Jornada Semanal, domingo 3 de octubre de 2004                   núm. 500
LAS ARTES SIN MUSA
Jorge Moch 

CAUDA DE MALDAD
 

 

De tomar por cierto ese lugar común que reza que no hay mal que por bien no venga, los héroes no se la van a acabar nunca. Aunque el discurso de los programas de acción es el triunfo inobjetable del bien, el balance es abrumador: por cada paladín de la justicia hay cientos de villanos, némesis precursores de maldad y vileza. Casi como en la geografía humana mexica, donde ya no es fácil distinguir quién es qué y ya vimos de todo, desde sensuales divas dominatrices de calabozo acusadas de estupro luego convertidas en santas de presidio, hasta supremos magistrados de justicia aficionados a los arrimones en lo oscurito y presidentes conspiradores a los que solamente les falta acariciar un gato negro en el regazo mientras ríen desde su guarida porque van a acabar con el rayito de la esperanza.

Desde los primeros dibujos animados y recogiendo una añeja tradición narrativa enraizada en prácticamente todas las literaturas del mundo que primero pasó por el cine y la radio, el meollo del asunto es la lucha del bien contra el mal. La cosa es que los héroes siempre son los mismos, mientras que los villanos tienen de sobra jugadores en la banca, y a veces atacan todos de montón. Algunos villanos, como el Coyote Willy de los Looney Toons o Pierre No doy Una son entrañables y sujeto de ciertas ternezas, mientras que otros como el asesino de Epitafios o Catalina Creel son temibles, odiosos y de ninguna manera alguien que quisiéramos tener entre la parentela.

Los villanos son, puestos a comparar, el grupo más interesante, con rasgos más variados y una incuestionable riqueza de caracteres y patologías. Sería imposible un minucioso recuento de la particular estética conceptual de los villanos. Muchos de los villanos de los últimos tiempos son ramas del árbol genealógico de las series japonesas de ciencia ficción popularizadas desde mediados de los sesenta, como Ultraman (1966) y su parentela –Ultraseven, Goldar, Nexus et al. Formidables villanos nacieron entonces, como el greñudo Rodak y sus huestes de lugones, el monstruo Goa, que era una metálica aleación de dragón de Komodo e inspector del Seguro Social, y otros monstruos y villanos representativos de la más afiebrada exobiología, como el Barón Araña, Peguila, Noronda o ése que apareció en el capítulo 12 de Ultraman Ace (1972) y cuyo nombre es sin duda el más claro ejemplo de poesía japonesa en movimiento: La Roja Flor del Cacto Infernal, casi un haikú por sí mismo. La herencia directa de esos programas, los Power Rangers norteamericanos son, por encima de su proverbial ñoñería, el ejemplo más claro de la bíblica capacidad de los villanos de crecer y multiplicarse. En los dibujos animados la villaniza es inconmensurable, casi infinita. Hay villanos rascuaches y aburridos, como los que hoy hipnotizan a nuestros niños en Yugi-oh, originales, como el Mojo Jojo de las Chicas Superpoderosas, chimpancé de laboratorio que mutó en supervillano por exposición al "químico X", o visualmente inquietantes como Skeletor o el Munra de los Thundercats.

Desgraciadamente la producción de villanos superferolíticos para la televisión es casi toda de importación. La producción doméstica, como ya se sabe y repite, es exclusivamente para la política nacional. Lo malo es que esos bichos sí se pueden salir de la tele.

Hace cosa un mes este atrabancado aporreateclas afirmó, y pretendió sostener después –me enseñaron desde escuincle que aunque se equivoque uno, lo haga con toda la seguridad–, que don Óscar Pulido formó parte del elenco de El rey del barrio, una de las más famosas comedias de Tin Tán. Efectivamente, como bien lo señalaron por correo electrónico Marcos Ontiveros Zavala y el colega tapatío Francisco Arvizu, Pulido no estuvo en ese reparto. Jalón de orejas para este columnista y para el banco de datos que usó como fuente. Una disculpa al respetable y a los colegas, y un sincero agradecimiento a los dos lectores que se tomaron la molestia de hacer ver a un servidor la intensidad del rebuzno.