La Jornada Semanal,   domingo 17 de octubre  de 2004        núm. 502

Frida Kahlo: una investigación estética

Paul Westheim

Una pintora notable, una artista creadora, entre los muchos hombres y mujeres que se dedican a variar, hábil y diligentemente lo que se está pintando –y cómo se está pintando– en su momento y en su época. En la historia del arte, en los museos, en las paredes de los coleccionistas privados, ellos ocupan el mayor lugar. Son los talentos amables, son todos aquellos que "tienen mucha facilidad para pintar", y grandes sectores del público los estiman y admiran. Los otros –Frida Kahlo es de los otros.

Sus cualidades son: su factura pictórica, su oficio, sutil y expresivo, una paleta rica en gradaciones que brinda al ojo un goce sensual. Cuando Frida Kahlo pinta flores, no son estas estilizaciones decorativas que sirven para llenar una superficie encuadrada. Las flores de Frida Kahlo se despliegan en el espacio pictórico, florecen en las vibraciones de su colorido, y al través del colorido sugieren su fragancia.

Un ser humano fustigado por experiencias espirituales, anímico-mágicas, experiencias muy suyas, que desde profundidades arcanas pugnan por surgir a la superficie de la conciencia, por erigirse en una segunda personalidad imaginaria, o quizá más real que la otra, a la que en cualquier momento está dispuesta a desplazar. Frida Kahlo ve visiones.

Y Frida Kahlo tiene el don de dar a sus visiones expresión pictórica. Sus obras son realizaciones plásticas, no mera fantasía onírica –como muchos de los cuadros del inglés Blake. Lo subconsciente se vuelve imagen, expresada en un lenguaje que no saben leer todos, pero sí aquellos que tienen trato con las cosas del espíritu.

Así como existen pintores que convierten una realidad agudamente observada, en un ensueño de belleza irreal –Vermeer fue uno de ellos– Frida Kahlo logra convertir sus ensueños fantásticos, irreales, en realidad plástica, mediante aquel hechizo legado al artista –si éste es más que un profesionista de la pintura– por el mago que tallaba los fetiches para la tribu.

Frida Kahlo no pertenece a ninguna escuela, a ninguna tendencia, a ningún movimiento. Vive al margen del jaleo. Es una artista que se realiza plasmando sus visiones y fantasías. Quizá lo que la obliga a crear sea la necesidad de librarse de esas fantasías y visiones que la acosan, angustian y atormentan. El lenguaje mudo de la pintura es grito para ella. Es grito y sublimación y catarsis. Y pensamos en Goya, en el Goya de los Caprichos, que cubre las paredes de la "Quinta del Sordo" con los engendros de su fantasía desbordante, en que anticipa, cien años antes, a Freud.

La pintura de Frida Kahlo es siglo xx. Aquellos artistas, "dispuestos a cumplir con las tareas de su época", que se hallan encerrados en su torre de cemento armado tapizada de programas e ideologías –en comparación con la cual la torre de marfil del año de la nana parece abierta al gran aire–, quizá movían la cabeza al leer esto. Pero esas creaciones sólo podían ser concebidas y realizadas por un ser de nuestro siglo cuya imaginación esté impregnada de las corrientes espirituales de la época. Lo que hay de Freud, de surrealismo, de pensamiento mágico, en la pintura de Frida Kahlo, seguramente no es cosa asimilada al través de lecturas, sino suyo, suyo por naturaleza, es su forma propia y particular de vivir el mundo. Pero esta forma de vivir el mundo, este modo de expresión pictórica, ha sido alentado por la actitud animicoartística que produjo a Paul Klee, a Juan Miró, a Max Ernst, a otros más y que nuestra época ha aceptado como un punto de arranque para la creación plástica. Cuando Courbet proclamó al realismo Integral, cuando Monet entrenaba los ojos de sus contemporáneos para gozar los fenómenos del color y la luz, en aquel mundo pretérito un arte como el de Frida Kahlo habría sido rechazado como estrafalario y absurdo, quizá ni siquiera habría sido posible. Los coetáneos del Goya de los Caprichos tampoco lo comprendieron, sólo que el respeto ante el gran maestro los hizo tolerar esas pesadillas pintadas, como inexplicables sintomas de vejez.

Las dos Fridas se llama uno de sus cuadros. La una es la Frida que vive en Coyoacán; que a veces aparece al lado de Diego en alguna reunión, ataviada con su traje regional, que –como ya tantas veces– se halla tendida en una cama de sanatorio, para restablecer la salud de un cuerpo maltratado por una ciega fatalidad. La otra es la Frida de las fantasías, de las angustias vitales y mortales, de los ensueños y visiones.

El arte de Frida Kahlo es femenino en un sentido específico. Diego escribe en un artículo, publicado en el Boletín del Seminario de Cultura Mexicana: "Frida es el único ejemplo en la Historia del Arte, de alguien que se desgarró el seno y el corazón para decir la verdad biológica de lo que siente en ellos... La única mujer que ha expresado en su obra de arte los sentimientos, las funciones y la potencia creativa de la mujer, con Kalía-Teknika insuperable." Son dos los centros en torno a los cuales gira todo su ser, todo su sentir femenino: el amor, su amor a Diego, y el parto, que ha sido negado a la Frida real y que la otra Frida vive en su fantasía con apasionada emoción.

