Jornada Semanal, domingo 21 de noviembre  de 2004           núm. 507

NMORALES MUÑOZ.

NOCHE

Para nadie es un secreto la precariedad de las condiciones que prevalecen en el teatro del interior de la República. "En provincia se sigue haciendo un teatro de aficionados", ha dicho Fernando de Ita, quien junto con otros investigadores se ha encargado, desde hace varios años, de recorrer de costa a costa el país en pos de descubrimientos y revelaciones que fomenten una esperanza de renovación. Esperanza fundada en un fenómeno osmótico: que estas excepciones locales, siguiendo el paradigma de Oscar Liera y el TATUAS, revitalicen el teatro de sus lugares de origen, primero predicando con el ejemplo escénico y a veces dando con modelos de formación que preparen un relevo generacional, siempre condicionados y dependientes de los vaivenes y caprichos de las instituciones estatales de cultura. Si a ello aunamos la concentración de recursos en el monstruo capitalino, desprenderemos que Ángel Norzagaray, Coral Aguirre, Jesús Coronado, entre otros, fueron, son y seguirán siendo las excepciones de la regla, faros aislados en medio de un archipiélago de islas incomunicadas, autorreferenciales y, en más de un caso, gobernadas por caciques inamovibles.

Precisamente una de estas excepciones, la de Jesús Coronado en San Luis Potosí, comienza a preparar su recambio. El Rinoceronte Enamorado, la compañía que hace casi diez años fundara el ex miembro del CLETA en la capital de la tuna, introduce a Edén Coronado, hijo del propio Jesús, quien decidió estrenarse como director haciendo una versión de Ansia, de Sarah Kane, que él ha rebautizado como Noche, y que se presenta en el teatro del IMSS de la capital potosina, que la compañía tiene en comodato.

Sorprende que un joven de provincia se haya decantado por debutar con un texto tan complejo y radical. Pero Edén no ha crecido a la sombra del costumbrismo ni del naturalismo de la dramaturgia mexicana que suele llegar a los estados; para quien se ha formado en Canadá y Francia y ha sido dirigido por Jorge Vargas, la elección resulta un paso natural, congruente con su interés por hacer un teatro postmoderno, heterodoxo, ferozmente contemporáneo. Y aun cuando la recepción de una propuesta como ésta resulta difícil para el espectador común (en San Luis o en cualquier parte), es igualmente difícil no dejarse afectar por la poética despiadada y desoladora de Sarah Kane.

Coronado buscó respetar la fragmentación del discurso dramático, en el que los cuatro personajes, más que interrelacionarse, presentan coincidencias fugaces en sus trayectorias y líneas de pensamiento, siendo entes autónomos hermanados en su desolación y en su vacuidad vital. Sin embargo, se denota una cierta obviedad en la manera de plasmar tanto esta directriz como el reforzamiento de la intensidad que la obra demanda. Desde el diseño escenográfico, a cargo de Edyta Rzewuska, se vislumbra lo anterior: un gran cuadrado metálico del que se desprenden cuatro brazos que simbolizan el desasosiego de las cuatro personalidades del texto de Kane. Eficaz para efectos de acotamiento espacial aunque un tanto predecible en términos de metaforización, el constructo escénico afecta de igual forma el trazo, por momentos errático e inconsistente, ensuciando su conformación de significados. Más que un tejido sólido, el montaje presenta momentos, algunos fugaces, en los que el espacio se llena de ese desgarramiento existencial que Noche supura, riesgos naturales de una propuesta que parte de un texto que, carente de una fábula como tal, busca construirse en la mente y en el criterio del espectador.

El desempeño actoral, que se adscribe a otro de los planteamientos básicos del director como lo es el de reforzar la intensidad, se ve trastocado por la monotonía con la que Coronado busca conformar su estilo interpretativo. Gabriela Betancourt y Lizandro Cisneros, principalmente, se sumergen en un tour de force que los deja exhaustos, en tanto su nivel de energía se mantiene siempre arriba, casi sin ningún matiz. Jesús Coronado e Isabel Dávila, más experimentados, consiguen regular mejor sus estímulos, aunque no escapan a la equivalencia intensidad dramática = intensidad energética que el director maneja. Con todo, Edén Coronado logra pasajes perturbadores y contundentes, precisamente cuando se deja ver su mano moderadora. Un debut que permite apreciar incipiencias que el tiempo ayudará a pulir, pero también a un director arriesgado, capaz y comprometido con su entorno, lo cual no es cosa menor en un territorio con tantas contradicciones como la república teatral mexicana.