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México D.F. Sábado 25 de septiembre de 2004

Ilán Semo

Los símbolos de la discordia

Antes, en el mundo pretelevisivo, un pasado ya difícil de concebir, las primeras noticias sobre la patria -esa entidad que hoy resulta predeciblemente indefinible- provenían de un catálogo de eventos que hacían de los lazos imaginarios con una historia compartida y compartible un sitio de epifanías sentimentales. La jura de la Bandera, los desfiles, la oratoria teatral, la celebración del desmadre y el desmadre celebratorio ("el grito"), la solemnidad concebida como política de la distinción escenográfica, el derroche en la fachada como requisito del performance de Todo-lo-que-(sí)-nos-une congregaban a la nación imaginaria en torno a un "sentido común" (aunque fuera hipotético).

Lo identitario del pasado devenía en historia del presente en el circuito de las emociones, es decir, en sus órdenes simbólicos. Juntos, el cuerpo, la palabra y los objetos daban al símbolo la fuerza de representación que Carl Schmitt demandaba a los "iconos históricos". La irrupción de la televisión clausuró esta eficacia, o al menos la modificó. La pantalla disemina y reproduce la imagen del símbolo en ámbitos inimaginables, pero lo despoja de su relevancia objetual, de su edad presencial, de su imprescindible despliegue teatral. No hay símbolo patrio -ni símbolo en general, creo- que resista la prueba de tres minutos de zapping o el anticlímax de una "explicación" de Adela Micha. Pero la disputa, a veces chusca, a veces tosca y siempre provocadora, en torno a los símbolos nacionales que se suscita desde hace algunos años habla de un fenómeno distinto. El Escudo, el Himno, la Bandera, el Informe, el Presidente, la primera dama, el Grito, la Historia, Juárez, la Constitución... Las referencias que hacían del recuento mítico del pasado un reflejo pavloviano de la posibilidad del rencuentro están bajo fuego. Todo indica que a partir de 2000 la sociedad ha dejado de reconocerse -al menos como antes- en los iconos de una "cultura nacional" que acabó finalmente secuestrada por una mitología unilineal y explícitamente antiplural. ƑQué representa un símbolo? Finalmente, de esta pregunta se trata al descifrar la historia que lo convierte en un refugio de la identidad.

Lo que sigue es un recuento mínimo de daños y reclamos a los órdenes que componían ese imaginario escenario nacional.

El Escudo. El primer objeto de la batalla de los símbolos fue el escudo de la Presidencia. El hecho de distinguir entre un escudo oficial y otro de Los Pinos ya era sintomático. La Presidencia dejaba de ser un sinónimo (en el papel membretado) de la nación. La antigua águila de garras fue sustituida por una versión light, que sólo muestra el top; y en lugar de la serpiente, aparece una serpentina. Futuros gobiernos priístas o perredistas difícilmente aceptarían la reforma iconográfica, Ƒpero volverían al diseño homonímico anterior?

La Bandera. Juan de Dios Castro, diputado panista, descubrió que la Bandera no tenía tres sino cuatro colores. Sólo que el daltonismo político e historiográfico nos había impedido observar "el azul del lago". Quien se halla en problemas es el Partido de la Revolución Democrática, porque de amarillo no hay ahí nada.

El Himno. En este caso la crítica provino de la izquierda. Roger Bartra explicó por qué el Himno se ha vuelto obsoleto. Habla de guerras, enemigos y lealtades que inspiraron una cultura de la obediencia autoritaria. En rigor, los primeros en detectar la elasticidad simbólica del Himno fueron los juaristas en el siglo xix, que prescindieron de la estrofa que vindicaba las hazañas del héroe de Zempoala (Antonio López de Santa Anna). Después, Manuel Avila Camacho lo redujo a tres estrofas para mitigar la angustia mental de los niños. Otra lectura mostraría que la referencia al "dedo de Dios" exhibe cierto déficit simbólico, porque en el México de hoy, por fortuna, ni siquiera el dedo de Dios funciona.

Juárez. El máximo exponente del juarismo discursivo actual es el secretario de Gobernación, que pertenece, para hablar sin ambages, al partido de "inspiración católica". Y los que se reclaman como auténticos juaristas desde la sede del Gobierno del Distrito Federal se han pronunciado en favor de una alianza con "los sectores religiosos". ƑJuárez, qué hacemos?

Ana Guevara. Ya Carlos Monsiváis intuyó que el epígrafe: "Las chavas llegan primero" propone una revisión de la cartografía patria, porque no sólo incluye a las mujeres, sino que refuta el antiguo lema de "vieja el último". Pero es una reforma apenas en ciernes. El otro epígrafe nuevo es: "Mi héroe es una chava". ƑY las heroínas?

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