El
barco ebrio
Arthur
Rimbaud
Al tiempo que bajaba por ríos impasibles,
Sentí que no me guiaban los hombres
a la sirga:
Aullantes pieles rojas, tomándolos
por blanco,
Los clavaron desnudos en postes de colores.
Portador de algodón inglés,
trigo de Flandes,
Sin pena me tenían todos los tripulantes.
Cuando acabó aquel ruido a la par
que mis hombres,
Me dejaron los Ríos marchar adonde
quise.
Entre los chapoteos de la mar encrespada,
Yo, el invierno pasado, más sordo
que el cerebro
De los niños
¡bogaba! Penislas
a la vela
Nunca experimentaron barullos más
triunfantes.
La tempestad bendijo mi despertar marino.
Más ligero que un corcho bailé
sobre las olas
(Eternas trajineras de víctimas
las llaman),
¡Sin añorar, diez noches,
a las bobas farolas!
Más dulce que manzanas agrillas
para un niño,
Impregnó el agua verde mi cascarón
de abeto
Y me lavó las manchas de tintorros
y vómitos,
Dispersando el timón y el áncora
de brazos.
Y desde entonces bogo inmerso en el Poema
De la mar, infundida de astros, lactescente,
Tragando verdes cielos por donde a veces
baja,
Cuerpo arrobado y pálido, un muerto
pensativo;
Donde, tiñendo súbitos azules,
desvaríos
Y ritmos lentos bajo el rutilante día,
Más fuertes que el alcohol y más
que nuestras liras,
¡Fermentan las amargas rojuras del
amor!
Sé de cielos que rompen en rayos,
y de trombas,
Resacas y corrientes; sé también
del ocaso,
Del alba entusiasmada cual tribu de palomas,
¡He visto varias veces lo que ver
cree el hombre!
¡Vi al sol poniente, sucio de místicos
horrores,
Iluminando vastos coágulos violetas,
Y lejos, cual actrices de antiquísimos
dramas,
Olas rodando al paso su temblor de postigos!
¡Soñé la verde noche
de nieves deslumbradas,
Beso que asciende lento hasta los ojos
mismos
Del mar, circulación de savias
inauditas,
Y aviso azul y gualda de los cantantes
fósforos!
¡He seguido por meses, como a piaras
histéricas,
Embates de mareas contra los arrecifes,
Sin pensar que los pies de luz de las
Marías
Domar pudieran morros asmáticos
de Océanos!
¡Creánme que he tocado increíbles
Floridas,
Donde ojos de pantera con piel de hombre
a flores
Se mezclan! ¡Y arcos iris bajo el
confín marino,
Tensados como bridas para glaucos rebaños!
¡He visto fermentar vastas marismas,
nasas
En donde un Leviatán entre aulagas
se pudre!
¡Avalanchas de aguas en medio de
bonanzas,
Distancias que se abisman como las cataratas!
¡Soles de plata, heleros, alas de
nácar, cielos
De brasa! ¡Horribles pecios engolfados
en simas
Donde enormes serpientes, comidas por
las chinches,
Con negro aroma caen desde torcidos árboles!
Quisiera haber mostrado a los niños
doradas
De agua azul, esos peces de oro que salmodian.
La espuma en flor meció mis salidas
de rada
Y vientos inefables me alaron por instantes.
A veces, mártir harto de polos y
de zonas,
La mar cuyo sollozo mi vaivén suavizaba,
Me subía, de amarillas ventosas,
sus corolas
Brunas, y, cual mujer, de hinojos me quedaba...
Penisla que columpia en sus riberas guano
Y querellas de pájaros chillones
de ojos rubios,
Yo navegaba, mientras por mis frágiles
zunchos
¡Ahogados con sueño andaban
para atrás!
Así, barco perdido entre pelo de
ancones,
Lanzado por la tromba en el éter
sin aves,
Yo, a quien acorazados o veleros del Hansa
No le hubieran salvado el casco ebrio
de agua;
Libre, humeante, envuelto en brumazón
violeta,
Yo, que horadaba el cielo rojizo como
un muro
Que sostiene, jalea exquisita gustada
Por el poeta, líquenes de sol,
muermos de azur;
Que corría empañado de lúnulas
eléctricas,
Loca tabla escoltada por negros hipocampos,
Cuando julio derrumba, a grandes garrotazos,
Cielos ultramarinos en ardientes embudos;
Que temblaba al oír, gimiendo en
lontananza,
Los Behemots en celo y los densos Maelstroms,
Hilandero perpetuo de quietudes azules,
¡La Europa de los viejos parapetos,
yo añoro!
¡He visto siderales archipiélagos,
islas
Cuyo cielo en delirio se abre al bogavante!
¿Son noches abisales en que exiliado
duermes,
Oh tú, Vigor futuro, millón
de aves áureas?
¡Cierto: mucho he llorado! El alba
es dolorosa.
Toda luna es terrible, y todo sol, amargo.
El agrio amor me hinchó de embriagantes
torpores:
¡Que mi quilla reviente! ¡Que
me hunda en la mar!
Si algún agua de Europa deseo, ésa
es la charca
Helada y negra donde en tardes perfumadas
Un niño encuclillado, hondo en
tristezas, suelta
Un barquito muy frágil, mariposa
de mayo...
No puedo, marejada, inmerso en tu apatía,
Escoltar ya el aguaje del barco algodonero,
Ni traspasar orgullos de banderas y grímpolas,
Ni nadar a la vista atroz de los pontones.
VERSIÓN
DE JOSÉ LUIS
RIVAS
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