352 ° DOMINGO 19 DE SEPTIEMBRE DE  2004

Vivir del taco

Marco López Manzanares tiene el don del buen humor. Lo usa durante sus jornadas de 15 horas de trabajo en el puesto de tacos que hace posible dar de comer a su familia. Quizá por eso siempre tiene clientes. Después de nueve años de arduo trabajo, sueña con hacerse de otro local que asegure el futuro de sus hijos
 
 
 
¡Pidaloooos, sí hay!
MARCO LOPEZ MANZANARES no tiene tiempo para las preocupaciones. Todos los días se levanta a las 4 de la mañana para ir a la Central de Abastos a comprar sus productos y encaminarse luego a su puesto de tacos en la colonia Hipódromo Condesa, en la ciudad de México. A las 7 de la mañana ya está vendiendo los primeros tacos del día. Eso hace de lunes a sábado. Los domingos, día de compras generales, se levanta "un poco más tarde": a las 7, y gasta su día en la Central.

Vende sus tacos a 2.50 pesos en la esquina de Insurgentes y Quintana Roo, a una cuadra de la estación Chilpancingo del Metro. Es un puesto que se distingue porque siempre está lleno, pese a la competencia.

El mismo prepara los guisados: chicharrón prensado, chicharrón delgado, trompa, adobo, papas, hígado, milanesa, filete, longaniza, salchicha, picadillo, arroz, y combinaciones famosas entre sus clientes, como el "milaprés", que combina milanesa y chicharrón prensado; el "toluco", de huevo duro y longaniza; el "dolor", de chicharrón prensado y huevo, o la "milonga", de milanesa y longaniza. El de lengua, por supuesto, es "el de Fox".

Marco es el prototipo del mexicano: moreno, robusto, de cabello lacio, platicador y americanista de corazón ("ya ves que en esto del futbol no hay razones"). Tiene una sonrisa grandota, que muestra dos coronas plateadas en los dientes inferiores.

Sobre todo, tiene el don del buen humor.

Envuelto en su inseparable bata, invita a probar sus guisos: "¡Pidalós, sí hay!", repite, con ese tono cantadito que traslada el acento de la i a la o.

***

El puesto es una verdadera empresa familiar: Marco hace los guisados; Evelia, su esposa, cobra y reparte refrescos; Teresa, su hermana, prepara salsas; Amando y Marcos, sus empleados, sirven los tacos.

Ninguno para.

Generalmente venden entre 500 y 600 tacos a diario, pero han llegado a vender hasta 800. De ahí salen los gastos y los sueldos de todos.

Marco nació hace 40 años en Chilacachapa, Guerrero. El dice que es de la Costa Chica, pero su pueblo está más bien cerca de Iguala, rumbo a Teloloapan. Tenía 10 años cuando su familia llegó al Distrito Federal.

Su madre tuvo un puesto de guisados cerca de la estación Aeropuerto del Metro, en el oriente de la ciudad. El concluyó la primaria y luego hizo un poco de todo. Hacer rentable el negocio, cuenta ahora, no fue fácil. "Me costó un año levantarlo".

–¿A qué atribuyes el éxito de tus tacos?

–Al buen trato a la clientela, estar aquí temprano y darle buen sazón a la comida.

("Y la limpieza", tercia uno de sus clientes, atento a la plática.)

Como todos los comerciantes callejeros, obtuvo el espacio como concesión de alguna organización afín a un partido político, a la que paga una cuota semanal por "gestionar los permisos" ante la delegación.

"Sería mejor que le pagáramos un impuesto al gobierno y no hubiera intermediarios", desliza, aunque también admite que ahora los funcionarios de la delegación (Cuauhtémoc) "nos dejan trabajar más".

–¿Cómo ves el país?

–Muy mal, los pocos trabajos que hay nos los han quitado. Y son todos los políticos: Fox, López Obrador... todos se dedican a pelearse. Si estuviéramos unidos sería otra cosa, pero así sólo nos cierran las puertas.

–¿Alguna vez has pensado en irte a Estados Unidos?

–Sí, a veces. No me he ido porque tengo un clavo en la pierna y allá hay que caminar mucho para cruzar.

–¿Crees que en México se puedan cambiar las cosas?

–Con una persona honesta y decidida a trabajar (en la Presidencia), sí.

***

Con todo, Marco vive "al día". A las 19 horas cierra el local y regresa a su casa en la colonia Ixtlahuacán, rumbo a San Miguel Teotongo, en la punta de la delegación Iztapalapa. Es un trayecto que puede llevarle 90 minutos.

Ahí vive también su madre, quien se encarga del cuidado de todos los nietos, los tres de Marco (Marisol, de seis años; Marco Antonio, de cinco, y Jesús, de tres) y los dos de Teresa.

María Manzanares, define su hijo, es de esas mujeres que no pueden quedarse quietas. "Yo siempre digo: ‘Gracias a Dios y a mi madre he podido hacer mis cosas’."

En un tiempo jugó futbol llanero. Le gusta el box y la lucha libre. "Yo le hago a las luchas, pero de trabajo", dice.

Ahora tiene un sueño: abrir otro puesto, que garantice el futuro de sus hijos.

"Es difícil porque luego la delegación no te deja crecer o por atender uno descuidas el otro, pero si uno no trabaja, simplemente no hace nada. Y ahora hay menos oportunidades para los hijos porque nosotros nos las acabamos. Así que, ¿qué nos queda? ¡Trabajar!"