358 ° DOMINGO 31 DE OCTUBRE DE  2004
EL ROSTRO DEL DOMINGO
DANIELA PASTRANA

La belleza
como necesidad

Era l’enfant terrible y para tenerla ocupada su madre la inscribió en una escuela de belleza. Anel lleva 14 años dedicada a embellecer cuerpos, rostros y, a veces, a reparar corazones. Hace unos meses adquirió la pequeña clínica en la que era empleada

 
Fotografía: Daniela Pastrana
ANEL MARTINEZ FLORES trabaja embelleciendo personas. A veces usa rudos masajes para reducir centímetros de los cuerpos; a veces, cremas y aparatos para estirar la piel; otras más, ceras para retirar molestos vellos o lociones aromáticas para relajar. Muchas veces, también, utiliza sus oídos y su silencio para reparar historias de soledad.

Anel es una joven sencilla y amable, la menor de una familia tradicional de seis hermanos, que durante años se mantuvo con los ingresos del negocio de su padre: una pequeña empresa de mecánica especializada.

Una temprana decepción amorosa ("ya sabes, te enamoras del menos indicado") con un hombre 16 años mayor definió su vida, no sólo porque dejó la preparatoria, sino porque la depresión la llevó a aumentar más de 40 kilos. Luego sobrevino la muerte de una hermana –de 25 años– por diabetes. La difícil situación económica, negada por el actual gobierno, mandó a su padre y a sus hermanos a engrosar las filas del desempleo. "Son circunstancias que han hecho que me caiga y me levante", evalúa Anel, de 29 años, convertida ahora en el sostén de su familia.

Estudió en escuelas públicas, igual que sus hermanos, pero como "era hiperactiva" su madre la inscribió en la Escuela Superior de Estética y Belleza, ubicada en la calle de Leibnitz, en la ciudad de México, cuando cursaba el tercer año de secundaria.

"¡Era terrible! Mi mamá no sabía qué hacer conmigo, y como me gustaba el maquillaje, decidió ponerme a estudiar belleza en las mañanas", cuenta. La escuela no tenía el maquillaje como materia, pero Anel se quedó ahí dos años.

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Empezó a trabajar en 1992 en una clínica del Instituto Esthederm. Luego, junto con un amigo, abrió una cabina en Plaza Polanco y finalmente llegó a la clínica Jeunesse. En un curso de la marca Guinot había conocido a Guadalupe de los Cobos, quien tenía intenciones de abrir una clínica de belleza. Anel le aconsejó que la instalara en Polanco. "Es una zona identificada con centros de belleza."

Jeunesse se inauguró el 18 de diciembre de 1998. Anel era la única empleada.

La alianza duró hasta mediados de 2002, cuando aceptó una oferta de trabajo en Tampico. "Quería un cambio de 180 grados", recuerda. La aventura, sin embargo, duró unos meses y cuando regresó la clínica había sido traspasada. La nueva dueña, Fátima, era una vieja amiga.

El negocio, dice Anel, es engañoso. "Han cerrado muchísimas clínicas. A mucha gente se le hace fácil abrir clínicas, pero ni siquiera sabe cómo se hacen las cosas. Para que realmente funcione se necesita mucho trabajo, una buena administración y sobre todo atención personal, porque no te vas a estar desvistiendo delante de cualquiera", afirma.

Jeunesse es una clínica pequeña. Tiene dos cabinas, un baño con regadera y una recepción. Los precios son imposibles de pagar para un trabajador común (un tratamiento facial, por ejemplo, puede costar 500 pesos), pero comparados con otras clínicas de la zona son bajos.

Anel tiene una variada cartera de clientes: niñas de 11 años en adelante que acuden a depilarse; hombres de 25 a 40 que buscan masajes de descanso y tratamientos faciales, y mujeres de distintas edades que quieren reducir de talla o embellecerse el rostro.

Muchos trabajan en oficinas cercanas. "Normalmente la gente que viene trae una obsesión con la belleza, pero también tengo muchas clientas que sólo quieren platicar; vienen a desahogarse y me cuentan cosas de su vida íntima que no pueden hablar con nadie más", cuenta.

El "sentirse bello", dice, "ya no es un gusto, sino una necesidad". Lo explica con su propia experiencia (ha bajado 29 kilos): "No tengo dinero para la renta, pero hoy fui al nutriólogo porque sé que me voy a sentir bien".

–Un amigo llama a eso "el horror de la belleza"...

–Querer verse bien no es malo, te da seguridad. Lo que pasa es que se ha hecho muy comercial, más todavía desde que se pusieron de moda los spa y empezaron a circular revistas como ésta (Kii’ol), que son para gente muy rica.

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En julio pasado Fátima le anunció que cerraría la clínica.

Anel tenía 500 pesos en su cuenta de ahorro, así que llamó a sus clientes y se puso a trabajar de 8 a 23 horas. En un mes juntó de nuevo la renta, el depósito y el enganche para comprar nuevos aparatos. Fátima le dejó los muebles y mediante terceros consiguió créditos para adquirir productos. Lo más duro fueron los engorrosos trámites oficiales.

"Han sido meses muy difíciles. A veces estaba tan cansada que me ponía a llorar, y pensaba: ‘Me quiero recargar en alguien y no puedo’."

Es, dice, la paradoja de la mujer actual:

"Lamentablemente para los hombres ya no bailamos al son que quieren, pero por otro lado si una mujer quiere salir adelante en su profesión, tristemente está sola y tiene que recurrir a otras cosas para llenar su vida: pilates, spinning, nutriólogo, mesoterapia... A mí mi trabajo me llena muchos huecos. Cuando entro a cabina me entra una paz interna, toda la vida he estado en un sitio, lo cual me agrada, es una desconección de mis problemas."

Anel es uno más de los damnificados del cambio que prometió Vicente Fox. "Le tenía fe a Fox –cuenta. Era de los que decía: ‘No podemos pedirle resultados en un año’, pero ha afectado a mucha gente con el desempleo. A mi propia familia. Lo veo hasta con mis clientes, todos hablan de lo mal que estamos económicamente."

Sin embargo, gracias a que la gente necesita llenar esos "huequitos", Anel tiene trabajo de sobra, ahora como dueña de su propia clínica.

"Tengo sentimientos encontrados: por un lado un miedo muy grande porque es una gran responsabilidad, y por otro me ha hecho sentirme... no grande, pero ¿cuándo me iba a imaginar llegar adonde estoy?"