Jornada Semanal,  domingo 15 de agosto  de 2004             núm. 493

EL JABALÍ

Los he visto en el zoológico: rechonchos, los ojillos malévolos sobre curvos colmillos, el pelaje erizado, sobre todo la crin que recorre el lomo hasta rematar en un penacho enhiesto sobre la nuca. El jabalí, babirusa, hinzir yabalí, como le llamaban los árabes, cerdo del monte. Feos tal vez, pero no me parecen especialmente terribles, aunque conozco su fama de presa homicida, tópico de la mitología y los poemas (en la Segunda Soledad, de Luis de Góngora, el pescador Micón recuerda que Adonis hizo que el dios Marte, el dios de la guerra, se convirtiera en jabalí).

Hace meses vi unos en un periódico gringo. Aterrorizados por los perros que los superaban diez a uno, amontonados contra la puerta de un corral. Les habían aserrado los colmillos para evitar que hirieran a los perros. Me inspiraron piedad.

Ahora, me los encuentro a cada rato. Por esas coincidencias que los libros deparan al curioso: en tres novelas distintas, el jabalí representa al mal. Novelas que no tienen nada que ver entre sí y no ocupan lugares contiguos en el librero, aunque los tres autores sean ingleses: Mary Renault, nacida en Londres en 1903; Neil Gaiman, de Porchester (1961) y Lawrence Norfolk, quien también nació en Londres, pero en 1963. La novela de Renault en la que aparece el jabalí es El rey debe morir, la historia de Teseo, el matador del Minotauro. Teseo va camino a Atenas y mata a Faia, la jabalina de Megara, bestia de la diosa Artemis. Según la historia Teseo casi pierde la vida, a pesar de la agilidad y la astucia que lo caracterizan. "Odiaba a los hombres. Mientras se sacudía y empujaba, supe que no peleaba por su vida, sino por la mía. Clavado por mi delgada lanza a esta fuerza terrenal, me sentí ligero como una hoja de hierba; me golpeaba y hería contra la pared de roca a mis espaldas, como si la montaña misma quisiera aplastarme…", dice Teseo en el momento final de la cacería.

En la novela de Gaiman, la delirante Neverwhere, que podría traducirse como Dondenunca, el protagonista es lo más lejano a Teseo que uno pueda imaginarse. Es un oficinista tímido y apocado, Richard Mayhew, quien por accidente entra en un mundo paralelo cuya vasta topografía tiene la misma forma que el Metro de Londres. En este universo oscuro y salvaje, en el que no hay más ley que la del trueque y donde los habitantes, agrupados en tribus, matan rutinariamente a sus enemigos, todos están unidos, sin embargo, por el temor que les inspira la Gran Bestia del Subterráneo, el Gran Jabalí de Londres. "A treinta pies de ellos, la Bestia se detuvo con un gruñido. Sus flancos humeaban. Bramó, triunfante, un desafío. Lanzas quebradas, espadas rotas y cuchillos oxidados le erizaban los flancos. La llama amarilla relucía en sus ojos rojos, en sus colmillos, en sus pezuñas…" Casi por accidente, Richard mata a la Bestia y se convierte en el Cazador, un título que en ese cosmos tiene una resonancia sacra. Las lanzas y cuchillos, ya lo habrá adivinado el lector, son romanos, celtas, sajones. La Bestia era más vieja que la ciudad, más antigua que los primeros asentamientos que los celtas construyeron a la orilla del Támesis, más antigua que Londinium, el puerto fluvial romano. Pero el héroe, al fin, lo mata, aunque esto no represente el fin de sus tribulaciones.

La tercera novela, probablemente la mejor escrita y sin duda la más ambiciosa intelectualmente, se titula, ni más ni menos, Con la forma de un jabalí. Norfolk comienza con la minuciosa descripción de una cacería mitológica: la del jabalí de Caledonia. Cacería que se repite a lo largo de los siglos y que concluye con una persecución de partisanos griegos que van detrás de un oficial nazi. Norfolk inicia el relato con la llamada de Meleagro, el rey, quien ha convocado a todos los cazadores –entre ellos Atalanta– para que lo ayuden a matar a la bestia sobrenatural que asola su reino. El jabalí blanco "curva el cuello hacia la superficie que espejea y mira en su propia, móvil imagen, los rostros de los hombres que algún día serán comparados con él: Héctor, Áyax, Hércules. Siempre han estado allí, disfrazados tras sus colmillos y su hocico cubierto de espuma, mirando a través de sus fieros ojos…"

A los políticos corruptos y a los secuestradores no se les puede comparar con un jabalí, aunque son más temibles. El jabalí más feo es mucho más agradable. Pero imagínate, lector, a tu bestia negra favorita corriendo perseguido por Teseo. ¡Qué delicia!