La Jornada Semanal,   domingo 21 de noviembre  de 2004        núm. 507
 
Mario Bellatin

Amapola Basquiat

Haber sido asistente personal de andy warhol le ha servido siempre a betty parker para mantener su propio nombre alejado del olvido. Aún ahora, cuando han pasado muchos años desde que vive retirada en un pequeño poblado del estado de nueva york –cerca de las montañas castkill–, recuerda y hace públicos ciertos episodios explosivos de la vida del artista. Pese a la polvareda que de vez en cuando levanta, casi nadie le cree. Se piensa que su imaginación produce sucesos que si bien aparecen como imposibles, al menos son poseedores de una lógica que los hace verosímiles. La señora betty parker sabe bien que en el circuito de arte neoyorquino el legado de warhol no ha sido todavía superado. Que todo lo que vino después fue una suerte de imitación. Una farsa sin solución de continuidad, como queda demostrado con el desastroso estado del arte contemporáneo. Es por eso que, de cuando en cuando, toma el teléfono y marca el número de las redacciones de arts news o art in américa. Confía en que los editores y periodistas conocidos de toda la vida la escucharán, sin embargo parece no notar que la oyen con una cada vez más mermada atención. Pero de un tiempo a esta parte este estado de cosas ha sufrido ligeros cambios. La información de la señora parker ha empezado a ocupar nuevamente lugares destacados, no sólo en las revistas habituales sino también en otros medios como el village voice y el new yorker. Es que betty parker parece haber comenzado a recordar de pronto importantes aspectos de la relación que mantuvo jean michel basquiat con andy warhol. Y sus nuevos recuerdos llegaron con una claridad y lógica asombrosas. Es como si la etapa de su labor como asistente hubiera estado definitivamente sepultada y, en forma intempestiva, mientras se dedicaba a las tareas de horticultura o mientras contemplaba el vasto panorama visible desde su terraza, hubiera retornado a ella la vívida imagen de ese muchacho negro –considerado por algunos como una especie de santo de la modernidad– entrando con desparpajo a su pequeña oficina. Él en cierto momento llegó incluso, amparado quizá en la seguridad que warhol le otorgaba, a darle una serie de órdenes. Cada una más disparatada que la anterior. Para la señora parker es aquel el momento, cuando basquiat se siente capaz incluso de mandar en un espacio que siempre le fue ajeno, el que marca la caída del artista. Hasta entonces jean michel basquiat era considerado una especie de príncipe del asfalto, capaz de reorganizar artísticamente una realidad con elementos que nunca antes se habían vinculado entre sí. Habría que preguntarle a betty parker por qué repite tanto eso del fin de la carrera de basquiat. ¿Qué entiende ella por la "caída del artista"? Habría que interrogarla no sólo con relación a basquiat sino también con respecto a los músicos del velvet underground, la activista patty smith o sobre el trabajo de mapplethorpe. Al escucharla da la impresión de que la señora parker únicamente considera artistas no caídos a creadores como rauschenberg o schnabel. Aunque, deteniéndose un poco, se comprueba que en realidad no está interesada del todo en estos temas. Da la impresión de querer al mismo tiempo mantener su retiro en el campo y que su voz sea escuchada. Una voz ajada y distorsionada en extremo. Nadie sabe por qué warhol tomó a una mujer tan simple como su asistente personal. Al principio pensaron que se trataba de una excentricidad más, pero ahora frente a los recuerdos que empiezan a fluir de esa mujer convertida ya en una anciana, se intuyen algunas de las posibles razones de aquella tan insólita contratación. Lo más lógico es suponer que la señora parker tampoco está interesada en saber hasta qué punto la propuesta artística de jean michel basquiat pudo ser manipulada por su entorno. Hasta qué punto puede ser extraño que un artista que se presentaba como un neo-salvaje de la cultura tuviera tan demarcado, y de manera tan consciente además, su propio territorio. ¿Serán acaso tan naturales y fáciles de conocer las leyes que rigen el arte norteamericano, las que vinculan necesariamente a la obra con quien la produce? ¿Habrá intuido basquiat que para hacer lo que quería hacer tenía él mismo –como personaje– que tener las características de la mezcla racial, de una sórdida experiencia urbana y el acceso casual de niño a imágenes artísticas que no habían supuestamente sido creadas para él? La señora parker, más preocupada porque su nombre no quede en el olvido y por el efecto que el cambio de estación causará a sus amapolas, parece consciente de que lo que tenga que decir acerca de basquiat y warhol es su verdadera razón de ser. Los demás secretos ya se agotaron. No precisamente porque hubiesen sido dichos a lo largo del tiempo, sino quizá porque paradójicamente el mismo warhol, en su afán por mantener la apariencia de que todo lo que hacía quedaba siempre sin terminar, dejó sobrediseñada su propia memoria. Quizá sólo para hacer evidente ese juego, puede ser útil la presencia de una mujer como la señora parker. Posiblemente las palabras que ella parece todavía dispuesta a emitir acerca de warhol y basquiat permitan hallar los hilos de lo fragmentario, la reconstrucción de las verdades dichas a medias, de la adecuación del mito en un punto por debajo de las personas involucradas. Por eso es de