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15 de noviembre de 2004
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GARROTES Y ZANAHORIAS

CUATRO AÑOS MAS

Quienes conducen la política económica y los que desde otros espacios en la sociedad inciden en su diseño y aplicación, deberán preguntarse qué hacer frente a la relección de George W. Bush en la presidencia de Estados Unidos.

Claro está que una primera reacción, casi instintiva en el marco de las definiciones de la gestión económica que prevalecen desde hace más de 15 años, es creer que los resultados electorales del pasado 2 de noviembre abren más oportunidades para el aumento de la inversión y el crecimiento del producto en el país; creer también que podrá sostenerse un escenario de estabilidad financiera y seguir teniendo resultados notables por su continuidad en este terreno.

Pero habría que pensarlo bien. Este segundo mandato de Bush será de naturaleza transexenal para México. Condicionará no sólo el resto del gobierno del presidente Vicente Fox, sino de quien lo suceda en Los Pinos. Este asunto tiene pros y contras.

Por un lado, la política fiscal que ha instrumentado y que volvió a ofrecer de modo claro el mandatario republicano en su campaña electoral ha significado una elevación del déficit y de la deuda pública, lo que ejerce presión sobre las tasas de interés que administra el banco de la Reserva Federal.

Puesto que se anuncian nuevas reducciones de impuestos y los gastos militares seguirán siendo una carga para el erario, no es previsible que cuando menos por un periodo aún largo se reduzca el déficit. Con ello tenderá a mantenerse la presión sobre los intereses con los efectos que ya se han sentido en el alza de las tasas de interés de los Cetes en México.

Es cierto que la economía estadunidense ha vuelto a crecer, pero ya no se observa una relación tan directa entre ese fenómeno y el crecimiento en México, como ocurrió en la fase final del ciclo de expansión que terminó en 2000 y que se expresó aquí en una fuerte desaceleración de la actividad productiva. Por ello habrá que ver cuál es el contenido de la recuperación de aquella economía y cómo se comporta México en el campo de las exportaciones y como destino de las inversiones externas, donde tiene cada vez mayor competencia.

Por otro lado, si la política económica en México se desplaza a un ámbito más estratégico, la relección de Bush ofrece un espacio de planeación presupuestal de tipo multianual y, con ello, rebasar el horizonte de corto plazo que hoy la caracteriza.

La oportunidad es para acomodarse a un entorno de gestión económica de esencia "conservadora" en Estados Unidos e intentar acomodar las principales variables que afectan el crecimiento productivo en México de modo de sacar la mayor ventaja posible e ir reduciendo la vulnerabilidad que se desprende de la enorme dependencia con esa economía.

El acomodo de México a las condiciones recientes de recesión y nuevo crecimiento estadunidenses ha sido en buena medida por el lado de los flujos de las remesas de los trabajadores migratorios, estimadas este año en alrededor de 15 mil millones de dólares. Este es un asunto que ya tiene carácter estructural y que define en gran parte las posibilidades de financiamiento y, también, la forma y comportamiento del mercado laboral. Los ingresos extraordinarios por la exportación de petróleo ha sido un amortiguador de las restricciones fiscales pero, por ahora, este es un rasgo de tipo coyuntural que habría que aprovechar al máximo. Lo que parece ser cuestionable.

En fin, la condescendencia con respecto a la relección de Bush puede ser muy arriesgada, pero alguna ventaja puede sacarse si las ganancias políticas se plantean de un modo distinto y se advierte el alto costo de sacrificar el crecimiento futuro por falta de una suficiente base material y financiera  §

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