Jornada Semanal,  domingo 29 de agosto  de 2004                núm. 495

Luis Tovar


LA PELÍCULA QUE SE MORDIÓ LA COLA (II)

Hay entonces dos preguntas en torno a Un día sin mexicanos. La primera es: ¿qué pasaría si los mexicanos residentes en Estados Unidos desaparecieran?, y la segunda: ¿quién piensa que en materia de inmigrantes no queda más remedio que aceptar el actual estado de las cosas?

Primera respuesta

La historia comienza con una especie de fresco costumbrista en el que se aprecia lo bien aceitada que se encuentra la maquinaria socioeconómica estadunidense, tal como se ve desde la vida doméstica de los suburbios losangelinos. Según esta metáfora el papel de maquinaria corresponde a los norteamericanos y el de aceite a los mexicanos, de modo que, como sucede en otros menesteres, si no hay lubricante las cosas simplemente se atoran. Todo consiste en ver, primero, cómo la clase media californiana pasa de la sorpresa a la alarma cuando no hay nadie que prepare el desayuno y se le van acumulando basura, ropa sucia y paredes sin repintar. Después se trata solamente de atestiguar lo que se supone es un estado de emergencia porque California ha quedado semiparalizada. No hay mexicanos, luego entonces no hay quien barra, quien pizque, quien conduzca un camión... No era difícil llegar a una conclusión así, por lo cual el acento no está puesto en el qué sino en el cómo, y ese cómo depende sobre todo del punto de vista narrativo. Por razones obvias –los mexicanos han desaparecido, y aquí no parecen contar seres de ninguna otra nacionalidad– la perspectiva es norteamericana, y es aquí donde Un día sin mexicanos comienza a morderse la paradójica cola, pues lo que tenemos es una cinta de nacionalismo mexicano ideada por un mexicano residente en Estados Unidos, planteada desde un punto de vista norteamericano.

Como lo importante es llegar al punto en el que de súbito California se queda sin un solo mexicano, el motivo de la desaparición parecería ser lo de menos. Parecería, pero no debe... y menos cuando la causa del consecuente –¿por qué?– aislamiento californiano consiste en el expediente francamente mafufo de una neblina morada –nada que ver con Jimmy Hendrix–, que impide el paso hacia adentro y hacia fuera del estado. En términos formales, la solución a este punto del argumento equivale a los platillos voladores de las películas del Santo y Clavillazo y, como en éstas, es de risa loca. Pero como a estas alturas la cinta hace mucho abandonó el realismo para instalarse en un tono fársico, parecerían adecuados, entre otros, recursos como un par de agentes de la Border Patrol que acaban rogándole a los mexicanos que vuelvan, y sobre todo la recurrente pantalla de televisión dando cuenta de los estropicios provocados por la mexicana ausencia. Es de ahí por cierto, de la televisión, de donde surgirá la heroína del cuento, con lo cual se consuma una traición importante a la película misma, pues así se pasa de una suerte concierto de voces a la concentración casi exclusiva en los avatares de un solo personaje y, para colmo, en uno que representa la tan norteamericana preeminencia de los medios electrónicos. El todo, entonces, explicado y solucionado por la decisión –heroica, desde luego– de una de sus partes, aquí consistente en internarse en la misteriosa neblina morada...

Segunda respuesta

¿Quién piensa que así son las cosas y ni modo? De acuerdo con Un día sin mexicanos, lo piensan los propios mexicanos que viven allá. Eso es lo que debe uno concluir cuando los ve de nuevo en su sitio (la cocina, el jardín, el huerto...), al que han vuelto tan súbita e inopinadamente como se fueron, porque para ellos nada ha cambiado. De hecho, ni siquiera saben que no estuvieron durante un lapso y, por esa razón, a su regreso les extraña sobremanera la inusitada amabilidad con que son recibidos. La amenaza –que a fin de cuentas, y aunque de manera velada de eso se trata– de dejar California para siempre sin sirvientas es canjeada por una más bien breve ausencia, y la recompensa por volver es ni más ni menos que un trato apapachador. ¿Ejercicio de la voluntad? ¿Conciencia ya no digamos política sino al menos una noción de la propia importancia para un medio socioeconómico? Nada de eso, porque Un día sin mexicanos –la cual por cierto no le está gustando al público hispanohablante, de origen mexicano o no, en territorio estadunidense–, se consume en su tautología gatopardista: hay que alterar la situación para que todo pueda seguir igual.