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México D.F. Miércoles 8 de diciembre de 2004

Carlos Martínez García

El protegido del Papa

En su contra tiene múltiples denuncias de haber cometido abusos sexuales de infantes y adolescentes. Muchas de las acusaciones han sido meticulosamente documentadas por quienes padecieron los ultrajes. Los señalamientos de sus ilícitas acciones arreciaron durante el ya largo pontificado de Juan Pablo II. La semana pasada el hombre sobre el que pesan los cargos fue reconocido de manera singular por el Papa en una audiencia especialmente dedicada a la orden fundada por el presunto abusador: los Legionarios de Cristo.

El padre Marcial Maciel es un personaje muy cercano a Karol Wojtyla, quien lo ha dejado muy en claro durante la ceremonia del 30 de noviembre pasado, en la cual tuvo palabras de amplio reconocimiento al sacerdote mexicano. Con este acto Juan Pablo II no solamente dio un nuevo espaldarazo a Maciel, además ratificó su línea de ignorar el clamor de las víctimas del Legionario mayor y de las denuncias similares que se han hecho públicas sobre distintos altos clérigos en otros países. Dio el espaldarazo a Marcial Maciel y, al mismo tiempo, dio la espalda a muchos de sus feligreses que se atrevieron a contar el espanto que vivieron en su infancia. Muy difícil debe ser para las víctimas comprobar, una vez más, cómo la autoridad eclesiástica católica romana rompió el silencio sobre el padre Maciel, pero fue para exhibirlo urbi et orbi como ejemplo de fiel cristiano y modelo de vida para los miles de legionarios esparcidos por el mundo.

La actitud de Juan Pablo II con Maciel no es una excepción (aunque sí un caso particularmente cercano al afecto papal), ya que ha realizado defensas parecidas de otros funcionarios eclesiásticos señalados de abusadores sexuales o de haber actuado con negligencia en sus jurisdicciones eclesiásticas cuando se enteraron de que alguno de sus sacerdotes era acusado del oprobioso delito. La respuesta de Roma ha sido minimizar los señalamientos, cambiar de diócesis a los presuntos abusadores y sospechar sistemáticamente de las víctimas por hacer públicos los ataques sexuales. Entre las primeras investigaciones acerca de estos asuntos y las evasivas de las cúpulas eclesiásticas están los trabajos del periodista Jason Berry, quien a medidos de la década de lo 80 del siglo pasado hizo reportajes acerca del abuso sexual de clérigos en Luisiana. En 1992 publicó el libro Lead Us Not Into Temptation. Catholic Priests and The Sexual Abuse of Children (No nos pongas en tentación. Sacerdotes católicos y el abuso sexual de niños y niñas). Cabe mencionar que de este mismo autor y Gerald Renner acaba de ser publicada en español una nueva obra: Votos de silencio. El abuso de poder durante el papado de Juan Pablo II (Editorial Plaza y Janés). Vale subrayar que Berry es católico, por aquello de que alguien ande buscando complots donde no los hay.

En el reciente libro, Berry y Renner contabilizaron que durante el último medio siglo se presentaron casi 11 mil quejas por abuso sexual; los destinatarios fueron 4 mil 392 sacerdotes en Estados Unidos. El asunto se quedó velado varias décadas, como escribe Sanjuana Martínez en la revista Proceso de esta semana, pero las demandas millonarias finalmente trascendieron a los medios y el tópico fue inocultable. Los montos de las indemnizaciones lo dicen todo: "Las víctimas han recibido unos 572 millones de dólares en daños, además de los 85 millones de dólares que la arquidiócesis de Boston decidió pagar a las 540 personas que la demandaron por los abusos sexuales de los curas". Mientras tanto, el ex titular de la arquidiócesis de Boston cuando explotaron los escándalos, arzobispo Bernard Law, señalado de proteger a los abusadores, está a buen resguardo en Roma y al frente de una importante basílica.

El clericalismo revitalizado de Juan Pablo II pone en duda por sistema los testimonios de los llamados laicos y privilegia de entrada a los sacerdotes denunciados por las víctimas. Es una expresión cruda del verticalismo, que defiende privilegios de una casta tenida por divina ante el resto de los simples y mortales feligreses. Pero incluso en esa casta hay niveles, como en la orden de Marcial Maciel, en la que, además de los votos de rigor para acceder al sacerdocio, de acuerdo con un ex seminarista de los legionarios (el estadunidense Glenn Favreau) que entrevistaron Berry y Renner, los aspirantes tenían que jurar obediencia al padre fundador y denunciar a cualquiera que dentro de la organización criticara a la jerarquía.

Los Legionarios de Cristo son fervientes practicantes de la línea pastoral que les ha marcado su fundador: la opción preferencial por los ricos. Esto, en buena medida, pesa a favor de Marcial Maciel en Roma, ya que, como dicen los autores de Votos de silencio: "es el recolector de fondos más exitoso para la Iglesia católica en el siglo XX". Como en otros asuntos, en este caso hay que seguirle la pista al dinero para entender las redes de protección que cuidan a quien hace pocos días recibió una "especial bendición apostólica" de Juan Pablo II.

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