Jornada Semanal,  domingo 29 de agosto de 2004          núm. 495
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS
NATALIA TOLEDO: LLEGAR AL CORAZÓN DE LA PALABRA

Hace poesía en español y en zapoteco. Dibuja sus huipiles y confecciona joyería. También prepara comida del Istmo y la comparte. Con todo ese universo de palabras, metáforas, telas, piedras, moles y tortillas, Natalia Toledo (Juchitán, 1967) juega, se bate, escucha la vida que guarda y provoca.

"En el callejón marino/ junto al flamboyán naranja/ vive na Aurea cantando/ en un corredor de muros anchos y pretiles grises/ la soledad y su voz:/ una casa llena de cal y de sábilas./ Mientras duerme la leña se consume/ en un horno de barro./ La alegría de na Aurea es/ todos los tambores entrando a la iglesia/ un conjunto de grillos para siempre./ La alegría de na Aurea es/ el grito de una sirena olvidada."

Aurea es su abuela materna de algo así como setenta y ocho años. Dice que su cara le recuerda mucho a la de Jorge Luis Borges pero en moreno, con la misma mirada hacia el cielo y el bastón que la acompaña en su camino. Junto con Aurea y su madre Olga, las mujeres han sido los lazos para desentumir su lengua zapoteca y conectarse con esa vertiente original en la que se siente más limpia y llana; donde se reconoce de inmediato pues se pone en contacto con atmósferas, olores y espacios que trae en el corazón y en la cabeza.

Se inició escribiendo poesía en español a los once años ya que su educación transcurrió en la Ciudad de México, con un habla extraña, problemas en la clase de dictado, sin poder ir al colegio descalza ni jugar con otros niños en el patio casero compartido. Aprendió sin embargo a escribir versos rimados que dedicaba a su padre ausente (el pintor Francisco Toledo), a su madre artesana, a su abuela vendedora de comida y a su barrio juchiteco de pescadores y talabarteros. Con sensaciones de desamparo y melancolía, pasó de El Colegio Madrid a un internado de monjas en Valle de Bravo. Allí se sintió querida por las religiosas que la despertaban con música, y hacía teatro y poesía. Lo malo fue la invención de pecados que debía hacer a la hora de confesarse y los resabios de culpa que hasta ahora la atacan media hora.

El sentirse ajena en el DF y sin personas con quien hablar su lengua materna, la hizo lanzarse a escribir en zapoteco. El cuerpo se lo pidió entonces y se lo pide ahora pues se relaciona con sus primeras palabras, su inicial escucha -agua, comida, mamá. Algo hasta biológico o, como dice Bachelard, ese registro orgánico de relación con las cosas: el patio donde jugaste, la escalera que recorriste de niña.

Así, en medio de cierta ambigüedad que la conforma, entre los universos de su barrio juchiteco y la colonia Condesa, entre el vivir con puertas abiertas y beber pozol o encerrarse en su departamento para hacer su ropa, Natalia se ubica poeta separada del mundo para escuchar la vida que lleva dentro. Es, dice, cubrirse con un manto de estrellas que se mueven al interior de su cuerpo y la acompañan. Un trabajo honesto que le permite evocar, jugar, inventar colores y sabores de un mundo que pasó pero sigue siendo materia, vida.

A pesar de esta conexión, Natalia no desea quedarse en la anécdota pueblerina en su poesía en zapoteco. Quiere trascender su condición "exótica", aunque asume tenerla por su vestimenta, su lenguaje. Y apela a la calidad de su escritura. En español lo intenta con igual esfuerzo, aunque acepta que su poesía es más rebuscada y ella se vuelve más mañosa.

No se toma en serio. Y ríe cuando habla de sus paisanos juchitecos –"los argentinos de Oaxaca"– tan orgullosos de su lengua, de su tierra, de su tradición, sorprendidos cuando ella retorna a la casa de la abuela y habla un zapoteco fluido y hermoso al tiempo que va a oxigenarse al ver los ojos de Aurea y se pone feliz en su ciudad de las iguanas llena de cemento y edificios.

La han influenciado sus lecturas y su educación oral. También ese subgénero juchiteco que es el don de mentir y de relatar sucesos que parten de lo real pero lo trascienden. Le gustan Olga Orozco, Borges, Paz, María Baranda, Rimbaud y Eliot. Y le emociona la oportunidad de ver editado muy pronto un libro al alimón con su padre, Francisco Toledo, a partir de unos grabados de éste sobre la muerte saltando la cuerda con animales. También le genera gran expectativa ver la nieve neoyorquina y la cara que pondrán sus escuchas en la lectura de poesía indígena que hará en diciembre junto con Briseida Cuevas (maya) y Juan Gregorio Regino (mazateco) en la Fundación Guggenheim de Nueva York. Todo con la premisa de provocar a partir de su poesía: "Tengo una foto en sepia/ con los ojos llenos de agua y una flor en los labios/ alguien entró a la foto y arrancó de raíz esa flor."