Jornada Semanal,  domingo 26 de septiembre de 2004          núm. 499
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS
MARITZA LÓPEZ: NO ABANDONARLOS DELIRIOS ÍNTIMOS

La palabra que más le gusta es tra-ve-su-ras. Y las hace. No se divierte sino transgrede y provoca. Con sus fotografías de desnudo, con esos cuerpos de hombres y mujeres que se enlazan, se exprimen, vuelan y cuelgan como ángeles, cristos, despojos o dioses de carne y espíritu, Maritza López (DF, 1949) no abandona su delirio íntimo: trabajar cada día con la figura humana.

Desde que un día vio a su tío Eduardo Navarrete en el cuarto oscuro, ella se alió a la alquimia que da origen a la imagen. A los siete años era su asistente y manejaba camaritas y reflectores. La familia estaba más ligada a la música, con una abuela impulsora de una banda de música popular en Atotonilco y una tía cantante de ópera, pero lo visual era su ventana: el tío le prestaba libros de arte en los que Maritza veía de manera inconexa obras de Mondrian y Caravaggio. Ese primer acercamiento la determinaría cuando contaba diecisiete años: estudiar restauración de arte en el ex Convento de Churubusco y salirse de casa durante esa década de los sesenta en que la rebeldía juvenil era el sello.

En la escuela se encontró con Antonio Reynoso, uno de los fotógrafos importantes de la época que les daba una clase ligada a la restauración (rayos x, ultravioleta, iluminación, descubrimiento de repintes, entre otros asuntos). Sin embargo, la magia no era esa sino la clandestinidad de compartir lecturas, discos y esos momentos de contemplación en el jardín para ver la luz por media hora y aprender a descubrirla, ver su color y coordenadas.

No pensó que los sucesos del mundo en plena convulsión sesentera la distraerían de su objetivo: luego de concluido el curso de restauración, ser una historiadora bien portada en la UNAM. Pero el plan le salió a medias, cursó sólo dos años y medio y se ligó al periodismo por la vía de las revistas y sus editores más notables y propositivos durante esos años como Gustavo Sáinz, Vicente Leñero, Jimmy Fortson y Guillermo Mendizábal. Así, empezó como colaboradora de fotorreportajes en Revista de Revistas, Claudia, Elle y el suplemento La Onda (de Novedades). Hacía back stage de Resortes, retrataba la basura que dejaba a su paso Liza Minelli y también se fue a Nicaragua y Cuba para documentar la vida en aquellos países revolucionarios. De ambas experiencias editó libros en el CREA y Difusión Cultural de la UNAM, respectivamente.

1974 la marcó de manera importante: surgió la revista Eros, especializada en desnudo, que la orientó en el trabajo con la figura humana. La publicación sólo tuvo una vida de diez números gracias a la censura por contenidos políticos más que eróticos (colaboraban, entre otros personajes, Ricardo Garibay, Renato Leduc y Carlos Monsiváis). Pero en Maritza la espinita estaba clavada y se concentró en su trabajo en estudio. Hizo miles de fotos de desnudo; portadas de discos y revistas hasta que se instaló en la hechura de cuatro calendarios de Gloria Trevi (1992 a 1995). Fue su gran diversión y travesura el dar cauce al desvarío de la cantante y hacer feliz al público con las imágenes juguetonas y cachondas de la mujer de pelo suelto y muy poca ropa. Renunció a la tarea cuando el representante de la Trevi, Sergio Andrade, quiso bajarle de volumen a los calendarios y ella prefirió defender su enfoque de la figura humana.

Ahora, tras las series de ángeles, de hombres que son batracios o fragmentos, Maritza López retorna a la alquimia y se alía más a la pintura: accidenta las placas con químicos, pincelea y vira las imágenes con color para generar invenciones poéticas que le permiten mostrar cuerpos abiertos, ventilados, sorpresivos. Incluye poesía y el resultado son retratos añejos, íntimos, llenos de melancolía.

Vive de la foto cuando hace campañas publicitarias de crema para tacos y panes para sándwiches; también confecciona portafolios de artistas y carteles para obras de teatro. Ahora prepara un libro (junto con Rosario Manzanos) sobre coreógrafos de todos colores y generaciones, desde Guillermina Bravo hasta Raúl Parrao; otro volumen sobre el Día de Muertos, con fotos y textos de autores mexicanos.

En su trabajo más personal no deja a la figura humana. A veces tiene la curiosidad de abandonarla pero le sigue haciendo caso a su intuición y a su vena obsesiva que le regala travesuras, diversión y le ayuda a esa aspiración de transformar sus delirios íntimos en delirios que pasen a ser propiedad de otros y ayuden a que las cosas en este mundo sean mejores o, al menos, más lúdicas y disfrutables.