15 AÑOS OJARASCA  número 90  octubre 2004

Por no ir al paso de los pueblos indios, aunque fuera por un rato, y por ser incapaz de mirarlos a los ojos, el Estado foxista ha perdido el rumbo --si es que alguna vez lo tuvo-- de la que pudo ser una relación histórica. No porque un gobierno de gerentes y empresarios de derecha confesional permitiera abrigar buenas expectativas, sino porque Vicente Fox ha estado (¿estuvo?) en posición de dejar en paz a los pueblos indígenas, respetándolos en lo que son y estableciendo la legalidad de una autonomía que de cualquier manera ellos se dan hoy legítimamente.

Tras una fachada asistencial y hasta bobalicona, carne de cañón de Vamos México, la política social hacia los indígenas sigue tramada según las doctrinas de la contrainsurgencia. Resulta difícil creer que quienes diseñan la inteligencia militar y el control social deveras crean que la autonomía de los pueblos "amenaza" la soberanía y la unidad nacional.

El burro hablando de orejas.

Pocas veces un régimen político mexicano puso más en riesgo nuestra soberanía que el administrado ahora por el Partido Acción Nacional (PAN). En materia financiera, energética, laboral, comercial, de política exterior. Dice todo del presente el hecho de que las remesas de los trabajadores migrantes sean ya el principal motor de la economía: los brazos y piernas de los mexicanos pobres sostienen al país.

El Estado sigue una línea, una lógica casi transparente: cuando la soberanía de México está en venta, los movimientos populares, en especial los de comunidades indias, son un obstáculo, un contrapeso, un antídoto.

El regimen priísta se despidió del poder presidencial en guerra con los indígenas, y no sólo los de Chiapas. El gobierno del cambio se limitó a heredar esa guerra (como heredó el "problema" de la deuda de los bancos y la progresiva entrega de los recursos naturales, históricos, turísticos, al capital internacional, que hoy es uno y el mismo). Y considera socios desechables a los países periféricos.

Los neoliberales no tienen patria. Tienen intereses.

Premisa del foxismo: a los indígenas se les "ayuda". El levantamiento zapatista de 1994 hizo evidentes muchas cosas, entre otras la miseria en que viven estos pueblos desde hace décadas. Conclusión: son gente pobre que necesita un empujón para progresar, desarrollarse, y a fin de cuentas dejar de ser lo que es.

No resulta tan "ingenuo" que las instituciones del gobierno no pasen de ahí. Y que los barones del poder económico vean al indio como materia de filantropía exenta de impuestos. Otras evidencias de 1994 ya lo venían siendo desde los ochenta en diversas entidades de la República: la dignidad que tienen y reclaman los pueblos; su nivel de independencia colectiva; la decisión de gobernar sus destinos; la fortaleza de sus identidades, lenguas y culturas.

Este octubre de 2004 la cámara de diputados recibió el proyecto de inversión para los pueblos. El ejecutivo propone incrementar en 5.4 por ciento los 21 mil millones de pesos que fijó la secretaría de Hacienda como techo presupuestal (La Jornada, primero de octubre, nota de Alma Muñoz).

Suena un dineral y es nada, pues buena parte se va por el drenaje y ni siquiera llega a los presuntos interesados. Sale más "caro" llevar dinero a los indios que a los bancos offshore. Por cobertura sanitaria se entienden los servicios existentes (sin comentarios), y los suplementos alimenticios, multivitamínicos y minerales a niños, menores y madres embarazadas. Se gastará una buena parte en educación, entendida ésta como un barniz de semialfabetización, el mínimo para participar en los códigos del consumo. La educación chirle, y torpemente "bilingüe" cuando bien le va, se propone abierta o simuladamente, la liquidación de las culturas y las tradiciones indígenas.

Luego de negar las reformas constitucionales que demanda el movimiento indígena nacional por el pleno reconocimiento de sus derechos y culturas, el foxismo dijo todo al crear una Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI por sus siglas en español) para desaparecer al caducado INI que, si bien ya en liquidación, era administrado por primera y única ocasión por funcionarios indígenas. No, el "indigenismo" es demasiado importante como para dejarlo a los indígenas. Así, del indigenismo priísta que al final se deshizo entre los dedos de Zedillo y compañía quedó una oficina discrecional, vecina de piso del presidencialismo en pareja que hoy padecemos.

La política social, dictada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, obedece al diagnóstico de que los indios necesitan una mano, unos cuantos discursos, Oportunidades (el programa) para un millón de familias, el reconocimiento a sus artesanías. Vocho no pero sí changarro. Y un cerco militar (otra vez, no exclusivo de Chiapas) cuyo presupuesto se cuece aparte, pero resulta más visible en muchos territorios indígenas que los kilos de "ayuda" de las señoras.

No porque sean despreciables esas sumas de dinero --y que tan chiquitas se hacen al aplicarse--, sino porque no retribuye verdaderamente los que se ha quitado y se sigue quitando a los pueblos. La mayor deuda de México no es con los acreedores imperiales, sino con sus pueblos originarios.

Las comunidades de Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Estado de México, Jalisco, Michoacán, Durango, hablan de restitución. De que se haga justicia a los agravios. Están tomando en sus manos el gobierno, la elección de autoridades y la creación de instituciones propias.

Esto se expresa hoy en la emergencia del mediáticamente eficaz Ejército de Mujeres Zapatistas en Defensa del Valle de Allende, compuesto por mujeres mazahuas del Altiplano que dicen ya basta al despojo de tierras, al saqueo de recursos, a la inundación de sus tierras. Una más de las incesantes manifestaciones de protesta y acción para defenderse y construir alternativas propias.

Pierde el tiempo el Estado si persiste en tratar a los pueblos según la foto fija que heredó de gobiernos pasados, y les sigue aplicando un tratamiento de contención contrainsurgente y asistencialista.

La transformación cultural, política y civilizatoria de los pueblos indios contemporáneos es profunda, atraviesa la frontera norte, y tiene repercusiones de una vastedad que ignoran los programas, discursos, informaciones y cálculos mediatizadores del poder político. Hoy es mañana, no ayer.
 
 

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