zapotecos, ñhañú, mayas peninsulares, y claro, toda clase de mestizos mexicanos. Ahora los trabajadores ilegales vienen de Chiapas, 1 700 kilómetros al sur de la frontera estadunidense. "Tengo un padre enfermo, una madre anciana y varios hijos", confió José Jesús Gómez a la reportera del Herald. "Ellos no querían que viniéramos, pero lo tuvimos que hacer."

Si existiera verdadera justicia en esta democracia de papel que tenemos en México, éste sería un escándalo. El único que importaría. Una cadena de ignominia que comienza en la tierra propia, militarizada, saqueada, empobrecida. Siguen la corrupción y la delincuencia que asolan las fronteras sur y norte de México. Y luego, "allá", el cínico abuso de los enganchadores y las compañías (a veces, las mismas que estrangulan la producción agrícola del campo mexicano y obligan a irse a los trabajadores rurales). Entonces, aparecen los vampiros que se cobran pingües "comisiones" para trasladar los dólares (Western Union, Elektra, los bancos transnacionales que operan en México); se llevan una fenomenal tajada de las ganancias de los migrantes, las que ya determinan el producto interno bruto nacional y sostienen comunidades enteras, a veces.

Los presidentes Fox y Bush intercambian sonrisitas cada que se encuentran, sin resolver el punto pues cuál es la prisa, si así como funciona es como funciona.

El México siguiente se juega aquí y también allá. Una vez más son los pueblos, la gente, el protagonista verdadero. La migración es zona de lucha y resistencia, no de derrota. Asómese el lector a esta entrega de Ojarasca, y verá.

umbral



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