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México D.F. Domingo 17 de octubre de 2004

Angeles González Gamio

Agasajo pictórico

Nuevamente, el soberbio Palacio de Iturbide abre sus puertas, ahora para mostrar una parte de la riquísima colección de arte del Banco Nacional de México (Banamex). En esta ocasión ofrece pintura del siglo XIX, esa centuria tan conflictiva y azarosa, tanto en lo político como en lo económico, que, paradójicamente, fue muy rica en talentos artísticos e intelectuales. No dejan de maravillar esos liberales que un día estaban en el campo de batalla, al otro escribían obras magníficas y en otro más eran diputados o combativos periodistas.

Esos cambios también se vivieron en el arte, dominado hasta ese siglo por el género histórico, que incluía imágenes religiosas o de la mitología: santos, reyes, dioses y héroes cuyos hechos y hazañas tenían repercusión en la humanidad. Los patrocinadores de estas expresiones artísticas, que apoyaban su legitimidad, eran fundamentalmente la Iglesia y el Estado.

En México la profesionalización de las artes plásticas surgió entre 1781 y 1785, con la fundación de la Academia de San Carlos, dedicada a las "tres nobles artes": escultura, arquitectura y pintura. El catálogo explica que por vez primera se estableció formalmente la jerarquización de los géneros, lo que se consolidó en 1846 con la llegada de los profesores catalanes Pelegrín Clave y Manuel Vilar, contratados para presidir las direcciones de pintura y escultura, respectivamente. Ante la demanda de la pintura de paisaje, en 1855 se invitó a incorporarse al italiano Eugenio Landesio.

Al triunfo de los liberales, en 1867, la Academia padeció una serie de transformaciones administrativas y académicas. El nombre se cambió a Escuela Nacional de Bellas Artes y los profesores extranjeros fueron sustituidos por sus alumnos mexicanos. La ideología y los sentimientos del liberalismo impregnaron todos los campos, y en las artes se manifestó exhortando a los artistas a volcarse hacia temas que recrearan lo característico mexicano. Algo semejante sucedió como consecuencia del movimiento revolucionario que se inició en 1910 y que en el arte tuvo su máxima expresión en el muralismo, inspirado en un fuerte sentimiento nacionalista.

Esta nueva visión del arte abrió el campo a la práctica de los géneros menores, lo que desarrolló el coleccionismo entre la burguesía, que favoreció estos temas, que iban más acordes con su idiosincrasia y cuyo formato más pequeño que el de la pintura histórica, se adaptaba mejor a los espacios domésticos. Así proliferaron el retrato, los paisajes, las naturalezas muertas y las flores, que es fundamentalmente lo que hoy podemos apreciar en el Palacio de Iturbide, además de la propia belleza del inmueble, que se yergue imponente en la avenida Madero, que conserva su señorío ancestral.

Destacan en la muestra las pinturas de viajeros que les fascinó México y algunos de los cuales se dice que eran espías, que reproducían paisajes y pobladores para que sus gobiernos conocieran cómo era ese país que muchos consideraban exótico y que recientemente se había independizado de España, lo que lo hacía muy apetecible. Hay obras de Egerton, Gros, Gualdi, Rugendas y Pingret; de este último se muestran sus encantadoras pinturas de los oficios y personajes característicos de la época, lo que nos permite deleitarnos con imágenes del aguador, el mantequero, la chiera, el cabecero, el arriero, las monjas, la china y el chinaco, el pastor con su capa de zacate, el guitarrero y tantos otros que nos trasladan a la vida de las calles de la ciudad en el siglo XIX.

Otro plato fuerte de la exposición son los prodigiosos paisajes de José María Velasco y de Landesio, conviviendo con retratos de Juan Cordero y Clavé. No faltan bodegones y flores de Arrieta, que adornaban los comedores y las salas de las familias pudientes, muchas de las cuales aparecen retratadas en sus haciendas y casas de campo en las afueras de la ciudad: Tacubaya, Mixcoac, y los muy audaces en el lejano Tlalpan.

Y hablando de plato fuerte, ya es hora de comer. Si es fin de quincena y quiere algo sabroso y de precio razonable, en el Pasaje Iturbide, que ocupa el espacio que otrora ocuparan los patios y áreas de servicio del ahora llamado Palacio de Iturbide, se encuentra el Café Ventura, que ofrece generosos paquetes de comida de diferentes precios, que incluyen de enchiladas a rib eye.

Si se le apetece algo más elegante, en Bolívar 12 se encuentra Primer Cuadro, que además de muy buena comida mexicana tiene tienda de artesanías de calidad y libros de arte. Entre sus especialidades sobresalen la crema de frijol, los tacos de machaca de camarón, el pollo asado al orégano y los tamales de chocolate. Los domingos, después del desayuno hay recorridos con buenos guías.

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