cuidado la información que pueda emitirse bajo estas circunstancias. Nuestra señora ya ha comenzado a brindar episodios que deben ser tomados con pinzas. Por ejemplo, semanas atrás habló del accidente de tránsito que sufrió jean michel basquiat siendo niño. No hace falta escuchar con detalle sus palabras para imaginar la escena. El barrio marginal, la carencia de espacio público, las madres yendo de un lado a otro agobiadas por inagotables tareas domésticas, los malandrines apostados en las puertas de los edificios destartalados. No podía faltar, por supuesto, el grupo de muchachos corriendo tras una pelota. El accidente sufrido por jean michel basquiat está de este modo precisado, intuido, antelado. Si el causante de la tragedia es el chofer de una camioneta de reparto tanto mejor. Como primera escena de una película de realismo social es perfecta. Luego veremos al niño hospitalizado presa de una larga recuperación. La madre entonces le obsequia el libro mágico, el clásico tratado del cuerpo humano que utilizan los estudiantes tanto de arte como de anatomía. No nos hace falta saber, ni por un instante, qué pensaba jean michel basquiat acerca de la situación en la que se encontraba sumergido, qué estrategias estaba urdiendo para lograr la supervivencia. La retórica de la situación es de tal magnitud que su sola forma presupone el contenido. ¿Comenzaría el mito basquiat en este momento? Según como la señora parker cuenta las cosas, tiene su posible inicio más bien cuando el humilde chofer de la camioneta de reparto se dispone a comenzar su rutina diaria. Aunque algunos lo situarían en la llegada de los primeros esclavos. Otros cuando se les dio la libertad. O también pueden considerarse instantes perfectos el asesinato de malcolm x o el concierto final de un charlie parker viejo y enfermo. Cualquiera puede ser el momento ideal pues no queremos pensar que el mito se urde verdaderamente en el huerto de un pueblo perdido en el valle del río hudson. La recomposición de las piezas claves de la historia pueden perfectamente aparecer por sí mismas mientras la señora parker duda si cambiar el abono que usa habitualmente por uno artificial del que ha oído. En ese instante de ausencia es posible que se presente el detalle que faltaba para conocer las verdaderas causas por las que jean michel basquiat lucía al mismo tiempo novias y novios. Las razones por las que mientras intentaba convertirse en lo más parecido a un santo contemporáneo terminaba en cualquier esquina derrotado por la heroína. Las motivaciones por las que después de haber pretendido tomar por asalto las paredes de la ciudad con agresivos y misteriosos graffiti haya consentido en pasear de tarde tomando la mano de un estragado andy warhol. ¿Estarían yendo a una función del cine angélica o a mantener sexo fuerte en alguna habitación de bleeker street? Lo más seguro es que fueran al té de las cinco como dos antiguas damas. En ese entonces warhol ya tenía claro que el efecto de los dos dachsund a su lado no podía compararse con el producido por sus caminatas vespertinas junto al artista. Ojalá las palabras de la señora parker lleguen a aclarar lo real de esas situaciones. Porque parece imposible de creer que las conductas públicas de warhol y basquiat hayan sido lo fundamental. Da la impresión sin embargo que la señora parker se encuentra demasiado ensimismada con sus asuntos como para estar dispuesta a aclararnos alguna duda. Sólo parece bastarle con decir que va a revelar ciertas verdades. A nadie parece importarle realmente el contenido. El basquiat atormentado y genial que todos conocemos se expone en las galerías y en los museos. ¿Hay algo que agregar aparte de decir que le gustaba colocarle coronas a sus reyes negros y poner en palabras sobre el lienzo una serie de ideas, de frases, de una obviedad desconcertante? ¿Se necesitará tener un tipo particular de inteligencia para ser alguien como basquiat?, pueden ser preguntas dirigidas a la señora parker, quien en su mesa del teléfono tiene una libreta con los números de los responsables de las más importantes revistas. Acostumbra cuando la abandona el estado de ensoñación que la naturaleza suele producirle. El distante sonido del tren al que a veces pone atención le da la confianza de constatar que no se encuentra alejada del todo. Sabe que en pocas horas ese tren estará entrando en la ciudad, que pasará por túneles y bloques de cemento que merecen inacabables graffiti. "Basquiat me daba órdenes. Se las voy a describir", ensaya informar en una próxima entrevista. "Lo que basquiat tenía que decir no tenía absolutamente nada que ver con lo que supuestamente dijo, los dioses coronados y el falso naive de sus obras está allí para demostrarlo", puede ser el comienzo de otra. "Siempre supe que las alusiones al nazismo no eran más que una broma." Pero de pronto la señora betty parker decide hacer la llamada definitiva. Ha guardado sus instrumentos de horticultura. Está atardeciendo. El invierno se aproxima. La señora parker se encuentra de pie frente a la ventana principal de su casa. Cerrando con una mano la bata que lleva puesta y sosteniendo con la otra el auricular del teléfono está dispuesta a comunicar una idea que por mucho tiempo no la dejó tranquila. Esa tarde llamará a las redacciones de las principales revistas para sostener que el pintor neoyorquino jean michel basquiat, muerto a la temprana edad de 28 años, nunca existió.