![]() HUGO GUTIÉRREZ VEGA Mi teoría de Andalucía está entretejida con las memorias de mis parientes montañeses (ahora cántabros) que, a fines del siglo xix y a principios del xx, salieron del Valle de Pas (por eso se les llama "pasiegos") para establecerse en Andalucía, especialmente en Sevilla y en Cádiz. Casi todos abrieron cafeterías o bares y, con bastante celeridad, se enriquecieron. La excepción fue un mi tío que nunca pasó de encargado de un bar en el sevillano barrio de Triana. Recuerdo uno de los negocios familiares: la panadería y confitería "La española", situada en las inmediaciones de la calle de Sierpes. En ella se preparaban los panes santanderinos: sobaos y quesadas y se servían unos helados pantagruélicos coronados de fresones o de zarzamora. Mi primo hermano, a la muerte de su padre, intentó continuar con el negocio, pero lo derrotaron la artesanía tradicional lenta y honrada, la competencia de las grandes cadenas y una serie de contratiempos financieros a los cuales ya no pudo enfrentarse. Ignoro dónde quedaron los hermosos estantes y mostradores de madera labrada de "La española". Supongo que algún anticuario se quedó con ellos en medio del naufragio. Tengo en la memoria gastronómica el sabor a mantequilla verdadera de los sobaos y los banquetes ofrecidos por el tío Paco: Cuencos enormes de gazpacho y "pejcaíto frito". Rafael Alberti, en las largas tardes del verano de Roma, alimentó mi idea de recorrer paso a paso los caminos andaluces. Así lo hice varias veces y me detuve un par de noches en el Puerto de Santa María para rendir homenaje a su (nuestro) poeta. Una noche en Granada vi la placa que recuerda unos versos de Francisco de Icaza. Fueron improvisados una vez que don Francisco salía, con su esposa, de la prodigiosa Alhambra. Se acercó un ciego a pedir limosna y la señora, ocupadas las manos con la sombrilla y el bolso, no le dio la limosna pedida. Icaza, a la sazón ministro de la Legación Mexicana, así le dijo: "Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada." Alberti recordaba además una tarde de lluvia en el Paseo de los Tristes y una noche de cante en el Albaicín. Luis Rosales me dio otras claves para acercarme a la Granada de todos los tiempos y Félix Grande me enseñó algunos de los muchos misterios del cante jondo. Félix nació en Mérida, pero siendo muy pequeño su padre, guardia civil republicano, se llevó a la familia a Tomelloso, un poblado manchego famoso por sus vides y sus buenos vinos peleones (ahora ya los he visto, etiquetados y clasificados, en las notas de prensa). Félix fue pastor en sus mocedades, emigró a Madrid, comenzó a escribir y, al poco tiempo, se convirtió en uno de los mejores poetas de su generación y en el más notable de los historiadores del flamenco. Escuchó el cante desde muy niño, pues la zona manchega donde vivió reclinaba la cabeza en los hombros de Jaén y organizaba conciertos en los que participaban cantaores de todos los rumbos, muy especialmente los dedicados a ese bellísimo género que es el de las "mineras" de la zona de Murcia-Cartagena. Ahí, Félix vio nacer su afición y vocación. Ambas están recogidas en su libro Memoria del flamenco. Con Luis Rosales conversábamos largo y tendido en las sobremesas de su siempre hospitalaria casa. Luis llevaba sobre los hombros el peso de la calumnia relacionada con su amigo Federico García Lorca. Todo era de una falsedad indignante, pues Luis y su familia intentaron hasta el final salvar a Federico. Los historiadores hablan de la forma en que Luis, ya pasada la tragedia, arrojó su credencial de la Falange a los verdugos. Sin duda que su poemario La casa encendida es uno de los libros fundamentales de la lírica española del siglo xx. Sevilla, Granada, Jaén, Cádiz,
Ronda... por esos rumbos fui haciendo mi teoría andaluza. Alberti
y Rosales, Federico y Félix, mis primos pasiegos-sevillanos y la
luna sobre la Giralda, me dieron los elementos para construirla. Lo que
me sucede es que me gustaría actualizarla constantemente.
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