Jornada Semanal, domingo 17 de octubre de 2004        núm. 502

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

LA PROSA DE ACCIÓN 
DE RAFAEL F. MUÑOZ

Adentro los colorados!", gritaban los soldados orozquistas al entrar en batalla contra los "pelones" del ejército federal. Así nos lo cuenta Rafael F. Muñoz en su impecable novela Se llevaron el cañón para Bachimba ("ya ni la chingan los federales" continuaba la marcha). Álvaro Abasolo, el personaje central de la narración, fue orozquista como habría podido ser villista. Lo guiaban el destino y el afán de aventura, la deserción de su padre y el magisterio guerrero del general Marcos Ruiz.

Mucho hemos olvidado a Rafael F. Muñoz. Los cinéfilos tal vez lo recuerden por la película Vámonos con Pancho Villa de Fernando de Fuentes, basada en la novela de Muñoz (el mismo don Rafael actuó en el papel de uno de los "leones"). En la edición agotada de la Novela de la Revolución Mexicana (publicada por la legendaria Aguilar) aparecen algunos de sus textos y en las librerías de viejo a veces es posible encontrar su Santa Anna, el que todo lo ganó y todo lo perdió.

La descripción de la batalla de Cruz de Neira, capítulo central de Se llevaron el cañón para Bachimba, es uno de los grandes momentos de la narrativa de la revolución. Lucha de sombras y de granizadas de balas, ramas tronchadas, soldados profesionales del ejército federal y campesinos armados con viejas carabinas Winchester, de las fuerzas de ese opaco, pero insistente líder que fue Pascual Orozco. Todos estos elementos se juntan para crear una atmósfera alucinante en la que el entusiasmo, la ebriedad producida por el ruido de las balas y la presencia de una muerte que siempre (así lo pensaban los luchadores) pasa de lado, son la substancia de una prosa transparente, bien construida y puesta al servicio de la acción.

Muchas reflexiones sobre la génesis de las revoluciones y la psicología de los combatientes se desprenden de las novelas y cuentos de Rafael F. Muñoz. Realista a su modo, ni optimista ni pesimista, cuenta las cosas tal como fueron y esboza sus teorías con una gran prudencia haciéndolas brotar de la elocuencia de lo acontecido. Así, un espeso mezquital anuncia la ceremonia de la muerte (y la constancia de la vida) y Alvarito entra a la batalla casi como un autómata que cumple un deber que no sabe quién se lo ha impuesto. Por eso bosteza cansado mientras dispara su carabina contra los indecisos contornos de la torre de la iglesia en la cual se refugiaban los "pelones".

Las novelas de Muñoz son sagas en las que resalta el valor sereno de un Marcos Ruiz, la inexplicable osadía del muchacho Álvaro Abasolo y el oscuro liderazgo de un lejano y titubeante general Pascual Orozco. Por otra parte, la certeza de la derrota en Bachimba era compartida por todos los colorados que entraban en batalla contra los federales, disciplinados y bien armados, con una especie de resignación y de cumplimiento de una orden del destino. Hay, por lo tanto, un aliento trágico en la prosa de Muñoz y un toque de humorismo negro en los desolados comentarios de los colorados.

Viajé por el Medio Oriente e Irán, acompañando como secretario de la delegación mexicana al congreso de la Unesco celebrado en la capital del "modernizador", corrupto y represivo Sha, a Agustín Yáñez, Rafael F. Muñoz y Manuel Alcalá. Rafael (conocido en ese viaje como Raf El Muz) era Jefe de Prensa de la Secretaría de Educación y el bueno de don Manuel era nuestro embajador ante la Unesco. Recuerdo las sobremesas en un restaurante cercano al mercado de Teherán y la granizada de anécdotas disparada por el alegre e ingenioso Raf El Muz. Nos quedábamos callados para escuchar sus historias de la revolución y, de vez en cuando, le pedíamos que hiciera comentarios sobre algunos aspectos de la todopoderosa acción. Nos contestaba con la acción misma y de esa manera hacía su personal teoría de la novela.

Los jóvenes deben leer las novelas de Muñoz. Encontrarán en ellas una claridad sobrecogedora y el testimonio de un agudo observador de los acontecimientos revolucionarios.