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México D.F. Martes 14 de septiembre de 2004

"Trabajar con Almodóvar fue una experiencia intensa y laboriosa, como las buenas"

Me pesaba travestirme de mujer; luego me gusté: Gael García

Este jueves se estrenará en México La mala educación, del cineasta español Mi compromiso con Latinoamérica es ser una especie de Che Guevara a la mexicana, dice

DANIELA CREAMER ESPECIAL

La_Mala_E17-okCannes. Gael García Bernal es como un ciclón: arrasador. Tras haber triunfado en Latinoamérica con Amores perros y El crimen del padre Amaro, su popularidad ha comenzado a expandirse poco a poco por toda Europa. Primero fue España. Ahora, Francia.

En efecto, el actor mexicano, de 25 años, logró coronarse estrella del reciente Festival de Cannes, en la que presentó dos películas opuestas: junto al director español Pedro Almodóvar como parte de la apertura con La mala educación, en la que interpreta a un travesti de la España de los anos 70, y Diarios de motocicleta, dirigido por el brasileño Walter Salles, en la que el actor da vida al legendario guerrillero Ernesto Che Guevara -antes de que fuera el Che- durante su travesía de ocho meses en 1952 con su amigo Alberto Granado por la miseria de América Latina, a sus 23 años. Aquel itinerario tan físico como moral despertó la conciencia del joven médico burgués y le dio la fuerza para emprender otro camino: el de la lucha a muerte por un mundo más justo. La película recibió una gran ovación en el pase de la prensa en la Croisette.

De sonrisa luminosa y mirada magnética, con sus profundos ojos verdes, Gael posee un talento excepcional, que parece no tener fronteras territoriales ni límites interpretativos. Mastica cuatro idiomas y cambia de acentos, de sexo, de registro, de país y de universo tan fácil como respirar. Sin obsesiones ni inhibiciones, este actor, con cara de ángel perverso, impregna a su paso una mezcla de ímpetu, encanto, lucidez y reserva.

Gael es hijo de actores, por lo que desde muy pequeño su vida fue una pura gira teatral. A los 3 años fue su debut en el escenario: "Mis papás me usaron de niño Dios en una pastorela". Estudió en su Guadalajara natal, en un colegio británico orientado a las artes. Ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, pero un paro de año y medio le impidió continuar. A los 17 se instaló en Londres y se ganó la vida como camarero y albañil ("Había días en que tenía que escoger entre una cerveza o una película"), hasta que con una beca se matriculó en la Escuela de Arte Dramático de Londres (el primer latinoamericano que lo logró), donde cursó actuación por tres años. Ya había realizado varios trabajos en México, como la telenovela El abuelo y yo, en la que coincidió con su gran amigo Diego Luna, con quien hace tres años también compartió en Venecia el premio Marcello Mastroianni a mejor actor, por su participación en Y tu mamá también, el filme que lo catapultó definitivamente al estrellato. "Hasta entonces la actuación había sido sólo un hobbie para mí", explicó el actor. "Pensaba que era algo orgánico, que tenía que ver con el instinto. Pero con esto comprendí que se trata de una cuestión de precisión, de exigencia y de profundidad."

Los opuestos

La mala educación se estrenará este este jueves en México, a propósito de esta cinta se entrevistó a Gael García Bernal en el reciente festival de Cannes.

-Diarios de motocicleta fue una experiencia previa a La mala educación. Supongo que fueron vivencias completamente diferentes.

-Fue precisamente lo opuesto. Pero esto es lo que hace enriquecedor y estimulante el oficio de actor.

-No es ningún secreto que el rodaje de La mala educación atravesó días tormentosos.

-Teníamos una relación difícil, pero solamente en el trabajo, y eso es positivo, ya que a veces los conflictos generan mejores resultados. Jamás había estado bajo las órdenes de un director tan detallista y tan específico en sus exigencias como Pedro (Almodóvar). En eso también radica su genialidad. Su visión es muy personal, cuenta lo que quiere y tú tienes que ponerte completamente a su servicio, deshacerte de tu ego y botarte en su ruedo con todas tus inseguridades. Y yo las tenía todas. Así que fue una experiencia muy intensa, muy laboriosa, como todas las buenas; sin pausas ni descanso. La relación fue fuerte, tensa, pero eso no excluyó la complicidad y el aprendizaje, porque él también te entrega mucho, a su manera.

-Zahara, el travesti, es quizás el personaje más extraño y complejo que ha encarnado.

-Sí. En México hay el mito del macho, así que me pesaba mucho travestirme de mujer. Después me gusté. En el fondo todos tenemos un lado femenino y aceptarlo da mayor seguridad, te libera. Pero fue difícil tener que interpretar un personaje múltiple, crear un acento español, cambiar de sexo sin que se sintiera forzado y meterme en estos personajes cuyo bagaje cultural desconocía. Tal vez podía jugar a hacer un travesti caribeño, pero una drag queen de finales de los años 70, de la España posfranquista, inspirada en una estrella del cine como Sara Montiel, era una locura. No tenía la más remota idea de cómo hacerla. Tuve que aprender a caminar con tacones, a moverme y a hablar, no sólo con el acento adecuado, sino también de un modo muy particular. Aprendí a mover las caderas y a hacerme manicure, a gesticular y a pensar como las mujeres. Asimismo tuve que tomar cursos de flamenco sólo para aprender a jugar con mis manos, como lo hacen esos personajes. Y eso sin contar las cuatro horas diarias que me tomaba el maquillaje, peinado y vestuario.

-¿Le gusta transformarse físicamente?

-Es interesante que el cuerpo sea parte del proceso. Es una disciplina exigente. Hacer un travesti fue una transformación muy desgastadora, una composición extrema. Tuve que engordar mucho al principio de la película, casi 10 kilos. No paraba de comer y de hacer gimnasia. Y luego adelgazar más aun para la parte de Zahara. Pero fue también una experiencia liberadora, estimulante. Es divertido e intrigante a la vez descubrir el lado femenino que todo hombre posee. Cuando me vi fue sobrecogedor, pues me encontré muy parecido a mi madre, y este personaje es infinitamente triste, profundamente trágico.

-¿Tiene entre sus futuros proyectos intenciones de volver a hacer cine en México?

-Nunca he dejado de hacerlo. Vivo en México, trabajo allí y me siento muy mexicano. Espero nunca parar de tener proyectos. De hecho, tengo uno nuevo del cual no quiero hablar aún. Pero estoy listo para trabajar en cualquier idea que sea interesante, sin tener que catalogarla por su nacionalidad o procedencia. Además, mi único compromiso con Latinoamérica ahora no es hacer un filme al año, sino tratar de cambiar las cosas que siempre he criticado y que no son justas. Una especie de Che Guevara a la mexicana (risas).

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