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México D.F. Viernes 15 de octubre de 2004

Andrés Aubry

El Congreso indígena de 1974, 30 años después

Hace 30 años, los eminentes especialistas de Las Casas convocados en San Cristóbal a un simposio por el entonces gobernador de Chiapas, doctor Manuel Velasco Suárez, estaban persuadidos de que 1974 era el 500 aniversario del nacimiento del fraile. Helen-Rand Parish todavía no había aportado las pruebas de que su verdadera fecha era, en realidad, diez años más tarde (1484-1474).

Para el gobernador, cuyo sexenio coincidió cabalmente con el de Luis Echeverría, era también otra celebración clave, la del 150 aniversario de la ratificación de una primera incorporación de su estado a México (1824, fecha también de los inicios de la lucha federalista y guerrillera de Joaquín Miguel Gutiérrez, cuyo apellido adorna Tuxtla, la capital de Chiapas). Se repetía insistentemente: "todo Chiapas es México".

Después de los incumplidos acuerdos de San Andrés (que reconocen en los pueblos indígenas a los fundadores del país), es interesante recalcar cómo esta doble fecha reunió a los indígenas de Chiapas, quienes mostraron masiva y elocuentemente su identidad histórico-social, así como su lugar en el país. Fue un susto para los coletos: cerraron las cortinas de hierro de sus tiendas ante la sorpresa de tanta "indiada" (mil 131 tzotziles, tzeltales, tojolabales y choles con voz y voto, más intérpretes, asesores para la logística, observadores -incluido a veces el gobierno estatal- y una consistente representación de la prensa, no sólo la nacional).

La asociación de los indígenas se debe a don Samuel Ruiz, argumentando su carácter de obispo de Chiapas en ejercicio y de último sucesor de Las Casas. Convenció al simposio referido de que sería un insulto celebrar sin ellos las dos fechas, y se dedicó la celebración de un primer Congreso Indígena Fray Bartolomé de Las Casas (o sea, no sólo un acto académico sino una celebración popular), el gobernador encargándole la tarea de su preparación, la cual culminó nueve meses después. Allí, mucho antes de la Catedral de la paz (1994), San Andrés (1995-1997), y las gestiones respetuosas (controvertidas por algunos) de las juntas de buen gobierno (2004) con el estado de Chiapas, se manifestó brillantemente y con dignidad el afán de diálogo de los indígenas con la sociedad, sin excluir alguna participación del gobierno.

1974 está en el corazón de un sexenio que fue, para Chiapas, no sólo un cambio sino una mutación, es decir, un parteaguas y el arranque de un nuevo destino. Las opciones campesinas de Echeverría -que pretendían ser la confirmación de un vínculo con la Revolución Mexicana- trataban de lavar la trágica fama de su papel en 1968; de allí empezaron a renacer "los herederos de Zapata", como explicó Armando Bartra. La década es además el clímax de la desaparición del "desierto o soledad de los lacandones", por la irreversible ola migratoria de los pioneros indígenas que la iban poblando para compensar las tierras que les estaba quitando el sistema de fincas con deuda y enganche, y cuando -subraya Neil Harvey- la comunidad indígena dejó de ser la "revolucionaria institucional" del PRI y del INI para transformarse en la promesa de una nueva sociedad alternativa. Es además el periodo del boom petrolero que encareció y empobreció la vida cotidiana de los campesinos, además de contaminar sus tierras y robarles el agua; y también la de la construcción de las presas faraónicas que sepultaron la riqueza agrícola de Chiapas y lo convirtieron, junto con el oro negro, en emporio energético, sin compensación ni industrialización local, pero sí con presos.

Al mismo tiempo que nacía un nuevo y anárquico Chiapas, había nacido en Vaticano II y luego en Medellín otra Iglesia. Quien estaba encargado de la preparación del congreso era uno de sus principales voceros en el continente. Tenía un antecedente. Estando al frente de la Comisión Indígena del Episcopado, había reunido cuatro años antes a catequistas en Xicotepec para que ocuparan dignamente su sitio en la Iglesia; sus actas se intitulan: "Indígenas en polémica con la Iglesia". En 1974 ofreció a los indígenas de polémica el congreso, de la misma manera transparente, tomando su lugar en la sociedad. En Roma y en Medellín se había retratado la práctica de la Iglesia como una dialéctica de denuncia/anuncio. Las denuncias del congreso fueron lo que más dolió al establishment. El anuncio se mutó en cuatro propuestas sobre tierra, comercio, salud y educación, los ámbitos sociales más cruzados por la vida cotidiana del indígena, los que más la victiman (en los diálogos de San Andrés, cada noche, después de la negociación con "la gobernación", los delegados del EZLN optaron en sus informes de prensa por el mismo método: una exposición de los temas con sus respuestas, y denuncias documentadas como diagnóstico y justificación de sus propuestas). En San Cristóbal se tomó otra opción de Xicotepec: para que los indígenas pudieran sincerarse mejor, agilizar el análisis conceptual y dinamizar las propuestas de una nueva práctica, se aconsejó que la lengua de los debates fuera la nativa. los intérpretes traducían de un idioma indígena a otro, y el español estaba reservado a las conferencias de prensa.

El congreso fue un instrumento tan insólito que los medios nacionales empezaron a hablar de Chiapas antes de su celebración para contextualizar los futuros artículos de los reporteros (Excélsior, todavía de Julio Scherer; también El Día). Sucedió pues que el congreso le robó la nota al petróleo, el gas de Reforma, a las presas hidroeléctricas, etcétera, para enfocarse en la organización de los indígenas, en la selva como escenario inédito, y el chamula. Nunca los pueblos indígenas habían gozado de tanta cobertura periodística.

El gobierno pirateó el acto que le hacía sombra, improvisando pálidos remedos. Al vapor se encargaron al INI simulaciones de congresos indígenas (en Santa Ana Nichi, en Pátzcuaro) que no lograron impacto.

Pero, después de su celebración, otros entendieron el llamado. Sesentayocheros recordaron los acentos de Mariátegui, quien veía en el campesinado indígena la raíz y la más significante expresión de los países latinoamericanos. Chiapas vino a ser el rumbo de una nueva izquierda no partidista que dejó en paz a la vanguardia proletaria. Pero como la selva y los Altos eran todavía para ella tierra incógnita, solicitó, por las buenas o de contrabando, el pasaporte del poscongreso. "Los herederos de Zapata" volvieron a despertar. Si la década de los 70 fue la de ellos, la de los 80 alumbró a multitud de "organizaciones" civiles, de productores, de "uniones", "bloques", "convergencias", "alianzas" que dieron tanta nota a los periodistas de los 80 en que nacieron y en la de los 90. Ya es lugar común de los analistas que, de alguna manera, todas las siglas que disparó la actualidad social campesino-indígena brotaron de la órbita del congreso.

Aun en el zapatismo. Anónimamente, los más viejos (aludiendo tanto a su larga preparación como al evento final) confiesan; "allí es cuando se nos nació la conciencia".

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