Pinta aquel cuadro de doble fondo, en que las dos componentes de su mundo ideológico y sentimental se entrelazan en una trabazón mágicomística. Diego, descansando en su seno, simultáneamente como hombre y como niño. En el fondo la diosa de la tierra, el sol –fecundador de la tierra en el mito del México antiguo– y la luna, que protege el crecer y madurar de las siembras. Símbolo del Universo, que aquí, en esta tela, brota de una matriz. Pinta con una intuición que quisiera yo calificar de real surrealista, su propio nacimiento: Frida saliendo del seno de su madre, como Xólotl, en el dibujo del Códice Borgia, sale del seno de un caracol marino, símbolo del nacimiento y la fecundidad. Hace algunos años el ingeniero José Domingo Lavín sugirió a Frida pintar un "Moisés" a base del libro de Freud, aquel libro problemático en que un espíritu profundo se ha dejado seducir por un, digamos, capricho. Frida Kahlo no pintó al Moisés bíblico, pero tampoco al de Freud. Lo que excitó su fantasía fue la leyenda del nacimiento de Moisés, el recién nacido en la cesta que las olas llevan a la playa, la princesa a quien se le brinda el Nilo, dador de la vida en el antiguo Egipto. En hebreo "Moisés" significa: "aquel que fue sacado de las aguas". Quizá lo que le fascinó en la leyenda no fue la milagrosa salvación del niño, sino el milagro que sucedió a la hija de los faraones cuando encontró entre los juncos a esa criatura a la que ella podría criar y cuidar maternalmente. Quizá le haya emocionado la explicación que Freud da a la palabra "cesta". "Cesta –explica– es la matriz expuesta y el agua significa la fuente materna al dar a luz una criatura." Frida pinta al Moisés adolescente, al héroe llamado a dar a la humanidad el concepto de un Dios único, encuadrado, como de un pimbo, de los grandes héroes, del espíritu de todos los tiempos, de todos los pueblos, de todas las ideologías. No pinta una interpretación de Moisés: lo que pinta es su propia vivencia, es, como todo lo que pinta, Frida Kahlo. 

"Lo que quise expresar, más intensa y claramente –dijo en una charla en que trató de explicar las intenciones que la guiaban al crear esta gran obra– fue que la razón por la que las gentes necesitan inventar o imaginarse héroes y dioses es el puro miedo. Miedo a la vida y miedo a la Muerte."

El misterio de la vida, que hipnotiza la mirada del hombre como el rostro petrificante de Medusa, es el subsuelo anímico en que está arraigado el crear de Frida Kahlo y que da a sus obras la cuarta dimensión, la de lo humano y espiritual. La angustia primordial de la criatura humana, tan frágil, tan mal dotada ante lo inmenso, lo inefable que es nuestra existencia entre nacimiento y muerte, el milagro una y otra vez renovado que para ella –mujer– es amar y parir.

Y no dejemos de observar que el enigma de la existencia no lo concibe como Durero y muchos otros desde la muerte sino –femeninamente, maternalmente– desde el nacimiento.

Es evidente que un camino de retablos –esa manifestación originalísima del arte popular mexicano– conduce al modo de expresión plástica de Frida Kahlo. Roberto Montenegro, que posee una especie de sexto sentido para detectar lo específico de la fantasía plástica del pueblo, dice en su libro, recién publicado, Retablos de México: "En ellos lo ingenuo y lo sentimental alternan en un plano de tragedia anecdótica, no sin realizar, inconscientemente, un género de pintura que por concepto enigmático, alcanza los linderos del superrealismo." Tal vez se podría decir que en la obra de Frida Kahlo aflora una tradición. Pues una de las particularidades de los retablos, en que consiste precisamente su mayor encanto, es que no sólo narran sucesos impresionantes que ocurrieron, sino que al mismo tiempo expresan el trasfondo mágico del suceso real, el sentido suprarreal de lo que ocurrió: el milagro que se hizo, gracias a la omnipotencia divina, gracias a la misericordia de la Virgen.

Revelación del sentido de lo que ocurrió también lo es la creación plástica de Frida Kahlo. Y hasta su dicción plástica –ese colocar uno junto al otro, en una zona situada más allá del tiempo y del espacio, elementos heterogéneos, vinculados en una relación interna, no exterior– tiene mucho de los retablos. Claro que el intelecto diferenciado de una personalidad espiritual creadora del siglo xx carece del imperturbable optimismo que llena al pintar de retablos, y carece ante todo de la ingenuidad de aquellos artistas populares, de su fe ingenua que acepta al milagro como obra de la Divina Providencia. La actitud de Frida es la interrogación, investigación angustiosa, y el asombro de que en un mundo racionalizado sea posible el milagro. Guiada por asombro y angustia, adivina, descubre un estrato oculto de la vida, escondido bajo las realidades de la existencia y lo hace consciente y visible al través de su creación. En ello este arte suyo coincide con el surrealismo, que es un esfuerzo contemporáneo intelectual, por descifrar las dolorosas aventuras íntimas de las que nacen las angustias del alma. Pero ni siquiera esta coincidencia pasa de ser una clasificación un poco a la ligera, con el fin de situar en alguna parte, aunque sólo fuera aproximadamente la creación de Frida Kahlo. En esta artista actúa una clarividencia interna, para la que han dejado de existir los límites de lo óptico y racionalmente perceptible. Frida no se propone descifrar el enigma de la realidad; se confiesa balbuciente, se conserva su profunda emoción ante la incomprensibilidad de la vida.

Frida ha pintado muchos autorretratos. Una y otra vez se ha esforzado por interpretarse a sí misma. Todos esos retratos son distintos. Todos son interrogaciones por el sentido de la existencia, del Universo del hombre. Interrogaciones sobre todo en torno al sentido y destino de ese ser humano que es ella misma en medio del misterio de este Universo.
 

Traducción de Mariana Frenk