Jornada Semanal, domingo 15 de agosto  de 2004            núm. 493

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

DICCIONARIOS (II de III)

El concepto de diccionario, que se remonta a dictionarium, palabra del bajo latín proveniente de dictio, –onis: "palabra", y hoy se entiende como el libro donde "se da una serie más o menos completa de las palabras de un idioma o una materia determinada, definidas o con su equivalencia en otro idioma, generalmente por orden alfabético", no debe confundirse con otro más amplio, el de enciclopedia, aunque existan diccionarios enciclopédicos, pues esta idea, de origen griego, está emparentada con encíclica ("circular") y tiene que ver con la idea de una educación cíclica: mientras que el diccionario es un volumen de consulta organizado paradigmáticamente, pues se trata de un gran listado de palabras desenvueltas alfabéticamente, la enciclopedia no puede despojarse de una fuerte carga de paideia, pues en ella se recopilan los conocimientos que se consideran necesarios para una persona; puede decirse que ésta tiende a una organización sintagmática.

Ambas maneras de catalogar palabras o conocimientos suponen la solución de un orden previo para colocar ciertos contenidos dentro de los continentes "diccionario" o "enciclopedia", y es seguro que dicho orden provino de la primera tentativa occidental para formar una biblioteca, la de Alejandría, fundada por Tolomeo i. De hecho, las bibliothekai no eran sino las estanterías donde se colocaban rollos (pues el concepto físico de libro, tal como lo conocemos ahora, fue un acontecimiento posterior). Como la biblioteca buscaba abarcar la totalidad del saber humano y había una vasta cantidad de volúmenes coleccionados, uno de los primeros problemas que enfrentó la Biblioteca fue el de encontrar un método para ayudar al público a hacer uso de tal tesoro libresco, bajo la certeza de que la acumulación desorganizada del saber es no saber.

Antes de Alejandría, los sumerios dieron el título de "ordenadores del universo" a quienes ejercían el trabajo de catalogadores, como franca premonición de la idea griega de enciclopedia; asimismo, que la voluntad ordenadora es tan antigua como las especulaciones humanas, se corrobora con el encuentro del catálogo de una casa de libros de Edfu, Egipto, datable hacia 2,000 años antes de Cristo y antes de Alejandría, que enumeraba borgeanamente a otros catálogos, como El libro de lo que se encuentra en el templo, que incluía "La lista de todos los libros grabados en madera", "El libro de las estaciones del sol y de la luna", "El libro de los lugares y de lo que hay en ellos"…

No obstante los muchos antecedentes de esfuerzos orientados hacia la catalogación de volúmenes o conceptos (en el fondo, eran los intentos por tratar de darle un orden al temible Universo), fue Calímaco de Cirene quien fundó lo que puede considerarse el principio de un sistema definitivo para dar orden a las reacias materias catalográficas. Nacido en África del Norte hacia comienzos del siglo iii a.C., ejerció la docencia y trabajó en la biblioteca de Alejandría bajo las órdenes de su enemigo, el bibliotecario jefe, Apolonio de Rodas. El sistema que Calímaco eligió para organizar la biblioteca no surgió de una enumeración ordinaria de las posesiones de la misma, sino de una formulación preconcebida del mundo. Calímaco se atuvo a la visión aceptada por los eruditos e intelectuales de la época, herederos de la filosofía griega: la biblioteca fue dividida en estanterías o tablas (pinakoi), de acuerdo con ocho géneros o temas: drama, oratoria, poesía lírica, legislación, medicina, historia, filosofía y miscelánea. Separó las obras voluminosas y las hizo copiar en secciones más breves llamadas "libros", para disponer de rollos más pequeños de fácil manejo. El conjunto de las pinakoi, o catálogo completo, se llamó Tablas de aquellos que se distinguieron en todas las fases de la cultura, junto con sus escritos, y se distribuía en 120 rollos. Así fue como, hace veintidós siglos, Calímaco diseñó un sistema de catalogación que ha llegado a ser habitual hasta nuestros días y es obvio a fuerza de reiterada eficacia: la costumbre de ordenar los volúmenes por orden alfabético.

Más allá de bibliotecas y catálogos, el sistema de Calímaco impregnó dos formatos de explicación del universo: diccionarios y enciclopedias. Aunque éstas se hallan sustentadas en ciertas nociones pedagógicas, comparten con los diccionarios la exposición de su materia mediante progresiones alfabéticas y la explicación de significantes verbales con significados verbales.

(Continuará.)