Jornada Semanal, domingo 3 de octubre de 2004        núm. 500

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

HABLA UN PENSIONADO

"Vengo a entregarle su tarjeta de pensión alimentaria", dijo la amable voz de la educadora Carolina Tapia, funcionaria del Gobierno del Distrito Federal. Abrí la puerta y entró a mi casa con paso firme. Le entregué las dos copias de mi acta de nacimiento. Las cotejó con el papel amarillento y ajado de la original y recibió las dos copias de mi credencial de elector. Me explicó amplia y claramente la forma de funcionamiento de la benemérita tarjeta, firmé el contrato y pasamos al llenado de las secciones del estudio socioeconómico. Algunas de las preguntas me entregaron la certeza de que pertenezco a una generación en pleno declive o, digamos, en vuelo de picada hacia lo que no sabemos. Al ver que sigo bastante vivo, hizo las preguntas de rigor con buen talante. Tuve la tentación de contestar humorísticamente, pero, ante la benévola seriedad de mi interrogadora preferí ajustarme a los términos del cuestionario y le dije que nací en 1934, que el primer mandatario de este país es el señor Fox y que ese día era un martes. Le aseguré que conservo el control sobre mi vida y mis actos y que mi autonomía sólo está limitada por las asumidas ligazones amorosas.

Terminamos la encuesta, me entregó mi tarjeta de pensión alimentaria y se despidió amablemente. La acompañé a la puerta (en mi casa ir de la sala a la puerta es cuestión de cinco pasos) y me quedé observando cómo se dirigía hacia el departamento de una anciana vecina que ya la esperaba en el umbral.

Esta experiencia que me entrega la noción precisa de mi edad y de mi salud, cada día más cariacontecida, me sirvió para reflexionar sobre el Welfare State y el populismo. Revisé algunos textos y llegué a la conclusión de que la pensión alimentaria para los ancianos es un acto de justicia y de compasión que honra al Gobierno de la Ciudad de México. Mi vecina (vivo en un bloque de departamentos construido por el issste) me aseguró que ese dinero le permitirá adquirir las medicinas y los alimentos indispensables para mejorar sus condiciones de vida. Personalizó el donativo y llenó de alabanzas al Jefe de Gobierno. Pienso que todos los ancianos de esta hermosa y terrible ciudad tienen los mismos sentimientos agradecidos y no me detuve en consideraciones sobre el aumento de popularidad del mencionado personaje político. Simple y llanamente festejé su atinada medida y, junto con todos los vejestorios defeños, agradecí su acto de justicia, equidad y compasión. Estas tres cualidades son muy escasas entre los miembros de la clase política y son más poderosas que cualquier actitud calculadora que fija los ojos en los índices de popularidad.

Muchos panistas y priístas han hablado del populismo desplegado por López Obrador. Les ruego, como anciano digno de cierto respetillo, que no incluyan en sus ataques a la pensión alimentaria. Les aseguro, por otra parte, que este acto ya figura entre los mejores momentos del Estado de bienestar entendido como gestor del bien común y de la equidad socieconómica. La pensión es pequeña, es cierto, pero no olvidemos que en nuestro injusto país hay jubilados que reciben menos de dos mil pesos al mes. Para ellos la pensión significa una importante ayuda.

Haciendo cola en el issste, junto a otros seres de la tercera edad, con el objeto de demostrar que todavía no le doy el alegrón de mi muerte al benemérito Instituto, pensé en la situación de tantos y tantos ancianos jubilados que tienen que recurrir a la ayuda de los hijos para salir adelante. Muchos de ellos no resisten la situación y prefieren una salida decorosa. Por eso me emociona el acto de justicia y de compasión realizado por el Gobierno de la Ciudad. No importa que les llamen como les llamen, señores del gobierno capitalino. Los viejitos y los muchachos que reciben sus útiles escolares les estamos agradecidos y encomiamos sus esfuerzos a favor de la justicia social.