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E C O N O M I A
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México D.F. Lunes 25 de octubre de 2004

León Bendesky

Maquillaje extremo

Con las estadísticas se pueden construir argumentos muy diversos sobre la evolución de la economía y las condiciones sociales del país. Aun con una referencia común de datos, que cubren un amplio conjunto de variables sobre la producción, los precios, las inversiones, el comercio interior y exterior, las finanzas públicas, el empleo o los salarios, la visión de los hechos no es convergente y tampoco la apreciación de lo que debe hacerse mediante las políticas públicas. De la calidad y pertinencia de las estadísticas disponibles habría que debatir mucho.

Se pone mucha atención en el desenvolvimiento de la economía en los últimos 20 años. Este es un periodo con un crecimiento promedio muy bajo del producto, y en términos per cápita prácticamente nulo. En este lapso ha habido crisis recurrentes cuyos costos se han ido sumando para debilitar el funcionamiento de los sectores productivos y del mercado financiero. No se ha resuelto la persistente fragilidad fiscal y la inflación acumulada se mide en porcentajes de decenas de miles. Las reformas que se han implantado no han transformado esencialmente la manera en que opera el sistema económico, los hechos sobresalientes como la expansión de la producción manufacturera y sus exportaciones coexisten con grandes rezagos en muchas áreas que deberían ser prioritarias.

Las estadísticas cambian de acuerdo con los periodos que se toman como referencia, por ejemplo, antes y después de la crisis de 1995. Este no es un procediendo inválido en sí mismo, puede incluso ser conveniente para afinar ciertos análisis, mas sirve igualmente para defender ciertas posturas sobre las formas de gestión de la economía. Esta no ha sido una forma útil de establecer un diálogo fructífero sobre el problema crucial de la falta de crecimiento de la economía. Así, no se altera básicamente el diagnóstico de las distintas partes acerca de lo que ha ocurrido en conjunto en México.

No obstante, estos 20 años tienen que verse también como continuación de los profundos desajustes que se crearon en el periodo anterior. Señalemos sólo dos: un déficit fiscal que llegó a 16 por ciento del producto y la conversión de los abundantes ingresos petroleros en una deuda externa de 100 mil millones de dólares en 1982.

Pero son 20 años que deberían haber permitido ir saneando progresivamente esos desajustes e imponer un nuevo régimen de crecimiento sostenible y mucho menos inequitativo. Eso no ha ocurrido a pesar de las transformaciones que se han registrado, y el asunto lleva necesariamente al terreno de la evaluación de las políticas económicas que se han aplicado, pues su eficacia y consistencia están ampliamente cuestionadas. Y esa evaluación no debe hacerse sólo desde una perspectiva técnica, sino también política. No ayuda para ello el uso de marcas como las de populismo o neoliberalismo, sobre todo cuando se utilizan como una identificación de ideologías que se repudian y con lo que se sesga desde un principio cualquier comunicación que pueda ser mínimamente fructífera.

El caso es que las sucesivas medidas de ajuste y estabilización (incluyendo la eliminación de tres ceros en la denominación del dinero y de los precios), las reformas en diversos sectores, la total apertura comercial y financiera, la privatización de empresas públicas, han producido una especie de maquillaje extremo de esta economía que no logra ocultar sus defectos e imperfecciones. Se ve mejor en algunos aspectos y se ve peor en otros, y ambos suelen exagerarse a conveniencia de quien los señala, pero sigue teniendo las mismas taras que se expresan en sus hondas deficiencias estructurales.

Este gobierno no ha sentado las bases para el cambio estructural que requiere la economía, no importa que así denomine al conjunto de las reformas que propone y a la gestión que aplica. Heredó una situación económica que muestra de modo continuo sus limitaciones para acrecentar la eficiencia con la que funciona, una de cuyas manifestaciones es la productividad, que exhibe las restricciones al crecimiento, la incapacidad para generar recursos públicos que alienten la inversión y puedan atender de modo suficiente las necesidades sociales. Acabó aceptando la herencia a pesar de que la repudiaba cuando ofrecía el cambio.

La atención de este gobierno se ha centrado en unos pocos aspectos incapaces de recargar con bastante energía las baterías del crecimiento. El control del déficit fiscal y la estabilidad monetaria, la idea de que cada mexicano debe ser un empresario, la asistencia a los pobres extremos, son elementos destacados de la versión empresarial que predomina. Con eso no se hace de ésta una economía como la que se cree que se tiene en el círculo más cercano del Presidente y sus beneficiarios. En los dos años que restan de este sexenio seguiremos dando vueltas en torno a un centro cada vez más difuso y débil como punto de apoyo, y con la muy baja calidad de las disputas políticas que se exhiben a diario, será sin duda un periodo poco alentador.

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