La Jornada Semanal,   domingo 5 de septiembre  de 2004        núm. 496

Jorge Moch 

REGRESOS (II Y ULTIMA)

Decir chingadera es decir mala jugada o fracaso, cosa vulgar, prosaísmo. En la televisión mexicana, lamentablemente, los regresos son a menudo chingaderas, malas decisiones de alguien que asoma ya al final de su carrera, buscando preterir el retiro a cualquier precio, aun a costa de sí mismo, de la quebrazón de una trayectoria que, hasta antes del mentado regreso, era recordada como algo respetable, simpático, valioso. Casos de malos regresos en México abundan, para regocijo del morbo. Robándome otro imprimátur me permito un manido, lapidario, inobjetable exabrupto: el hambre es cabrona. Sea hambre de veras porque la lana le quemó las manos como a la cigarra del cuento o porque Lolita y sus compinches del SAT bolsearon hasta el cansancio al artista, sea en cambio hambre de la fama, la gloria, el reconocimiento alguna vez saboreados hasta el mareo y luego perdidos en este país a su vez hambriento de ídolos que adorar y sacrificar, muchas apagadas luminarias vuelven a la televisión a la menor oportunidad, es decir, aunque ello represente una oportunidad muy menor de figurar en elenco, en contraste con el protagonismo que era usual en sus años, meses, días o quince minutos de esplendor. Regresos que son brincos: de la radio a la televisión, o del cine a la televisión, o de la televisión a la lástima, siempre buscando la resurrección de una gloria exangüe.

La tremenda corte (1947-1961) fue probablemente la mejor comedia radiofónica jamás producida en castellano. Por eso resultó lastimero ver a José Candelario Trespatines resucitar en la televisión mexicana, cuando La tremenda... fue llevada a la pantalla chica, ya extinta la mayor parte de su elenco y aquejada de malas sustituciones, como el gallego personificado, en lugar del original Rudecindo Caldeiro (encarnado en distintas temporadas por Adolfo Otero y Florencio Castelló), por un poco creíble Luis Manuel Pelayo. Allí Leopoldo Fernández, nombre real del pícaro antonomástico Trespatines (para quien su "onomástico" era el "hoy-no-mastico"), exhibió tristemente el paso del tiempo y la ausencia del creador de la historieta radiofónica original y autor de los guiones que la situaron tanto y tan bien en el gusto popular, el "más cubano de los gallegos": Cástor Vispo.

Un regreso que fue evidentemente movido por lástima, compasión o elemental caridad fue el de don Óscar Pulido. Pulido tuvo magníficos papeles de reparto y algunos coestelares en películas, a menudo comedias de enredos que hicieron época, como El Rey del barrio (1949, con Germán Valdés Tin-Tán, Silvia Pinal, Fanny Kauffman Vitola, et al.); Escuela de vagabundos (1954, con Pedro Infante, Miroslava y Eduardo Alcaraz) y en algunas obras de teatro como El hombre de la Mancha (con Nati Mistral y Claudio Brook) o Juerga para dos (con Maty Huitrón y Varelita). Allá a fines de los psicodélicos sesenta, Pulido apareció en la tele como patiño de Julissa en una revista de variedades muy malita que se llamó Mujeres, mujeres y algo más; estaba enfermo, paralizado parcialmente de la cara y causaba una profunda tristeza verlo. Y para nada que hacía reír.

Otros casos francamente lamentables, donde los antaño famosos fueron víctimas de la propia necesidad o de la necia ambición de terceros fueron los de Pedro Vargas y Gaspar Henaine, Capulina. Daba pena ver a ambos viejecitos, maquillados en exceso, sudando bajo los reflectores, incapaces de alcanzar una nota de alto registro don Pedro o gesticular una mueca sin riesgo de cirugía en los ojos el gordo comediante.

Y ni qué decir de las recientes, breves reapariciones de Alejandro Suárez y Manuel, el loco Valdéz. Héctor Suárez, hermano de Alejandro, uno de los mejores cómicos que han dado cine y televisión, ha intentado varios regresos que no le han salido bien, y al parecer ha preferido mantenerse en un muy sano retiro.

Pero nunca se sabe. La televisión parece ser un bicho que crea adicción a los que se le arriman. Y por lo visto, por razones plausibles o mezquinas, todos quieren regresar un día y probar, esa última dosis, "ora sí la última y nos vamos". Francamente, mejor recordarlos en la cúspide que toparnos con ellos en su última, cruda realidad.