La Jornada Semanal,  domingo 15 de agosto  de 2004         493

FRIDA Y LAS PARADOJAS
DEL SER EXCEPCIONAL


 
IVÁN RÍOS GASCÓN
Isolda P. Kahlo,
Frida íntima,
Ediciones Dipon/ Ediciones Gato Azul,
Colombia/ Argentina, 2004.

De mito cultural a icono de los porvenires emblemáticos; de figura modélica de género a guía espiritual en la inicua lucha entre el vuelo imaginario y la inmovilidad del cuerpo, y de epíteto reverencial a criatura referencial del ego libertario y los temperamentos insumisos, Frida Kahlo cumple cincuenta años en el limbo de la ausencia terrestre, y cinco décadas de permanencia en las ilusiones colectivas, donde mujer y obra se diluyen en la impasible liquidez de los fervores privados y las añoranzas públicas.

Frida Kahlo es a la pintura lo que Franz Kafka a la literatura. El ente predilecto de propios y extraños, una sombra indeleble en la devoción universal por las tragedias existenciales y la voluntad creadora, ese magnífico atributo capaz de soslayar los temblores de un cuerpo mancillado. Y lo mismo es la efigie huidiza que encarnó Ofelia Medina en Frida, de Paul Leduc, que la autora de una obra plástica esbozada por la dialéctica del sueño, cuyo perpetuo leitmotiv relata el sufrimiento de la carne ante la súbita belleza de un mundo vegetal o fáustico o salvaje o genital pero, también, Frida es la perenne tentación y el mejor negocio de críticos, historiadores, memoriosos e intérpretes de la mexicanidad pedestre, cursi, snob, de Hollywood y sus Mac films, como lo fue el caso de la película producida por Salma Hayek y dirigida por Julie Taymor, donde la creadora revolucionaria y compañera de Diego Rivera, un ser complejo, fascinante, excepcional, se transformó en el arquetipo del martirologio y las orgiásticas hazañas light.

Frida es al arte nacional lo que Kafka es a la novela europea. Ya que, como explica Milan Kundera en Los testamentos traicionados, cuando la obra del artista es desplazada por la especulación sobre la naturaleza del personaje y no de su legado, el microcontexto biográfico del creador desemboca en la hagiografía, pero lo aparta del terreno de la estética para, finalmente, confinarlo en la exégesis.

Frida íntima, de Isolda Pinedo Kahlo, sobrina de Diego y Frida, e hija de Cristina Kahlo (hermana menor de la artista coyoacanense), es una obra testimonial que intenta esclarecer la auténtica personalidad del genio atrapado en los suplicios de la piel, donde la voz de Isolda viaja de un extremo a otro de la historia, sin conceder imágenes rotundas o impertinentes digresiones, pero ofreciendo claves para desentrañar el secreto de una muerte que acabó con el flagelo de la enfermedad, de la agonía.

Ensamblado por un conjunto de viñetas sobre la cotidianidad del matrimonio de Diego y Frida, y complementado por el testimonio de algunos integrantes de los "Fridos" (alumnos de la Kahlo en la escuela de pintura La Esmeralda, y cuyos integrantes eran Arturo García Bustos, Rina Lazo, Guillermo Monroy, Fanny Rabel y Arturo Estrada), este libro es un ligero recorrido por el álbum de familia, que comienza con los periplos de Guillermo Kahlo Kaufmann, padre de la artista, un emigrante alemán y fotógrafo de oficio, que a instancias de José Ives Limantour (secretario de Hacienda en el régimen de Porfirio Díaz), recopiló novecientas placas sobre la heredad arquitectónica de la nación, actividad que le confirió el título de Primer Fotógrafo Oficial del Patrimonio Cultural Mexicano.

Tras un matrimonio baldado por la muerte de su primera esposa, Guillermo Kahlo contrajo nupcias con Matilde Calderón y González, y de esa unión nacieron Matilde, Adriana, Frida y Cristina, cuatro hijas que marcharían por destinos diferentes, aunque las últimas nunca iban a separarse, debido al vínculo de solidaridad y afecto que sellaría sus hados. Y es que Frida, esa adolescente entusiasta y juguetona que conoció a Diego Rivera en la Escuela Nacional Preparatoria, poseía un ingenio singular, una energía que desbordaba y proyectaba hacia la gente que la conoció y que, en voz de Isolda, jamás se extinguió del todo, a pesar del accidente del 17 de septiembre de 1925, cuando un tranvía embistió el autobús en que viajaba, ocasionándole severos trastornos de columna, un mal que iba a atormentarla por el resto de su vida.

Sencilla, breve y tan discreta que, en ocasiones, sucumbe al eufemismo (esa inútil y oscura oralidad que, decía E.M. Cioran, en ocasiones agrava el horror de lo que oculta), la redacción de Frida íntima transcurre por los pasillos de la "Casa Azul" de Coyoacán, un mítico espacio que conjugaba selva, metrópoli y provincia, que era escenario de veladas rumbosas y encuentros metafísicos, por el que desfiló una insólita legión de personajes célebres de la política, el arte y la cultura, y donde crecieron Isolda y su hermano Antonio, a consecuencia del divorcio de Cristina.

