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México D.F. Sábado 25 de septiembre de 2004

Robin Cook*

El rostro trágico de una política de ocupación

La confusión espectacular que provocó la posible excarcelación de una presa iraquí al menos respondió la pregunta de quién manda en Irak. No es el gobierno interino iraquí, al cual la administración de George W. Bush acaba de recordarle de la forma más burda que las fuerzas de ocupación estadunidenses decidirán qué ciudadanos iraquíes serán excarcelados y cuándo. El señor Iyad Allawi y su gabinete no tuvieron otra alternativa que poner cara valiente tras el rechazo que sufrieron y fingir que fue decisión suya aceptar la postura de Estados Unidos, una vez que Washington se la explicó.

El gabinete iraquí probablemente será perdonado por no haber entendido desde un principio los deseos de Estados Unidos. Después de todo, la razón obvia por la que están presas esas dos mujeres es que están ayudando a los estadunidenses en sus investigaciones sobre los programas iraquíes de producción de armas de destrucción masiva. Excepto que esas investigaciones han llegado a la embarazosa conclusión de que no hubo tales programas.

Incluso al Grupo de Búsqueda en Irak, cuya función era mantener bajo el agua el asunto, ya se le terminaron las excusas pa-ra seguir manteniendo la farsa de que todavía se están buscando las armas. En estas circunstancias, la única razón por la que la administración Bush sigue manteniendo prisioneras a las mujeres, a piedra y lodo, es el terror a lo que sucederá cuando éstas se vean libres y ante las cámaras de televisión hablen de lo que estuvieron diciéndole a sus captores estadunidenses durante 18 meses: que no hay armas de destrucción masiva y que no hubo programas para producirlas durante una década.

Tony Blair podría ser disculpado por el estado de confusión que le provocó la intervención estadunidense. El hombre ha arriesgado su carrera y su reputación con tal de establecer una relación especial con Bush. Con el propósito de honrar ese compromiso privado con el presidente y su invasión a Irak, ignoró a la opinión pública de su país, se aisló de sus vecinos más cercanos en Europa y enfrentó la mayor rebelión de legisladores del siglo.

El resultado de una revisión judicial británica que determinó que las dos científicas podían ser liberadas fue, tal como dijo la Oficina del Exterior, "una coincidencia extraordinaria", pero tuvo la consecuencia bienvenida de que proyectó un rayo de esperanza sobre la vida del rehén británico. Pero después, Washington se interpuso para "sabotear" esa esperanza que partía de un intento de implementar la orden judicial, como acusó la familia del señor Kenneth Bigley.

No es la primera vez que la circunstancias le demuestran a Blair que su relación especial con la Casa Blanca es siempre interpretada por la otra parte como una calle de un solo sentido.

Las estadísticas son palabras secas y carentes de emoción. El cada vez mayor saldo de la carnicería en Irak no refleja el sufrimiento y luto personal que existe de-trás de cada cifra. Pero los impactantes vi-deos que muestran a Ken Bigley suplicando elocuentemente por su vida ponen un rostro humano al caos, la violencia y la tragedia en el Irak que hemos creado.

A escala personal, creo que toda persona decente y sensible se identifica con el dolor del señor Bigley y su familia. A nivel político, esta semana se hizo mucho más difícil de aceptar que aquellos que son responsables por la invasión a Irak sigan evadiendo la culpa que tienen por las consecuencias de su decisión.

Blair dejó estupefactos incluso a los pe-riodistas más endurecidos y cínicos ese fin de semana en que aseguró que el baño de sangre en Irak es un conflicto nuevo que nada tiene que ver con la decisión original de invadir. Se le agradece que por lo me-nos reconozca que el país es un caos.

Nadie negará el problema fundamental de que Irak es víctima no de uno sino de varios conflictos. Cada vez son más y más extensas las áreas a las que las fuerzas de ocupación no pueden ingresar.

