La Jornada Semanal,   domingo 5 de septiembre  de 2004        núm. 496


ANA GARCÍA BERGUA

EL CUMPLEAÑOS DE BEETHOVEN

En las maravillosas caricaturas de Carlitos, la tira cómica del gran Charles M. Schulz, hay un niño músico -el guapo y serio Shroeder- que celebra con toda puntualidad el cumpleaños de Beethoven, y hasta en exceso, dada su corta infancia. Su contraparte es Lucy van Pelt, una niña bastante temperamental y crabby (enojona) por lo general, que lo ama y no para de hablar de cualquier cosa mientras él trata de concentrarse en tocar el piano, con el afán de que le haga algún caso. He de confesar que a veces, en mi papel de columnista, me siento un poco como Lucy van Pelt: mientras todos los suplementos se afanan en celebrar los centenarios, bicentenarios y cincuentenarios de los grandes hombres que en el mundo han sido, yo siempre estoy hablando de cosas y escritores que no vienen al caso, es decir, que no cumplen años ni nada. Igualita que Lucy van Pelt con el serio de Shroeder -aunque espero nunca romper el piano, como hace ella. Y no crean que no me siento algo mal por ello. Es común y se agradece esta costumbre celebratoria por parte de los suplementos -si no, hay que admitirlo, el panteón cultural estaría siempre lleno de hierba crecida y tumbas sin cuidar-; sin embargo resulta a veces un tanto pomposa, a mi modo de ver. La pasión por la literatura suele ser extrema, errática o bien monomaníaca, y es difícil que correspondan gustos y antojos con las celebraciones en turno, labor que además exige consultar a menudo enciclopedias. Los ingleses tienen las suyas, especializadas en recordarle a la gente a quién debe recordar cada año, y en todos lados debe de haber quien se ocupe en revisar fechas de nacimientos y muertes por si vienen al caso. Pero hay que tener cuidado, las enciclopedias pueden engañarlo a uno.

A últimas fechas me ha tocado enterarme de la venganza o el gusto de unos correctores mal pagados (bueno, la verdad es que hablar de correctores mal pagados equivale a cometer un pleonasmo) quienes, vistos en la diversión o el predicamento quizá, de corregir unas enciclopedias, cedieron a la tentación de añadir la ficha de algún personaje de su cosecha, algún navegante llegado a estas tierras con Colón, en un caso, o unos cuantos pintores novohispanos cuyos nombres hasta la fecha guardan una extraña y sospechosa similitud con los de sus mejores amigos, en el otro. La verdad es que dicha invención me pareció de lo más inocente y encantadora: inocente, porque como nadie va a buscar esa ficha más que quien sabe que la inventó, aquel fantasma no estorba a nadie, si no es a alguien que elabore un catálogo de pintores novohispanos o navegantes portugueses buscando ficha por ficha de la enciclopedia, método bastante peregrino. Y encantadora, porque es bastante borgiana y da pie a la fabulación: Ƒquién no recuerda el misterioso relato de "Tlön, Uqbar y Orbius Tertius"? La verdad, no dudo que todas las enciclopedias deben tener personajes así, fantasmas inventados cuya inexistencia sería tan difícil corroborar que es preferible dejarlos ahí, flotando en aquel panteón de figurones: se me ocurre, por ejemplo, que de tener un enemigo, sería una buena venganza eternizarlo en una ficha enciclopédica como un gobernador nefasto o mediocre, o señalar a un amor perdido como un conquistador filipino derrotado por el destino. Y, al igual que el personaje de la Historia del cerco de Lisboa de Saramago, quien con un simple "no" añadido a un libro cambia según su parecer un episodio de la historia de Portugal, es bastante probable que algún escritor forzado a dedicarse a la corrección por causa de la maldita hambre se haya premiado con la posteridad o con la razón histórica, merced a las bondades de alguna enciclopedia caída en sus manos. Sería interesante, incluso, dedicarse a las estadísticas: Ƒqué porcentaje de los pobladores de la Enciclopedia Espasa, por poner un ejemplo que ocupa todo un librero, habrá sido inventado?

Y así, siguiendo con la idea borgeana y con la formalidad del panteón, los suplementos culturales podríamos homenajear, también, centenarios y cincuentenarios de escritores fantasmas. Yo, al igual que la temperamental Lucy van Pelt, me declaro despistada y ofrezco mis disculpas si es que a alguien le ha parecido que nunca hablo de quien debo hablar. Pero es que luego a uno lo ocupan demasiados fantasmas.