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México D.F. Martes 14 de septiembre de 2004

Pedro Miguel

Lavanderías

En términos planetarios el crimen organizado lava cada año un billón (millón de millones) de dólares, suma que representa 4 por ciento del producto bruto mundial, según la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito. Cuatro de cada cien centavos de peso o dólar, cuatro céntimos de cada euro, viene del comercio de seres humanos, del secuestro, de la explotación de los adictos, de la múltiples formas de convertir presupuestos para la salud y la educación en fortunas personales, del abuso sexual de niños, de la reactivación de los mercados clandestinos de armas.

Ya que uno no puede impedir que los asesinos, los ladrones y los traficantes de gente sigan dedicados a sus ocupaciones sería un alivio no tener nada que ver con sus dineros. Pero los cerebros bancarios del mundo, esos ángeles impecables que pueblan los pisos superiores de los rascacielos de París, México y Manhattan, los pulcros operadores del tránsito mundial de divisas, fondos e inversiones, posgraduados y eficientes, adorables en la intimidad e imponentes en público, han creado una red discreta, pero indudable, que permite la comunicación y la interacción financiera entre la producción de esclavos sexuales y la producción de tomates, entre el saqueo de las arcas públicas y la industria de la construcción, entre las balaceras de los narcos y los créditos inmobiliarios para recién casados.

Gracias a los operadores líderes del sistema financiero mundial (presidentes de consejos de administración, gerentes de región, ministros de finanzas), los delincuentes de gran calado pueden respirar aires de libertad y opulencia, recibir el reconocimiento público y hasta darse el lujo de fundar organismos de caridad: a fin de cuentas ellos aportan 4 por ciento de los caudales que manejan las grandes instituciones transnacionales de crédito. Estas, a su vez, disfrazan amorosamente ese dinero manchado y lo disimulan entre los ríos de cuentas empresariales y personales honestas. La tarea de los grandes centros de operación monetaria, que son, al mismo tiempo, las lavanderías planetarias, consiste en procurar la convivencia civilizada entre la humanidad legal y la criminal y en auspiciar el mestizaje irremediable de los esfuerzos limpios con los empeños turbioscon el propósito de dar un grado uniforme de suciedad a los dineros que circulan en el mundo: hay que agradecerles que 4 por ciento de los 15 pesos que gastaste en tu torta o de los 400 que ganaste en el día tengan un componente de sangre y mierda introducido por un gerente bancario inescrupuloso en una operación remota que ni sospechas.

šAh!, los gobiernos dicen estar muy preocupados por las facilidades que logran los asesinos, los genocidas, los corruptos y los tratantes de esclavos, clientes preferentes en el Citibank y el Riggs, pero la verdad es que si se impusiera un mínimo rigor en la comprobación del origen legal de los fondos que ingresan a los sistemas bancarios, la economía se contraería de inmediato en 4 por ciento.

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