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México D.F. Domingo 22 de agosto de 2004

Néstor de Buen

Fantasyland

Cuando yo era chiquito... šsin comentarios!, las mamás dormían a los niños contándoles hermosas historias, cuentos en realidad, muchas veces inventados sobre la marcha, que presentaban mundos ideales en el que los pequeños: el niño de referencia, iba construyendo un porvenir ideal.

Yo tuve bastante imaginación o quizá la necesidad de ponerla en juego, porque en la distribución de la chamba familiar entre Nona y yo, a mí me tocaba llevar a los cuatro niños, los mayores, al colegio, y ella llevaba a las niñas, las menores, a su escuela. No me pregunten la diferencia entre colegio y escuela.

Mis hijos, inquietillos todos, querían que les contase un cuento en cada viaje. Alguna vez se me ocurrió hablarles de dos personajes: un burro y su indito dueño, que iniciaron un viaje desde Oaxaca al Distrito Federal y que, por supuesto, nunca llegaron. Eran mejor conocidos por Pancho de Arriba y Pancho de Abajo. Entre ambos llevaban un peso y siempre tenían dinero porque se pagaban mutuamente los servicios con ese peso. No entraba yo en muchos detalles financieros a propósito de la obtención de alimentos y lugares de descanso. Yo, sensible desde entonces al neoliberalismo, no me inquietaba por los aspectos sociales, sino sólo por los monetarios. Se boleaban mutuamente el burro al niño y el niño al burro y con el peso se pagaban, y esa circulación monetaria, digna de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, generaba riqueza que podía invocarse en los anales de aquel país. Si no comían o si comían era una historia que no importaba.

Sin embargo, el cuento principal, renovado en cada viaje desde Jardines de San Mateo a Polanco, era el de los cachuchos sintomáticos. Se trataba de unos animalitos que se hacían niños y les pasaba todo lo imaginable. Cada uno de mis hijos asumía un forma especial y a veces caía en el grupo algún otro, tal vez un compañerito de la escuela al que le dábamos un aventón.

Las aventuras eran fantásticas, terrestres y extraterrestres, y por alguna razón misteriosa aparecía también un puma (con espuma, no se rían), supongo que por influencia de nuestro equipo de futbol del que la mayoría: Néstor y Fernando, eran, como yo, sus partidarios, aunque Carlos lo era del América y Jorge del Necaxa o del Atlante.

Los famosos cachuchos vivieron historias de fantasía. A veces me daban ganas de escribir esos cuentos, pero las muchas necesidades que tenía que atender y las muchas chambas que servían para atenderlas -durante un tiempo no tan corto la Junta Central de Conciliación y Arbitraje del Distrito Federal, el Instituto Mexicano del Seguro Social, clases en la Facultad de Derecho, cobros de rentas y otras menudencias (entre ellas empezar a escribir libros de derecho)- no me permitían esos lujos.

Ahora, con tantos años de experiencia, las historias estarían alimentadas por nuestras realidades. Pancho de Arriba y Pancho de Abajo, en su eterno viaje sin llegada, tendrían motivos de sobra para inspirarse en nuestra economía, que vive de los números pero se da de narices con la realidad. Eso sí, en un marco de discursos del más alto nivel a veces convertidos en el susurro (šni tanto!) de un programa radiofónico o de un habitual discurso diario. Claro está que el discursero, quedándose notablemente solo según el paso de los días y generando jubilaciones y renuncias por motivos de salud.

Para los cachuchos sintomáticos las historias abundarían mucho más. Convertidos en niños, a estas alturas padres responsables de familia tropezarían con magistrados de tribunales colegiados que se ponen descaradamente al servicio de los poderosos en los juicios; procuradores que persiguen a supuestos delincuentes por servir a evidentes empresarios del más alto nivel, a su vez, capaces de autoembargarse para tratar de evitar embargos mercantiles y laborales de verdad; legisladores que aprueban por consigna leyes inconstitucionales; dirigentes sindicales que actúan con ferocidad en contra de los trabajadores en una mítica defensa de trabajadores hipotéticos que dicen representar; organismos de seguridad social que le echan la culpa de sus desgracias económicas a sus propios trabajadores, y todo por ocultar que la única culpa está en la historia de entreguismo a los sectores privados de lo que fue la institución más bella del país; altos funcionarios con delirios de persecución en contra de empresas más que cumplidas que les ganan todos los juicios civiles y penales, pero que por alguna razón misteriosa deben ser eliminadas.

Ya no llevo a mis hijos a las escuelas. Pancho de Arriba y Pancho de Abajo siguen su viaje eterno desde Oaxaca, con su pesito mutuo. Los cachuchos ya no requieren de la imaginación del padre. Con leer la prensa todos los días y ver la televisión se fascinan con las aventuras de nuestros políticos que tienen más fantasía que la que pudo acumular esta nuestra Fantasyland.

Erase que se era.

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