.. | | México D.F. Jueves 9 de septiembre de 2004 |
Kofi Annan: injerencia y torpeza
Ayer,
en una interlocución con senadores de la República, el secretario
general de la ONU, Kofi Annan, quien se encuentra de visita en México,
se tomó la libertad de pedir a nuestro país que "reconsidere"
su posición histórica y principista de no enviar tropas al
extranjero, y le sugirió que aporte contingentes a las misiones
militares internacionales. El señalamiento del más alto funcionario
de Naciones Unidas es ofensivo, torpe e improcedente por diversas razones
que viene al caso enumerar.
En primer término, resulta insólito que
un secretario general de la ONU desconozca o menosprecie de manera tan
rotunda una tradición de política exterior tan sólida
y coherente como la de México, socio fundador de Naciones Unidas
y, particularmente, dos de sus principios torales: la no intervención
en asuntos de otros países y la búsqueda de soluciones pacíficas,
por medio de la negociación, a los conflictos internos o entre estados.
Si el funcionario no está al tanto de las normas
de política exterior que rigen las naciones que visita, tendría
que ser tarea de sus asesores informarlo y enterarlo antes de sus viajes.
Peor aún, si Annan conoce los principios rectores de México
en sus relaciones con la comunidad internacional, tendría que obligarse
a observar un mínimo respeto a unas convicciones nacionales que,
muy a pesar de Jorge G. Castañeda y de Luis Ernesto Derbez, constituyen
políticas de Estado que trascienden a los gobiernos y a los gobernantes
en turno y que expresan realidades históricas, convicciones éticas
y consensos y puntos de encuentro entre mexicanos de generaciones distintas,
clases sociales diversas y filiaciones partidistas e ideológicas
diferentes.
Pero, más allá del injerencismo de la propuesta
-inadmisible, así provenga de un secretario general del máximo
foro multilateral del mundo-, es deplorable que Annan ande por el planeta
promoviendo la presencia de contingentes castrenses fuera de sus países
de origen, toda vez que el sentido y la eficacia de las expediciones militares
extranjeras, así se denominen "de paz", está, por decir lo
menos, en entredicho, no sólo por las más evidentes inconveniencias
de desplegar tropas de una nación en otra -el peligro que corren
los efectivos, la dificultad o imposibilidad de comunicarse con los civiles
locales, los incontables abusos perpetrados por esos efectivos en muchas
de las regiones en que han sido destacados-, sino también porque
no pocos de los recientes crímenes de guerra (como en Bosnia) han
sido cometidos en las narices de los cascos azules, porque la presencia
de tropas internacionales no siempre evita las acciones hostiles (como
las israelíes en Líbano) y porque a veces las misiones de
paz perpetuan situaciones de ocupación e injusticia (como en Chipre
y el Sáhara occidental).
Por si no fuera suficiente con esas razones para oponerse
a la participación de soldados mexicanos en misiones en el extranjero,
habría que recordar que los destinos de las llamadas fuerzas de
paz dependen de negociaciones entre los miembros del Consejo de Seguridad
de la ONU y que, en consecuencia, los cascos azules no siempre están
donde debieran ni en el momento indicado: en los territorios palestinos
ocupados, por ejemplo, donde la población civil requiere con urgencia
de protección ante la barbarie del ejército israelí;
en Chechenia, donde las atrocidades rusas siguen larvando rencores nacionales
que se traducen en actos no menos atroces, o en Timor, cuando los soldados
y paramilitares indonesios masacraban, a la vista de todo el mundo, a la
población.
Es deplorable, por último, la tendencia de muchos
diplomáticos del mundo -y Annan es sin duda representativo de ellos-
a pensar que los problemas que no pueden resolver con su oficio son susceptibles
de resolverse manu militari. Sería conveniente que en las
altas esferas de la ONU se abriera paso la certeza de que la fuerza militar
no es el último recurso de la diplomacia, sino la evidencia de su
fracaso.
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