Amanecer de un día lluvioso Alejandro Michelena
El influyente crítico Ángel Rama saludó entusiasmado la aparición de Historial de las violetas en el semanario Marcha. Amigo de agrupar a los escritores en categorizaciones operativas, ubicó a Marosa en un sector de excéntricos de la literatura nacional, a los que bautizó como "raros". La mudanza de la poeta a Montevideo renovó el interés en su producción, la que aumentaba en títulos pero seguía empecinadamente fiel a un estilo, un imaginario, un peculiar uso de la fantasía. En ese microcosmos personalísimo se amalgamaban la madre omnipresente, las magnolias y otras flores, los abuelos evanescentes, y ciertos animales entre simbólicos y oníricos. La poesía de Marosa entusiasmó desde el final de los setenta a mayor cantidad de lectores. Fueron los años de su plenitud creativa y de su mayor actividad. Luego aparecieron Los papeles salvajes, publicado por Editorial Arca en 1989, donde se reunía todo lo que había escrito hasta el momento. Promediados años ochenta, otra faceta de Marosa fue la interpretación de sus propios textos. Realizó infinidad de recitales en Uruguay y en Argentina, pero el punto más alto se dio con el unipersonal titulado El lobo, que fuera puesto en escena por el dramaturgo y director Ricardo Prieto. Ese mismo texto fue llevado al cine más tarde a través de la cámara de Eduardo Casanova. Recibió la escritora en aquellos años importantes premios, como el Fraternidad de la organización judía BNai B´Rith (1982) y la beca Fulbright (1987), y fue objeto de notas críticas celebratorias y de infinidad de entrevistas. Mientras tanto, ella reinaba cada atardecer en medio de la tenue bohemia montevideana, centralizando una tertulia en el café Sorocabana a la que asistían habitualmente el poeta Rolando Faget, el narrador Miguel Ángel Campodónico, el crítico Wilfredo Penco, el escritor Leonardo Garet, el actor Claudio Ross, la poeta Concepción Silva Belinzon, la narradora Paulina Medeiros, el dramaturgo y narrador Ricardo Prieto, y quien esto escribe. Al mágico conjuro de su presencia hierática y cargada de enigmas se acercaron también algunas veces el poeta Elder Silva, coterráneo de Marosa, y los narradores Mario Delgado Aparain y Hugo Fontana. Su curiosa figura piel pálida, labios pintados de un rojo subido, lentes estilo mariposa, ropa de colores contrastantes y sensualidad evanescente se tornó habitual en las noches del centro capitalino. Avanzaron los años y Marosa di Giorgio, ya considerada un referente de la lírica platense en su costado fantástico, siguió dando a conocer nuevos títulos. Poco a poco su prosa fue virando de lo puramente poético a los toques narrativos. Surgieron de ese modo sus peculiares relatos de El camino de pedrerías (1997). La intención narrativa y el bucear en el tópico de lo erótico la harían desembocar en el ejercicio de novela titulado Reina Amelia (1999). Promediados los noventa se afirmó su prestigio en Buenos Aires y también en México. En 1993 fue invitada a Francia y premiada en el Festival de Medellín, Colombia, en 2001. Mientras tanto, en su país ya no volvería a reiterarse aquel fervor unánime con relación a su personal imaginería. Sus textos de corte narrativo y de perfil erótico no iban a concitar tanta unanimidad. Hoy que Marosa nos ha dejado tal vez yéndose
de la mano de "la liebre de marzo", o del brazo de algún extravagante
animal brumoso de su leve bestiario va a ser posible una lectura más
objetiva de su producción poética. Ahora sí, definitivamente
separada del "personaje marosiano", que la apuntalaba y al mismo tiempo
condicionaba. En el balance, es seguro que va a ocupar un lugar incanjeable
en la poesía uruguaya, por su aliento de extraña fantasía
y la originalidad de sus textos mejores.
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