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México D.F. Domingo 14 de noviembre de 2004

Angeles González Gamio

Festejos de luz

Un sitio cautivador en todos los sentidos, del que hemos hablado con anterioridad, es el Museo de la Luz, situado en la calle de El Carmen 31, a unos pasos de la soberbia fachada original del antiguo Colegio de San Ildefonso, ya que la que da a Justo Sierra, que es la entrada que se usa habitualmente, se construyó en los años 20 del siglo XX, cuando se amplió el viejo colegio jesuita para albergar la recién creada Escuela Nacional Preparatoria. Se optó por el entonces en boga estilo neocolonial, copia poco feliz del barroco.

Perdón por la digresión; volviendo al Museo de la Luz, que es el tema que nos ocupa, ya que en los próximos días festeja su octavo aniversario, aprovechamos la ocasión para mencionar algunos datos, ya que en las ocasiones anteriores que hemos hablado de este bello recinto no ha habido espacio para señalar.

Como antecedente hay que recordar que el edificio que ocupa fue el templo del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, que fundaron los jesuitas a mediados del siglo XVI, con el apoyo de don Alfonso de Villaseca, hombre rico y generoso que les cedió varios solares, donde construyeron el colegio, que se caracterizó porque podía conferir los mismos grados teológicos que las universidades pontificias. Tenía también la ventaja de que admitía seglares. Allí se educaron ni más ni menos que Francisco Javier Clavijero, Diego de Abad y Francisco Xavier Alegre, entre otras eminencias.

El templo fue obra del alarife Diego López de Arbiza. Es de líneas muy sobrias, con pilastras en los dos cuerpos, que sostienen un entablamento y un frontón triangular que se rompe con un nicho. Tiene una sola torre y conserva su pequeño atrio bardado. Es una de las pocas edificaciones del siglo XVII que se conservan, aunque tuvo algunos cambios a partir de que se le despojó de su función religiosa, por las leyes de Exclaustración.

En este sitio se instaló el Congreso Constituyente el 24 de febrero de 1822, ante el cual Agustín de Iturbide pronunció juramento, y dos años más tarde dio a la luz nuestra primera Constitución y se designó a la ciudad de México sede de los poderes de la Unión, dándole el rango de Distrito Federal el 18 de noviembre de 1824.

Justo 172 años más tarde se inauguró aquí el Museo de la luz, por lo que el próximo jueves se festejan ambas fechas con una ceremonia que ha preparado afanosamente desde hace meses su dinámica directora, Pilar Contreras, que dará inicio a las 10.30 horas, con la participación de autoridades del gobierno capitalino, Julia Tagüeña, directora general de Divulgación de la Ciencia de la UNAM -custodia del recinto-, Jorge Legorreta, director de Metrópolis, y la autora de estas líneas, con una conferencia sobre el ayer y hoy del Centro Histórico.

También se inaugura una exposición que muestra el acta de cabildo, en la cual la ciudad de México se hace depositaria de los poderes de la Unión, adquiriendo el rango de Distrito Federal; un plano topográfico del DF, de 1830, y otro de 1825.

Como hemos comentado, en 1922 José Vasconcelos instaló ahí la Sala de Discusiones Libres, y en los años 40 del siglo XX se le dedicó a la Hemeroteca Nacional, uso al que estuvo destinado hasta 1979, cuando se trasladó a sus nuevas instalaciones en el Centro Cultural Universitario.

Para ese fin, al antiguo templo se le cambiaron los viejos vidrios de la ventana del coro, por un emplomado con el escudo de la Universidad; asimismo, en el frontón se instaló una escultura de Palas Atenea. Al salir esta institución, el soberbio inmueble quedó medio abandonado, hasta que en 1996 la UNAM lo remozó e instaló allí el Museo de la Luz. En este nuevo arreglo se tuvo el cuidado de conservar la decoración que le pintaron en los arcos Roberto Montenegro y Jorge Enciso, con representaciones de la flora y la fauna mexicanas. Asimismo, en el presbiterio, Montenegro plasmó el espléndido mural El árbol de la ciencia. En la cúpula, Xavier Guerrero pintó su visión del zodiaco. Las enormes ventanas del crucero ostentan unos bellos vitrales diseñados por Montenegro y realizados por Eduardo Villaseñor.

Al finalizar la ceremonia, cerca del mediodía, se va a ofrecer el consabido vinito de honor, que a esa hora cae muy bien, pues sirve de aperitivo para la comida, que puede ser en la cercana Casa de Tlaxcala, sede de la representación de esa entidad, que ocupa una hermosa casona virreinal situada en la calle de San Ildefonso 40, en cuyo patio se degusta la sabrosa gastronomía de ese pequeño pero rico estado, que ofrece muchas sorpresas cuando se le visita. También tiene una tienda de artesanías; entre otras, sus famosos sarapes, talavera y pulque enlatado. Cierra los domingos.

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