La Jornada Semanal,  domingo 22 de agosto  de 2004         494

DE TIERRAS PROMETIDAS

LEO MENDOZA
Michel Tournier,
Eleazar o el manantial y la zarza,
Alfaguara,
México, 2004.

En Celebraciones, extraordinario libro misceláneo cuyos textos nacieron las más de las veces como producto de la admiración, Michel Tournier señala que "nuestros límites, nuestras insuficiencias, nuestras pequeñeces tienen su cura en la irrupción de lo sublime ante nuestros ojos". Luego, siguiendo a Ingmar Bergman, agrega: "nuestra futilidad se desvanece cuando leemos la Biblia, nuestra picardía se convierte en amor carnal al ver los cuerpos de la Capilla Sixtina, y los Cuadernos de Paul Valéry transforman nuestra estupidez en luminosa inteligencia". No cabe duda de que gran parte de la obra del escritor francés ha sido escrita a partir de la admiración que despiertan en él no sólo las ideas –la filosofía ha sido una de sus pasiones– sino los personajes, la religión, las súbitas iluminaciones provocadas por el simple hecho de habitar en el mundo.

Eleazar o el manantial y la zarza, su última novela, publicada en español por Alfaguara, es precisamente un texto nacido de la admiración por la obra de André Chouraqui (un estudio titulado Moisés) y por la figura del gran profeta. Hay una pregunta básica en la novela que es la que desató la imaginación de Tournier: "¿Cómo el mejor de los hijos de Israel, el más grande de los profetas, el único anunciador de la Torá en los dramáticos encuentros cara a cara de la zarza ardiente y del Sinaí había podido ser tratado así por el divino maestro de toda justicia?"

Eleazar, nacido protestante en un país de católicos, lleva el nombre de uno de los hijos de Aarón que fue sumo sacerdote, ayudó a Moisés y, una vez que los judíos terminaron su viaje, auxilió a Josúe en la repartición de la tierra. Sin embargo, la figura que se encuentra detrás de la vida de Eleazar es precisamente la de Moisés. El paralelismo existente entre este hombre que, acompañado por su familia, viaja hacia una nueva tierra prometida, América, es llevada en la novela al grado tal que, al igual que el profeta, su protagonista está condenado a no pisar la fértil California al caer víctima de un disparo de la banda conocida como Mano Roja.

El viaje –como en muchas de las novelas de Tournier– es el eje de la narración. Viaje interior de Eleazar hacia su encuentro con Dios, hacia el descubrimiento de un amor divino que puede ser terrible y cuya manifestación palpable es la elección entre el manantial y la zarza. Y también ese otro viaje que lo lleva de su país natal a América. Pero primero, como todo elegido, Eleazar será puesto a prueba: como pastor de ovejas que posteriormente tendrá su propio rebaño al que llevará por un mundo inhóspito, fronterizo. Eleazar parece elegir su propio camino: se casa con la hija de una familia católica, crea su propia familia y sin embargo, como el mismo Moisés, su rebelión ante la injusticia lo hará cometer un crimen que quedará impune. Es precisamente esto lo que lo decide a emigrar justo cuando se desata una de las mayores hambrunas de las que se haya tenido memoria y luego de cruzar el mar, por sus propios medios, Eleazar se separa de la caravana que lo lleva a California para intentar tan sólo con su familia arribar a su propia tierra prometida.

¿Pero es realmente su destino el que se impone o es la imposición de otra voluntad la que ha determinado de antemano que Eleazar tampoco llegue a su propia tierra prometida, California? El libro de Tournier está marcado por una simbología transparente y, aun cuando su extensión no cubre 150 páginas, encontramos una galería de personajes entrañables y sorprendentes como la hija vidente del profeta, Cora, el jefe indio Serpiente de Bronce quien le explica la magia del mundo y José, el bandido mexicano que se convierte a aquella fe para él desconocida y por la cual traicionará a sus compañeros para ser, finalmente, el encargado de llevar a los nuevos peregrinos a la tierra prometida.

En Eleazar o el manantial y la zarza las grandes interrogaciones se encuentran escondidas tras la sencillez narrativa. Pero sobre todo, Tournier escribe la vida de Eleazar –con todo y la travesía en un barco llamado Esperanza– a sabiendas que "la oscura y misteriosa palabra ‘destino’ evoca una intervención trascendente en el curso de una vida humana que la trastoca y le da sentido". Eleazar, sin saberlo, va al encuentro de este destino al reproducir la vida de Moisés para comprender finalmente que su camino, el suyo, era el de la zarza.

Como todas las novelas de Tournier, Eleazar es una narración profunda, estremecedora, hermosa •