Jornada Semanal, domingo 24 de octubre  de 2004            núm. 503

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

COSAS QUE FUERON
Y YA NO SON

En estos tiempos, cuando el solo recuerdo de la ineptitud política nacional atiza la decepción y el enojo del ciudadano común, se podría sacar jugo de las declaraciones del gobernador panista de Jalisco, quien dijo no andarse con rollos democráticos como los del De Efe antes de mandar reprimir un mítin, o machacar con el incremento de salario autoasignado por el ex gobernador panista de Querétaro, o parecer antipanista ante la corrupta frivolidad del gobernador de Morelos, quien ha contado con los plácemes de la PGR y Gobernación para disolver su juicio político, o el valemadrismo del actual gobernador de Tlaxcala y su cónyuge –perredistas egresados del PRI– al pretender el unodós para la sucesión de la gubernatura estatal, o agregar el comentario número setenta-y-siete-veces-siete acerca de la manera como diputados de PRI y PAN, con tal de eliminar a un adversario político antes de las elecciones de 2006, toman decisiones "presupuestales" y de "desaforamiento" político que afectarán a toda la Ciudad de México –con la cual mantienen un activo ajuste de cuentas, pues desde hace tiempo ambos partidos ya no tienen presencia en esta entidad–, o remachar con la infinita iletración y la proclividad de nuestro insulso presidente para mostrar sus bufonerías rancheras –menos obsesionado por el buen gobierno del país que por eliminar del juego a su más importante competidor político– y en expeler la ocurrencia de no sentirse a gusto en la capital de la República, como los círculos católicos conservadores de 1910 en el Bajío, quienes veían ahí una nueva Babilonia.

Así es como, en los tiempos que corren, dejo a otros el análisis de los anteriores y más asuntos y opto por revisar algunas realidades existentes en la otrora Ciudad de los Palacios que ahora ya no están, así sea porque, a veces, la contemplación del locus amenus ido de nuestras manos –con todo y su aparente estado microscópico– permite apreciar algo de cuanto la rapiña política contemporánea pretende pulverizar frente a todos, con la esperanza hermética de que cuanto ocurre en el microcosmos se reproduzca en el cosmos; además, salvo por sus consecuencias públicas, no hay nada más desalentador, hipócrita y falto de espíritu de servicio que el mundo político. De hecho, ésa fue una cosa que ya no es: creer colectivamente en el cambio de la República, en la buena y desinteresada intención de quienes se dedican a tan remunerativas labores.

Más acá del no tan lejano momento en que parte de la actividad comercial se realizaba fluvialmente entre Xochimilco, el Centro y Chalco, la ciudad aún contaba con ríos y muchos árboles en los años sesenta. Cierto que los ríos no eran caudalosos como el Danubio y el Mississippi, pero los Churubusco, Becerra y de los Remedios fluían mansamente en su precario caudal antes de ser entubados y dar su nombre a calles y avenidas donde se recuerdan nostálgicamente desde su rostro de pavimento, pues ahora el único río vivo es el de La Magdalena: baja de los Dínamos hacia Contreras y luego se pierde bajo el asfalto; lo mismo ocurre con los antiguos camellones y avenidas arboladas, que cedieron el paso a los ejes viales hasta el punto de que resulta difícil recordar lo agradable de los paseos por ciertas partes de la colonia Del Valle, o por algunos tramos de las avenidas Revolución y Patriotismo; por contraste, cuando se está en ciudades boscosas como Savannah, en Estados Unidos, o Sombor, en Serbia –donde las cúpulas vegetales son parte de la arquitectura cotidiana–, se afianza la sensación de vivir en la urbe gris mencionada por José Emilio Pacheco en "Alta traición".

Benito, antiguo expendio de flautas y tepaches memorables a la altura de San Pedro de los Pinos, no resistió el Circuito Interior; las Hamburger Heaven (Hamburguesas Cielo, como se traducía cosmopolitamente en el mostrador), lugar que siempre pareció de los años cincuenta, donde mesero y cocinero de edades improbables despachaban las mejores hamburguesas de la ciudad en la calle de Oaxaca, se esfumó en los noventa; lo mismo el Café Esperanza, frente a la XEW, en Ayuntamiento… Si ríos y árboles han desaparecido, ¿cómo no suponer un destino semejante en empresas meramente humanas? Cada modificación se vuelve parte resignada del rostro cambiante de la ciudad, por lo cual es imperativo desear polvo, miseria y olvido como destino ineludible a los tlatoanis de izquierda y derecha que medran, impunes, desde la política.