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P O L I T I C A
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México D.F. Sábado 28 de agosto de 2004

Ilán Semo

El cuerpo, el texto, la marca

ƑCómo explicar ese fenómeno que extasía a las emisoras televisivas y destroza anímicamente a los espectadores en el que un cúmulo (ya innumerable) de desastres deportivos de los atletas mexicanos en Atenas son transmitidos -o mejor dicho: exhibidos- hasta la saciedad del replay, la minuciosidad del zoom y la flagelación del "testimonio"de la frustración en directo? Para documentar nuestro sadismo: Laura Moreno, la gimnasta, inicia su ejercicio en las barras asimétricas, falla en la entrada; su semblante desencajado muestra que ha cometido un error garrafal; acto seguido, la toma del error se repite seis veces, y la de su desesperación, ocho. Laura, en la viga, trastabillea como si fuera una amateur; seis replays del desequilibrio. En la gimnasia libre sobreviene la catástrofe. La atleta se lesiona y estalla en llanto. El zoom le dedica casi un minuto (en televisión equivale a una eternidad) a examinar su desazón. Paola Espinosa, la joven clavadista, equivoca tan sólo un detalle de uno de sus 15 clavados. Es suficiente para enviarla al lugar 12. Pero la cámara se extasía con el aislado equívoco. Mario Iván Flores, el marchista, yace en el suelo; se contrae llevándose las manos al estómago. La cámara de hombro lo enfoca a un suspiro de distancia. Mientras Mario aúlla de dolor el reportero quiere šentrevistarlo! En la pantalla la carrera pasa al olvido, y lo que siguen son minutos interminables de paramédicos, sirenas, ambulancias.

Bajo la mirada de Televisa y Tv Azteca las Olimpiadas de Atenas 2004 se convierten en una versión multitudinaria de Lente Loco y Cámara Escondida. Sólo que aquí va en serio. Lo chusco y lo cómico de las anomias corporales que sirven de guión escenográfico a Los Tres Chiflados deviene, en los templos del deporte, en tragedias auténticamente personales. Fuera de la pantalla, cuando un deportista falla sufre una derrota, una estadística más. En la pantalla, ese mismo hecho, sometido a la inclemencia del zoom, la mirada exhaustiva del replay, los comentarios alérgicos de especialistas apócrifos, se transforma en un espectáculo de la frustración, la ineptitud y la incontinencia. Pero 99 por ciento de los atletas de todo el mundo que asisten a las Olimpiadas no serán medallistas, "fracasarán" según el neolenguaje de la televisión mexicana. Un mundo simple y transparente dividido entre medallistas e ineptos, en el que potencialmente todos somos ineptos.

ƑQué hay de nuevo en el fracaso de los atletas mexicanos en Atenas? En rigor, nada. El promedio de medallas obtenidas por los deportistas mexicanos en la larga historia de las Olimpiadas es de tres por edición, con la excepción de los juegos de México y Sydney. De los que viajaron a Grecia, sólo un puñado aspiraban realmente a regresar con el triunfo. Pero enviar una delegación de 20 integrantes habría inhabilitado el meganegocio televisivo, habría exhibido federaciones deportivas fantasmas y mostrado el desaseo de la burocracia en la que descansan. Lo nuevo realmente es ese escrutinio televisivo que transforma a la Olimpiada en una auscultación sobre la mediocridad nacional, cuando el desempeño que se esperaba de los atletas mexicanos era obvio y predecible. Un círculo auténticamente perverso.

Los dos cuerpos de Ana. Después de cientos y cientos de horas de desplomes y desastres que confirman los más elementales subterfugios del imaginario nacional (la vocación innata para la derrota, la irrefrenable condena a la mediocridad, la ineptitud como filosofía de la vida -Nelson Vargas llega a decir desde una de sus habitaciones en el Queen Mary, de 4 mil dólares la noche: "Así son los mexicanos", en tercera persona, por supuesto, porque él ya es una estatua de sal ateniense-) toca el turno finalmente a Ana Gabriela Guevara. The show is on. Ana es una corredora excepcional. Reúne todas las características de la hiperatleta: precisión, perseverancia, fuerza, velocidad, rapidez, resistencia y, sobre todo, es predecible, no falla, no se desmorona. La fábrica mediática que la iconiza desde hace cuatro años le rinde (y se rinde a sí misma) pleitesía. Así sea en dosis de 50 segundos, los triunfos de la sonorense, El corazón del desierto, en eliminatorias, semifinales y en la final sirven para abrir un respiro al marasmo creado por la ineptitud televisiva. Le sigue, por supuesto, la heroización: "mi héroe es una chava", reza el nuevo epígrafe comercial. Uno entiende que la noción de héroe (y también de heroína) está ligada a algún tipo de sacrificio, de salvación. Pero Ana no lo necesita. Ella ha salvado a una nación entera. ƑDe qué? Una medalla después de tanta mediocridad equivale a un acto sublime de redención. Además, no es una heroína, es un héroe.

Pero Ana es algo más que un héroe: es un banner andante, una escritura móvil. En esa segunda piel que es el uniforme elástico, Banamex, Nike, Telcel, Sabritas (la lista es infinita) coescriben la historia nacional, son la casa de la heroína, que ya no el Estado-nación sino la marca-nación. Ana ingresa a un nuevo Olimpo: ahí donde se encuentran la estética de la marca (o de la mercancía) y la de la nación. Esta es otra de sus innegables virtudes. Es una criatura de (y para) los medios, el epítome de la nueva reciedumbre femenina mexicana, el adiós (por fin) a la mujer sentimental, el arquetipo de la mujer guerrera.

Un día después de que Ana Guevara obtuvo la medalla de plata, Belem Guerrero conquistó la misma presea en una prueba de ciclismo. Nadie la había anunciado. Nunca hubo un póster de Belem. Tampoco anuncios televisivos que indicaran su existencia. Incluso los radiorreporteros se mostraban sorprendidos. ƑQuién es Belem? Quienes la conocen son los ciclistas. Otra hiperatleta. Probablemente más completa que Ana y sin duda más compleja y variada. Más meritoria, definitivamente. Una pequeña y gran reina del ciclismo mundial. Nació y creció en Ciudad Nezahualcóyotl. Pasó por las inclemencias de la burocracia deportiva. El esposo de Nancy Cárdenas, ex presidente de la Federación de Ciclismo, le retiró a su entrenador. Su bicicleta no llegaba a Atenas. Sea como sea, a diferencia de Ana, no funciona como sujeto de iconización televisiva. Es callada, no representa a esa estética de promesa clasemediera agresiva y viril que distingue a la corredora. Belem proviene de ese otro México que no parece caber en las esclusas de la nación-marca. Al menos por ahora.

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