Jornada Semanal,  3  de octubre  de 2004         núm. 500

ANA GARCÍA BERGUA


LA INVASIÓN 
DE LAS BOLSITAS AVIESAS

Las bolsitas de plástico se están convirtiendo en un asunto de lo más delicado, ¿no se han dado ustedes cuenta? Nunca en mi vida he recibido yo tantas bolsitas de plástico como a últimas fechas. Compro un cuaderno y me lo dan en una bolsita de plástico. Compro una sandía y también. Un alfiler me lo entregan en una bolsa de plástico de dimensiones gigantes. Guardamos sándwiches y asamos pavos de Navidad en bolsas de plástico, y tomamos refrescos en bolsas de plástico con popotes. Hay hombres que en los altos ofrecen bolsitas de plástico; si nos negamos a aceptarlas, nos miran con reprobación, como a unos redomados cochinos que no guardamos la basura en una bolsita de plástico, como si eso la hiciera desaparecer. Compramos bolsas pudibundas para tirar la basura; su negrura pretende ocultarla y confundirse con el espacio exterior, hacernos pensar que realmente se irán por un túnel oscuro a otra galaxia. La gente se protege de la lluvia con bolsas de plástico.

Las bolsas de plástico contienen todo, pero no hay nada que las contenga a ellas; nada detiene su acelerada reproducción, pareja a la de los humanos, no hay enfermedad ni catástrofe que las acabe, como tristemente nos pasa a nosotros y a los animales. Por eso he llegado a pensar que quizá la bolsita de plástico es el emblema imperecedero de nuestra civilización. De hecho, si uno tiene la mala suerte de morir en la vía pública, lo más probable es que lo guarden en una bolsa de plástico, cuyo único rasgo distintivo será un largo zipper. Las series policíacas, en nuestros días, han perdido toda gracia o movimiento: ahora los detectives se ocupan de analizar, microscopio mediante, las colillas y las escupitinas guardadas en bolsitas de plástico, y los asesinos palidecen ante bolsitas culpabilizadoras. Hace unos años, ¿se acuerdan?, alguien hizo un experimento que consistía en encerrar a vivir a unos cuantos hombres y mujeres en una especie de hábitat artificial, con bosques y lagos artificiales, todo cubierto con una gran burbuja transparente. A mí me parecía que estaban probando a vivir en una bolsa de plástico. ¿Por qué no?, si los peces y las tortugas se venden en bolsas de plástico con agua y unos hoyitos para respirar. No hay que olvidar que con la bolsita de plástico uno se ahoga: por eso se les dice a los niños que no jueguen con ellas y Charlie Brown, cuando sentía vergüenza, ocultaba su redonda cabeza en una bolsa café de papel, característica de su época (si nuestros políticos llegaran a ser conscientes de las cosas que dicen y hacen, traerían una bolsa de panadería en la cabeza, digamos, de seis de la mañana a diez de la noche).

Pero son así, pegajosas, esas bolsitas de plástico, las atraemos como imanes, invaden nuestra vida. Se distrae una y de repente está cargando, con mucho cuidado, un clip o un papel en una bolsita de plástico que quién sabe cómo llegó a sus manos. Parecieran imprescindibles, y eso que ya nos dijeron que son lo peor que hay para nuestro maltrecho planeta, que la bolsita tardará muchísimo en desaparecer de la faz de la Tierra, quizá hasta que la vuelvan a poblar unos dinosaurios metálicos que las comerán, y aun así el mundo está lleno de bolsitas de plástico que unos ponemos en las manos de otros, y en el supermercado nos regalan cantidades excesivas de bolsas de plástico, ya no sé si con cierta perversidad ecológica o como parte de un plan un poco raro. Lo peor es que somos bolsitodependientes, no sabemos negarnos a una bolsita de plástico. Incluso se fabrican ahora hermosas y elegantes; aquellos a quienes las bolsas de plástico parecían tristes o vulgares cargan ahora la suya por las colonias adineradas, contagiados. Las bolsas de plástico se burlan de nosotros y flotan en el mar o ruedan junto a las carreteras, llenas de basura de color pardo y olor agrio. Una bolsa de plástico hizo ya incluso un número de baile estelar en la película Belleza americana del director Sam Mendes, danzando al viento y dejándonos con la duda de si acaso alguien la tiró al basurero después. 

Algún día, si seguimos así, ondearán bolsas de plástico como banderas arriba de los palacios de gobierno y en las astas de las plazas, despediremos a los viajeros agitando bolsas de plástico y los habitantes de los países pobres no tendrán más remedio que vestirse con ellas. Entonces quedarán contentas.