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México D.F. Domingo 22 de agosto de 2004

Bárbara Jacobs

Autobiografía sin acontecimientos

En algún párrafo de las casi 500 páginas del Libro del desasosiego, Pessoa cuenta, a través de Bernardo Soares, de una taza de porcelana que, al romperse, convirtió el suceso en el suicidio de la imagen de los dos japoneses que, como diseño de la taza cuando completa, tomaban té alrededor de ella. Al hacerse añicos la taza, las figuras que la ornamentaban se suicidaron. Me parece que esta visión de las cosas es una buena síntesis de la obra, o por lo menos la que me define a mí su filosofía: un absurdo, pero brillante y bello.

Antes de intentar resumir el hilo que encontré en la obra, entre tantos posibles, debo confesar que empecé por leer una biografía de Pessoa, tan gruesa como el Libro del desasosiego mismo, y que, a la mitad, me detuve. Pensé que era mejor leer primero a Pessoa y después lo que quisiera sobre él. Al terminar la lectura, aparte de desasosegada, quedé con una impetuosa necesidad de anotar mi perspectiva.

Subrayé frases, tomé notas, hice listas de títulos y de autores citados para, una vez con ellos plasmados en hojas, olvidarlos y preguntarme: "ƑQué me dejó a mí la lectura?

Primeramente, una carencia. Habría preferido que Soares contara la autobiografía que anunció. ƑY no la cuenta? Demasiado parca y espaciadamente, pues apenas si menciona su oficio de ayudante de tenedor de libros de contaduría en una firma de tejidos. De tanto en tanto, nos hace saber algún detalle del jefe o de los demás empleados de la oficina. Pero el resto del relato es la vida interior del autobiógrafo, llena de contradicciones, profundas y poéticas. De hecho, altamente poéticas.

Llegamos a saber que Soares es un "saudoso", o nostálgico con melancolía; que escribe fragmentos; que describe Lisboa bajo la lluvia; que piensa, que piensa, que piensa. Pero, aparte de la naturaleza nihilista de sus pensamientos, no nos enteramos de mucho más.

Sin embargo, y a riesgo de ser considerada desde tonta hasta reduccionista, entre todos los caminos que pude tomar para apoyarme en uno y desde él opinar sobre el libro, encontré que la personalidad del pesimista Soares responde a la del huérfano, hipótesis más que admitida dentro de la ficción en sí. De principio a fin de los fragmentos, el autor desliza frases alusivas a lo que digo y, dentro de mi concepción de las cosas, lo que deja entrever hace de la incoherencia del "libro de impresiones sin nexo", del "diario escrito para (mí mismo)", una coherencia bien fundamentada que admite lectores, pasmables, desasosegables.

El hecho de que él mismo llame "diario" a sus anotaciones no sólo permite sino que justifica que la integridad del libro sea un canto a la madre y a la infancia perdidas. "Ve, oh Viento, a buscar a mi madre. Llévame noche arriba a buscar la casa que no conocí. Vuelve a darme, oh Silencio inmenso, mi ama y mi cuna y la canción con la que me dormía." Va tras una infancia nueva, "un ama vieja de nuevo y un lecho pequeño donde acabar durmiéndome, entre cuentos que arrullan". Necesita "un regazo para llorar, próximo, caliente, femenino", porque recuerda su infancia "con lágrimas". El lamento por la infancia perdida es continuo; y se pregunta, "Si yo no había de poder vivir sino en medio de cariño, Ƒpor qué desalojaron mi cariño?" ƑPor qué, cuestionará, despertó "siempre contra pechos ajenos, arrullado por vías secundarias?" Habla de sí mismo como de "un pobre niño abandonado", y echa de menos a los muertos que lo amaron en su infancia y dice: ''Cuando los evoco, toda el alma se me enfría y me siento desterrado de corazones". Soares llora a lo largo de 500 páginas, "lloro, lloro por todo, entre la pérdida del regazo, los brazos que no supe cómo habían de ceñirme, el hombro que no podré tener nunca cerca de mí". "Soy postizo", continúa; y culpa "lo que hay de disperso y duro" en su sensibilidad a "la ausencia de calor (materno) y la saudade inútil de besos" de los que no tiene memoria.

No obstante expresa un deseo terrible y es el de que, si ha de dar con la mujer de sus sueños, ella deberá ser estéril; como si le dijera, si no vas a tenerme sólo a mí, no vas a tener a nadie más. Cosas, éstas, que no dejan de ser extrañas en un ser que como el verdadero autor del supuesto Soares se caracterizó por sus múltiples desdoblamientos o heteronímicos.

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