Jornada Semanal,  domingo 3 de octubre  de 2004                núm. 500

Luis Tovar

DÍAS DE CINE (V)

Estos días de cine, que se han hecho eco de la programación del 24 Foro Internacional de la Cineteca, tienen que ser desgraciadamente interrumpidos por una noticia que no por previsible es menos grave, preocupante y encabronante. Finalmente las compañías distribuidoras consiguieron lo que buscaban: ganaron los amparos mediante los cuales la fórmula legal conocida como el peso en taquilla está, ahora sí para siempre, enterrada en el camposanto de buenas intenciones donde han ido a parar todos los esfuerzos por mejorar en algo la situación del cine mexicano.

Alguno pensará que se trata solamente de una más de las ignominias prohijadas por nuestro maravilloso sistema de gobierno; total, si del presidente de la Suprema Corte de ¿Justicia? para abajo no hay ni a quién irle, ¿qué se puede esperar de un asunto que de ninguna manera tiene sobre sí unos reflectores como los que están encima de los desafueros a güevo, las esposas candidatas, los hombrecitos gastalones que andan en muletas, y demás orgullos del folclor político?

Inclusive hubo Alguien capaz de afirmar que los amparos fueron ganados porque la medida del peso en taquilla era anticonstitucional. Simple y llanamente, no es verdad, pero aun si lo fuera, habría que decir con Sancho Panza: "Si la Ley no sirve al hombre, lo que no sirve es la Ley." La iniciativa correspondiente, aprobada por el Poder Legislativo, así como otras medidas que fueron diseñadas para apoyar a nuestra producción cinematográfica, sólo pueden ser calificadas como anticonstitucionales por quienes resultan beneficiados del inmovilismo legal; que todo siga como está porque así me conviene, que la ley no se modifique mientras me beneficie, y cuando no, bienvenidas las "reformas estructurales", ese chocante eufemismo con el que suele nombrarse la adecuación de las leyes en beneficio de unos cuantos que quieren más tela de donde cortar.

Tanto aquí como en otros espacios se dijo que el peso en taquilla no era, ni de lejos, una panacea gracias a la cual nuestro cine iba a pasar, como por arte de magia, de la precariedad a la abundancia; pero se dijo también que aun insuficiente, la medida apuntaba de manera positiva hacia algo más importante que una equis cantidad de dinero: hacia la confección de un marco legal en correspondencia con nuestra realidad y necesidades. Por eso, tanto aquí como en otros espacios se habló de que al peso de cada boleto –pagado por el público, no por las distribuidoras ni por las exhibidoras– debía añadirse por lo menos un peso más salido de las arcas estatales. Ya era mucho pedir que la voracidad de las distribuidoras les permitiera aceptar una disposición que los obligara a poner –ellos, no el Estado ni el público– siquiera un peso más, pero si antes era un disparate pensarlo, imagínese ahora que, como si estuvieran emulando al secretario totalmente palacio, se llenan la boca de legaloidismos convenencieros.

EL ÍNTER DE LOS AMPARADOS

Durante el lapso que le tomó a los tribunales de este país de caricatura ponerse una vez más del lado de los pudientes, sucedieron algunas cosas. Mientras los amparos chicaneros fueron "estudiados" y concedidos, quedó en el limbo una bonita suma de dinero –arriba de doscientos millones de pesos–, misma que nadie de los involucrados sabe o quiere decir a qué bolsillos irá a parar.

Mientras, también, el costo del boleto para ver una película subió para jamás bajar, y no nada más un peso, pues según los amparados y sus contlapaches exhibidores, los "costos administrativos" para manejar un peso ascienden algo así como a dos cincuenta.

Mientras, en un efecto dominó inevitable, los amparados van a sentirse más a sus anchas haciendo lo que se les dé la gana con la discrecionalidad tácitamente otorgada para mutilar películas por la vía del doblaje.

Mientras, aumentó la de por sí larga distancia que nos separa del sueño de contar con un marco legal siquiera medio parecido al que disfrutan cinematografías como la francesa, la brasileña y la argentina.

Y mientras, también, otro Alguien se ha entregado a la bajeza inaceptable de tirar la piedra y esconder la mano, enviando mensajes electrónicos anónimos en los que se acusa a Alfredo Joskowicz en particular y al imcine en general de ejercer favoritismos en la asignación de apoyos. A ese Alguien, que no sé si me enteró de su cobardía sólo a mí o a muchos otros, le pido un sencillo favor: que dé la cara o que se abstenga de abrir la boca.