357 ° DOMINGO 24 DE OCTUBRE DE  2004
EL ROSTRO DEL DOMINGO
DANIELA PASTRANA

"Al gobierno
no le interesa
la investigación"

Juan Pablo Pardo pertenece a ese universo estadístico que genera 51% de la investigación nacional desde la UNAM. Ha pasado 27 años estudiando las ATPasas, una suerte de pilas en las células que permiten el movimiento de los seres humanos. Su trabajo ha sido reconocido en universidades de Estados Unidos, pero se niega a dejar México
 
 
Pardo. Investigador de las enzimas
JUAN PABLO PARDO VAZQUEZ ha pasado más de un cuarto de siglo detrás de los microscopios. Es bioquímico. Estudia unas enzimas llamadas ATPasas, que son fundamentales para el desarrollo del potencial eléctrico de las células y que, en resumen, permiten que nos movamos, pensemos y respiremos.

Trabaja con las levaduras, cuyos procesos son similares al funcionamiento de los mamíferos, y permiten experimentos imposibles en seres humanos. En la Facultad de Medicina de la UNAM, donde ha pasado la mayor parte de los últimos 30 años, imparte clases de bioquímica en licenciatura y de cinética enzimática en posgrado, y con regularidad acude a los llamados de sus colegas de la Universidad de Yale, donde trabajó tres años.

Es un hombre de buen carácter ("es que no me has visto detrás del volante") al que la grilla académica no se le da. Suele gastar bromas simples, por lo que constantemente recibe regaños de su hija adolescente. Pero no le molestan. Disfruta de la compañía de sus hijos y de su vida detrás de los microscopios. "Soy pueblerino", admite.

De sí mismo le cuesta hablar. En cambio, no tiene freno para explicar las diferencias en la concentración del sodio en el interior y exterior de las membranas celulares, cuyo bombeo de cargas positivas genera un potencial eléctrico que permite a las células funcionar.

"Nos movemos porque gastamos ATP, que es la moneda energética de las células", define al inicio de una larga explicación.

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Juan Pablo es defeño "por casualidad" (su familia es de Temósachic, Chihuahua, donde nacieron sus tres hermanos). Su padre fue médico, pero él estudió medicina pensando en la investigación y no en las clínicas. De niño le gustaba desarmar sus juguetes para ver cómo funcionaban, "aunque luego no los podía armar y me quedaba sin juguetes", confiesa.

Escogió la especialidad de bioquímica y no fisiología –según él, las dos materias más "bonitas" de la carrera–, porque la primera estaba en el tercer piso y la segunda en el cuarto. "Es que soy re’ malo para las burocracias", dice.

En la investigación su primera ruta fueron los procesos químicos dentro de la célula, pero la dejó porque tenía que trabajar con ratas. "No me gustaba ni la sangre ni matar ratas", cuenta ahora. Así que cambió a microrganismos y de ahí pasó a las levaduras, que desarrollan procesos similares a los mamíferos.

Sus investigaciones lo llevaron a la Universidad de Yale en 1984. Se quedó tres años con su familia en New Haven, tiempo suficiente para saber que Estados Unidos es el último país en el que le gustaría asentarse.

"No me gusta Estados Unidos", dice tajante. "Si tuviera que vivir en otro país elegiría Canadá o Europa, pero Estados Unidos, nunca, porque me parece un país extremadamente represivo, en donde tienes que pensar como ellos (los estadunidenses) para poder vivir".

El relato que hace sobre su vida en ese país podría caber en una película de Michael Moore. El colmo para él fue darse cuenta de que en la escuela en la que inscribió a su hijo mayor, en cuarto de primaria, había problemas de alcoholismo entre los niños.

"La vida es mucho más fácil allá, más cómoda, pero los problemas también son mayores", insiste. "Todos los (científicos) que nos vamos a Estados Unidos podríamos quedarnos, porque ese país tiene una enorme necesidad de investigadores, pero si fuera real que la vida es mejor allá ya nos habríamos ido todos, y no es así."

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Lo que sí tendríamos que aprender de Estados Unidos, evalúa, es que prácticamente en cada estado hay una universidad de primer nivel en la que se hace investigación.

"¿Qué investigación se hace en Chiapas o Tabasco? –cuestiona. La carrera de ciencias te abre el mundo, puedes irte a cualquier parte y conseguir trabajo. El problema es para quienes no se quieren ir, porque para alguien que empieza en ciencias es muy difícil conseguir trabajo en México."

El problema de fondo, dice, es que al gobierno no le interesa la investigación. "En otros lados la ciencia es muy respetada y los científicos tienen más opciones. Aquí, pese a todo lo que se les pueda criticar a (Carlos) Salinas y (Ernesto) Zedillo, más o menos hubo respeto a la ciencia en sus sexenios, y el apoyo a la investigación era, si no bueno, aceptable. Pero con (Vicente) Fox vamos para atrás. Simplemente no le interesa."

–Finalmente es un país pobre y la investigación cuesta...

–Es pobre y caro. Porque con esa falacia de que México es un país barato justifican dar sueldos miserables. Pero además, éste no es un problema sólo de recursos, sino de voluntad del gobierno o de los políticos para hacer las cosas.

El punto nos lleva al espinoso tema de la UNAM. Juan Pablo es un convencido de la eliminación del pase automático: "La Universidad tiene que ser gratuita en lo económico, pero no en lo académico. Los chavos tienen que hacer un esfuerzo académico, porque así la tienen muy fácil y están llegando a la licenciatura con un nivel bajísimo."

No hay control en las preparatorias, dice. Y es peor en el CCH.

"El 70% de los estudiantes de medicina reprueban los exámenes de residentes. ¡Imagínate! Están aquí ocho años para no pasar, porque arrastran problemas desde la prepa. Mejor que te digan desde el principio que no vas a pasar."

Además de las ATPasas, hay otro tema del que Juan Pablo disfruta hablar: sus hijos. Tiene tres: Juan Pablo, de 23 años, es físico; Sebastián, de 19, estudia matemáticas, y Gaby, de 15, cursa la preparatoria y no quiere saber nada de ciencias (Guadalupe, su esposa, es química). Esta última quiere estudiar algo relacionado con la literatura, por lo que, según su padre, "es una buena candidata al desempleo".

Si la investigación en México no estuviera centralizada, Juan Pablo preferiría trabajar en provincia: Morelia, Oaxaca o Chihuahua. En la UNAM no le va mal. Tiene sus clases y seminarios. El resto del tiempo lo dedica a leer y a sus experimentos.

"Todos los días uno aprende algo, eso es lo más bonito de este trabajo", concluye.