La Jornada Semanal,   domingo 5 de septiembre  de 2004        núm. 496


MARCELA SÁNCHEZ

DELFOS

Durante junio y julio se presentó en el Palacio de Bellas Artes el ciclo de danza contemporánea Perfiles en movimiento en el que participaron diversas compañías mexicanas independientes. Organizado por segundo año consecutivo por la Coordinación Nacional de Danza del inba, este ciclo ha dado la oportunidad de exponer en este recinto algunos de los trabajos más interesantes de la danza actual. Entre los participantes destacados hay que señalar a la compañía Delfos, dirigida por Víctor Manuel Ruiz y Claudia Lavista. Esta temporada Delfos presentó el programa Breves instantes conformado por seis coreografías. La primera de ellas, En silencio y entre lágrimas, es obra de la coreógrafa canadiense Lesandra Dodson, miembro de la compañía Winnipeg's Contemporary Dancers. En este trabajo, Dodson lanza una propuesta corporal donde la dinámica y la fuerza expresiva surgen de la temática planteada: el desencuentro amoroso entre dos mujeres. Dos bailarinas danzan al tiempo que recitan el poema titulado "When we two parted" (Cuando nos separamos), de Lord Byron. El texto resulta ad hoc con la temática propuesta; sin embargo, en algunos momentos las voces que declaman se convierten en un elemento distractor: al empatarse tanto el texto como la danza pierden su peso dramático. Se olvida, además, que la voz en el escenario requiere un entrenamiento tan cuidadoso como el que exige el cuerpo. Aun así, el trabajo de Lesandra Dodson consigue tocar las fibras emotivas del desaliento amoroso.

En Solo y mi alma Claudia Lavista explora, a través de la sencillez y la pureza de los impulsos corporales, el complejo mundo de la soledad humana. La limpia ejecución de Agustín Martínez, junto al trazo coreográfico, el vestuario y la música de Meredith Monk, se enlazan para crear una atmósfera de desolación.

Las coreografías Del amor y otras barbaridades y Fractura, de Víctor Manuel Ruiz, vuelven a poner de manifiesto la experiencia y capacidad de Ruiz para manejar el diseño del espacio y el asertivo encuentro corporal de los bailarines. La fuerza, el dinamismo y la destreza física son palpables. El manejo de símbolos que ha caracterizado las obras de Ruiz y Lavista vuelve a aparecer en el escenario. Mientras en Trío y cordón (1993, los coreógrafos consiguen que esos símbolos alcancen el rango de elementos míticos, en plena correspondencia con el universo creado por unos extraños seres, no sucede lo mismo en estos trabajos donde aparecen objetos simbólicos que pretenden acentuar un hecho dramático de manera gratuita.

En la obra 6'28"...y lo que falta, de Xitali Piña, la historia está inmersa en el imaginario de los jóvenes mediante un despliegue fresco y humorístico. Con imágenes plenas de colores puros y explosivos, Piña crea seres ficticios, máscaras corporales que anuncian formas distintas de estar, de amar o de odiar. Piña no sólo es una bailarina de gran fuerza escénica sino que se perfila ya como una coreógrafa destacada.

En la obra Estuve pensando, Omar Carrum explora la intimidad de los cuerpos apoyado en un texto sencillo y sin pretensiones, gracias a lo cual el uso de la palabra se convierte en un acierto. Carrum se ha dirigido hacia la exploración de lo íntimo, del amor, de la placidez de la muerte o de la locura, como en Mi mente en polvo (Premio inba-uam 2002), en donde por medio de elementos sutiles, bordados sobre el escenario como en un tejido muy fino, apenas perceptibles, se anuncia la llegada de lo inefable. No hay presunción ni melodrama: sin mayores desplantes Carrum muestra ese ámbito.

En el mes de agosto se estrenó en el Cenart la obra En algún lugar, de Víctor Manuel Ruiz, trabajo multidisciplinario sobre el mundo alucinado de los niños que habitan en las calles de la Ciudad de México. La obra muestra las circunstancias extremas de sus vivencias cotidianas: las pesadillas provocadas por inhalar cemento, el hambre, el abandono y la pobreza. La imaginación se ve acotada por la basura, los ratones, los gatos y los perros sin dueño. El magnífico diseño escenográfico de Jorge Ballina enmarca el mundo paupérrimo de las coladeras que contrasta con los edificios modernos. A través del juego y la imaginación, el trabajo de Ruiz consigue transmitir el drama desconcertante de los niños de la calle. La propuesta corporal y coreográfica está ceñida con precisión a las necesidades expresivas de los personajes.

Desde su conformación como compañía en 1992, luego de obtener el primer lugar en el Premio Nacional de Danza 1993, el grupo Delfos ha logrado un amplio reconocimiento nacional e internacional. Desde 1998 radican en Mazatlán, Sinaloa, en donde fundaron la Escuela Profesional de Danza Contemporánea.