Jornada Semanal,  domingo 21 de noviembre  de 2004             núm. 507

EN BRASIL

Después de la reelección de Bush, me puse triste. Creí que Kerry iba a ganar. Lo creí porque me parecía lógico después de las comparecencias de Rice y Ashcroft en el senado; de Abu Ghraib; por el discurso de Al Gore en Nueva York acerca de ese mismo tema; porque hay más desempleo en Estados Unidos que durante Clinton; porque la CIA señaló que nunca habían existido nexos entre AlQaeda y el régimen de Hussein y por el fatigado etcétera que sigue a estas dizque revelaciones.

No pretendo entender por qué. Pero me salvé de la depresión, de arrastrar la cobija por todas partes y de aburrir a mis amigos con mis profecías apocalípticas, pues me fui a Brasil.

Fui invitada a la 50 Feria del Libro de Porto Alegre, a participar en una mesas sobre literatura infantil. Salí destapada, porque me moría de ganas de oír portugués y de conocer Porto Alegre, donde han cristalizado tantos movimientos sociales inclasificables; donde ya se ha organizado tres veces el Foro Social Mundial; donde funcionan muchas de las ONGs más participativas y críticas del mundo. Además, pensé que en Brasil nadie ha oído hablar de Bejarano.

Antes de irme, un colega me dijo que a él Porto Alegre le recordaba Tampico. No sé qué parte de Porto Alegre le recordó Tampico, o qué parte de Tampico se parece a Porto Alegre. Ésta es una de las ciudades más arboladas del Brasil, tiene un montón de edificios preciosos y muchos parques, pero luego le preguntaré. A mí me encantó. Aunque sólo estuve cuatro días y para decir algo medio sensato de un lugar hay que estar, creo, por lo menos dos semanas. Pero estoy segura de que no se parece a Tampico. Y si algún día la población civil de Tampico se coordina como la de Porto Alegre y el gobierno de Tamaulipas se porta como el de Rio Grande do Sul, me voy a vivir a Tampico.

Llegué hecha polvo por el vuelo y con una voz que parecía salir del fondo de una alberca, por culpa de un catarro alevoso que se manifestó apenas me bajé del avión. Pero pensé que no había ido tan lejos para quedarme en el cuarto sonándome la nariz, así que me salí a ver la ciudad. Lo malo es que el catarro me baja diez puntos del coeficiente intelectual por cada estornudo y se me olvidó apuntar el nombre de la calle donde estaba el hotel. Cuando andaba ya lejos, incluso después de haber dado la vuelta en un Turibús, y ver gauchos de pantalón bombacho y pañuelo blanco al cuello tomando mate, y de asombrarme ante las dimensiones del lago Guaíba, me cansé y me dieron ganas de recostarme. Entonces me di cuenta de que: a) estaba perdida en una ciudad desconocida, b) en un país donde se habla otro idioma y c) no traía ningún teléfono. Todos los datos los había dejado en el cuarto.

Afortunadamente, el estado de tontera pura en el que me hunde el catarro no deja mucho espacio para el nerviosismo, así que tomé un taxi, desorienté al chofer con mis explicaciones y le pedí que me llevara al hotel. Lo bueno es que es un hotel famoso. Lo malo es que es una cadena, y hay cuatro con el mismo nombre en Porto Alegre. El taxista, un santo, me cobró la mitad de lo que marcaba el taxímetro y me dejó sana y salva en la puerta de mi hotel, en la Rua del Senhor Dos Passos. Le atinamos a la tercera. Luego, pedí al room service un caldo de pollo, panacea universal para el catarro. Fue algo extraordinario. La sopa se llama canja franga y se hace con huevo, como los nopales navegantes, arroz, zanahoria picada finita y pollo en pedacitos. Al servir le ponen aceite de oliva, queso rallado y perejil fresco. Después probé una variedad asombrosa de merengues, de dulces, empanadas de chocolate, pasteles y un café para morirse de felicidad. Me quedé con ganas de comer un asado famoso que se llama rodizio y de tomar caipirinha, pero he de volver.

En la Feria del Libro se habló de las elecciones uruguayas, del plebiscito que de ahora en adelante prohíbe que en el Uruguay se privatice el agua potable. Para un habitante de Porto Alegre, una iniciativa así es una muestra de que las propuestas sociales en las que trabajan tantos brasileños tienen equivalentes en otros países latinoamericanos. Y pensé que sí, en Estados Unidos votaron por Bush. Pero en Uruguay votaron por convertir el derecho al agua en una potestad de todos los uruguayos. Que en Porto Alegre hay muchísimos movimientos ciudadanos, alejados de los partidos políticos. Entonces me comí un merengue de coco y se me quitó la tristeza.