Lo más significativo de la decisión es-tadunidense de enviar helicópteros artillados a destruir un solitario vehículo blindado -y matar a varios transeúntes inocentes- fue la admisión tácita de que no pueden enviar una patrulla terrestre que queda a sólo una caminata de distancia del complejo que las autoridades estadunidenses ocupan en Bagdad.

Cualquiera con contactos dentro del ejército británico sabe que durante algunas semanas se ha advertido que incluso en el sur del país, zona que estaba bajo control de estas fuerzas, el riesgo para las patrullas se ha incrementado. El gobierno de Allawi se parece cada vez más a esos obispos de la Edad Media a los que se asignaba para evangelizar en un acto de partibus infidelis regiones que ya habían sido tomadas por Saladino y que ni siquiera podían visitar.

Tony Blair presentó el conflicto como nueva lucha titánica contra el terrorismo internacional. Esto también es una admisión interesante. No había terroristas internacionales en Irak antes de que nosotros lo invadiéramos y creáramos en el país condiciones perfectas para la expansión de la red Al Qaeda. A juzgar por su contribución al combate del terrorismo internacional, la ocupación de Irak ha sido un autogol es-pectacular y grotesco.

Pero el primer ministro se niega a ver la profundidad de nuestras dificultades en Irak al creer que existe un conflicto con sólo un puñado de terroristas sicópatas. Las fuerzas de la coalición han perdido por completo el control de ciudades enteras como Samarra, Ramadi, Fallujah y buena parte de Bagdad. Esto no es resultado de la intervención maligna de unos cuantos terroristas sino de la hostilidad de la mayor parte de la población por la ocupación de su país.

No entender la impopularidad de nuestra presencia en Irak es peligroso porque el mito de que nuestros enemigos son terroristas lleva a pensar erróneamente que verdaderamente existe una solución militar a nuestro predicamento.

Por el contrario, las operaciones militares de las fuerzas estadunidenses, caracterizadas por su fuerza excesiva, son la causa principal de nuestra actual situación desalentadora. Cada semana lanzan nuevos estímulos para la resistencia. Han logrado matar al más popular cantante de bodas de Bagdad, porque confundieron una ceremonia matrimonial con una reunión de los insurgentes.

Casi a diario hay bombardeos aéreos sobre Fallujah, y hay insistentes rumores de que tan pronto se haya realizado la elección presidencial el ejército estadunidense realizará un segundo intento de capturar la ciudad. Una repetición de su asalto de la primavera pasada no debilitará a la insurgencia iraquí sino que le dará nueva fuerza. Mientras la administración Bush trate a Irak como una colonia ocupada por la fuerza, encontrará cada vez más resistencia.

La solución a la crisis en Irak es política, no militar. Requiere un gobierno que sea aceptado como legítimo por el pueblo porque fue elegido por los iraquíes, y no escogido por nuestro dedazo. Y deberá ser un gobierno que no baile obedientemente al son de la tonada estadunidense, como ocurrió esta semana que Washington le jaló las riendas. Sobre todo, necesitamos convencer al iraquí ordinario que no tenemos intención de quedarnos como ocupación permanente.

El problema fundamental del enfoque de Tony Blair en Irak es que sigue alimentando su convicción evangelista de que Washington y Londres pueden imponer una solución. Pero no podemos. Esta fue la razón por la que generaciones previas de líderes laboristas insistieron en que la prioridad era salirnos de las colonias, no ir a buscar nuevas.

Sólo los iraquíes pueden resolver los problemas de su atribulado país. Podemos ayudarles, si aceptan nuestra cooperación, pero no serviremos de nada si somos objeto de resentimiento. Si Tony Blair realmente quiere reducir el apoyo a la insurgencia, tiene que aprovechar la conferencia del Partido Laborista de la semana próxima para anunciar que las tropas británicas se quedarán en Irak hasta que haya un gobierno legítimo, y que después de eso regresarán a casa.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 

* Robin Cook fue ministro del Exterior de Gran Bretaña y en 2003 renunció a la presidencia de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país dio a la guerra contra Irak

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