Isolda narra la relación estrecha entre Diego y Frida; las peripecias de los habitantes de la "Casa Azul" con las mascotas (monos araña, perros xoloscuintles y Granizo, el cervatillo, personaje principal del cuadro "El venado herido", que Frida Kahlo le obsequió a su mejor amigo, el cineasta Arcady Boytler); los viajes de Frida y Diego a Europa y Estados Unidos, donde pasaron largas estadías y establecieron una sólida amistad con Henry Ford; la rutina apacible de Frida, mientras Diego trabajaba en los murales de Palacio Nacional; las visitas de Siqueiros, Orozco, María Félix, Dolores del Río y Paulette Goddard; la llegada de León Trotski y su esposa Natalia en 1937, y las extremas precauciones que influyeron en la estancia del dirigente ruso, pues Diego Rivera adquirió el lote vecino a la "Casa Azul", mientras que Frida ordenó tapiar las ventanas con ladrillos para conjurar posibles atentados; la incesante actividad de Frida, a pesar de su delicada condición, en mítines de apoyo a la causa revolucionaria; la edificación del estudio de Diego Rivera en Altavista, y el ir y venir del pintor de San Ángel a Coyoacán; el asesinato de Trotski y la persecución y huida de Diego, culpable por sospecha; la ambigua amistad entre Frida y Lupe Marín; los celos mutuos de los creadores, y las versiones encontradas de los conocidos y los huéspedes acerca de la compatibilidad de la pareja pero, sobre todo, de las circunstancias del trágico desenlace de la Kahlo.

Y no obstante que, desde las primeras páginas, Isolda sostiene que la publicación de estas memorias tiene como propósito esencial, aclarar todas las "mentiras" que críticos, historiadores y cineastas han esbozado en torno de los Rivera Kahlo, donde se refutan, en mayor medida, las tesis de Raquel Tibol acerca de la toxicomanía y la bisexualidad de Frida; los mitos de la personalidad atrabiliaria, deshonesta y libertina de Diego, y los rumores sobre el temperamento masoquista y destructivo de los pintores, lo cierto es que en Frida íntima no se afirma nada, no se impugnan grandes tesis o quiméricos embustes, y tampoco existe un compromiso cabal con los personajes y su historia, porque el relato de Isolda no difiere mucho del inmenso anecdotario que existe sobre esas criaturas asombrosas (principalmente extraídos de la biografía de Hayden Herrera), sino que se aboca, en mayor medida, a matizar los acontecimientos, pero sin otorgar veracidad a los rumores.

Si bien Isolda concede algo de autenticidad a ciertos episodios como los variados romances de Frida con algunos caballeros, entre los que destaca León Trotski, o la íntima relación entre Diego y su cuñada Cristina, al final antepone un velo, aseverando no tener constancia de los hechos, porque la única conjetura firme que lanza en el libro consiste en la hipótesis de la muerte asistida: abrumado por el escandaloso sufrimiento de su esposa, Diego Rivera ayudó a morir a Frida, con una posible sobredosis de morfina. Quizá es por ello que el doctor Velasco y Polo, médico de cabecera de la Kahlo, se negó a firmar el acta de defunción, que sería signada por su psiquiatra.

Coeditado por Ediciones Dipon (Colombia) y Ediciones Gato Azul (Argentina), ilustrado por una variada iconografía, que incluye documentos como epístolas personales, certificados y el acta de defunción de Frida, e impreso con una tipografía en tono sepia que desluce el texto, Frida íntima es un volumen que se suma, en este año de exequias para la artista, al batallón de los testamentos traicionados, ya que su aportación al mito –como la mayoría de los textos disponibles–, desplaza la importancia de la obra a favor de la insistente exploración del microcontexto biográfico del creador hecho personaje: debido a este ejercicio recurrente, todos sabemos quién era Frida Kahlo pero, generalmente, ignoramos su trabajo.

Mas esto es asunto menor, porque a Frida íntima le precede una incongruencia: el libro surgió de la preocupación de los herederos por demoler la confusión creada por sus exégetas, pero vino acompañado del lanzamiento de la marca Frida Kahlo de accesorios femeninos y pashminas, un fenómeno que hará del nombre y de la imagen de una mujer comprometida con las batallas del proletariado, defensora a ultranza de la cultura, la dignidad y el nacionalismo mexicano, revolucionaria eterna y comunista confesa, una pieza más del universo del consumo. Y de esto quizá ya no hay marcha atrás, pues si en la presentación del libro y de la marca en el Club de Industriales, Elena Poniatowska, Ofelia Medina y Jesusa Rodríguez sugirieron que, para honrar cabalmente la memoria de la artista, las ganancias generadas por la marca se destinen a los más desprotegidos (La Jornada, 16/VII/2004), lo más seguro es que la propuesta nunca sea atendida, porque Frida Kahlo es, y seguirá siendo, el mejor negocio de críticos, historiadores, memoriosos e intérpretes de la sublime mexicanidad de una diosa poética y rebelde.

La muerte es llana y perdurable. Pero la vida, al fin y al cabo, siempre es contradictoria •