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México D.F. Domingo 17 de octubre de 2004

Rolando Cordera Campos

La próxima batalla

Acosada por una fractura social de la que prefiere no ocuparse más de que de vez en vez en la tribuna, la autodesignada clase política mexicana mantiene su opción por la fuga hacia adelante. En la semana pudimos asistir a simulacros poco alentadores pero claramente presentados por los medios como un adelanto de lo que puede venir en los próximos dos años.

Luego del juego de máscaras de San Lázaro, la mayoría creada al vapor puso orden en la casa y los héroes del asalto al cielo reposaron, advirtieron, votaron y fueron debidamente derrotados. La pelota fue depositada en Xicoténcatl y habrá que confiar en que el buen juicio político de los senadores se ponga por arriba del malestar que les produce a algunos la existencia de López Obrador, cuyo nombre completo no pueden pronunciar, y se apresten a enderezar el rumbo de un federalismo que de silvestre se tornó en estas semanas federalismo salvaje, puesto al servicio de causas políticas apresuradas y carentes de cualquier sensibilidad estratégica y federal. La victoria de la mayoría creada al vapor para desdoro de sus abiertos y escondidos arquitectos podría así pasar a mejor vida y darle a la República un minuto de descanso, hasta que suene el gong para el próximo round de esta corrosiva batalla campal que, sin embargo, hoy por hoy es de todos contra uno.

Tal vez sin quererlo, la coalición formada al calor de un justicialismo federalista falso puso en escena un cuadro de lo que nos espera en la elección de 2006. Una formación inarticulada de derecha disfrazada de campaña por el centro indefinible, pero cohesionada por el fervor antipopulista y adornada por el credo en un "estado de derecho" que se confunde con el reclamo de ley y orden a como dé lugar. Y frente a esto, un conglomerado tribal que no ve más allá de sus prebendas menores, aunque para su defensa invoque a diario la causa de los justos y el reclamo de las mayorías despojadas del mero sueño en una herencia de justicia social a largo plazo.

De cualquier forma, la disposición de los efectivos y los discursos que acompañaron a la gloriosa victoria de San Lázaro no auguran nada bueno para una democracia que no ha sido capaz de hacerse cargo de las enormes dislocaciones sociales, regionales y mentales que nos legaron las crisis del inmediato pasado y un cambio estructural impuesto desde el Estado sin adelantar medidas apropiadas de compensación y modulación económica y social. Es de este panorama que emanan la desilusión y la ira, que no son con la democracia o la globalización sino con sus efectos devastadores e injustos, porque lo que se impuso fue una visión totalista, animada de fiebres de individualismo carentes de todo sustento material y desde luego ético.

La urgencia por dejar atrás cuanto antes un pasado mal entendido y menos estudiado en su complejidad, llevó a los grupos dirigentes por senderos ignotos que no supieron transitar y de cuyos callejones no han podido salir. De aquí la sensación de encierro, de no tener salida, que embarga nuestra política y, sobre todo, lo que nos ha quedado de vida en común para pensar e inventar horizontes mejores.

No se ve para cuándo vendrá el despeje de tanto enredo, pero lo que más preocupa es el desenfado con el que las elites, en realidad lo que queda de ellas, observan y estudian la situación social de México. Atrás, en el olvido, los "grandes problemas nacionales"; proscritos los compromisos, así sean de mero compromiso, con la justicia social o la construcción nacional, lo que queda es un intercambio rijoso donde los dirigentes prueban sus respectivas astucias para luego descubrir que lo que tienen es prestado, o que ha sido empeñado en el altar de la construcción de imagen. Sólo les queda asistir de mirones al banquete de los dueños de los medios, a tributar como es debido a la espera de algún favor en el noticiario de la tarde.

La polarización social que es evidente para todos salvo para los que han hecho de la política una profesión, se acercó en estos días a su ominosa traducción en polarización política. Puede servir de consuelo a algunos imaginar que éste es el único camino para arribar a una normalidad democrática que nos haga presentables ante el mundo (léase por tal la inversión trasnacional), pero lo que puede más bien sobrevenir es una llamarada nutrida por el hartazgo y la indignación ante el desprecio de los pocos favorecidos por el cambio, mientras los exegetas tardíos de la decencia postmoderna hacen discursos vacíos pero vitriólicos contra el populacho y quienes se atreven a proponerlo como actor legítimo de la política democrática.

Si esta es la batalla que viene, más nos vale empezar a hacer fila para el próximo Congreso Eucarístico

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