La Jornada Semanal,   domingo 15 de agosto  de 2004        núm. 493
 
Novo y el teatro
Jorge Galván
Uno se acuerda de las cosas en su lugar.
Nuestros reflejos funcionan a su estímulo
y se aletargan en su ausencia.
Podemos habitar alternativamente
mundos distintos, inconexos,
y vivir más de una vida.
Salvador Novo, Novísimos


Para los teatristas de mi generación, Salvador Novo no ha sido valorado cabalmente como hombre de teatro (dramaturgo, director, actor y promotor), aunque en estos dominios, como en los de la poesía, la prosa y la crónica, su quehacer dejó profunda huella. Diez años después de su muerte, parecía que se remediaría tal desatino, cuando el Instituto Nacional de Bellas Artes, en mancuerna con Editores Mexicanos Unidos, lanzó la convocatoria para el 1er. Concurso de Teatro Salvador Novo. Lamentablemente hasta ahí llegaron las cosas, por lo que sería pertinente que este año, que marca el centenario de su natalicio, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes diera el nombre de este mexicano universal a sus premios anuales de literatura, en todas sus ramas, porque en todas ellas dejó testimonio de su personalidad múltiple. Porque si fue un definitivo impulsor del teatro mexicano, también lo fue de las letras nacionales, antes y después de haber ocupado, a un tiempo, la titularidad de los departamentos de Teatro y de Literatura del inba (de 1946 a 1952, año en el que ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua).

El maestro formó parte del grupo Contemporáneos, que tras el triunfo de la Revolución mexicana se opusieron al nacionalismo como único camino y lo combatieron arduamente. Defendieron la libertad de expresión y el rigor en la forma poética, indagando nuevas vías estéticas en corrientes literarias externas, sin olvidar a sor Juana Inés de la Cruz, ni a Carlos de Sigüenza y Góngora. Con Xavier Villaurrutia, Celestino Gorostiza y Rodolfo Usigli, pugnó por sincronizar el reloj del teatro nacional con los cronómetros del mundo, lo que consolidaría lustros después en su calidad de funcionario.

En aquellos años de moralina culpígena, tras prescindir de su bigote y cubrir su prematura calvicie con un bisoñé, incrementó su cruzada para rescatar al público teatrófilo, secuestrado por los melodramas y astracanes españoles, coincidiendo en este empeño con otro hombre de cultura, el primer actor Alfredo Gómez de la Vega, quien con María Teresa Montoya inauguró, en 1934, el teatro del Palacio de Bellas Artes representando La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón. A mediados del siglo pasado, Novo publicó sus Diez lecciones de actuación, que se convirtieron en complemento a las enseñanzas contenidas en las obras de Konstantín Serguéievich Stanislavski: Un actor se prepara y Mi vida en el arte.

Nacido en Torreón, Coahuila (1904) y muerto en México, DF (1974), Novo fue un intelectual que, desde muy joven, se distinguió entre todos los de su generación por su instinto literario. Personaje elegante, pero distanciado de toda solemnidad, gustaba de hacer gala, al hablar o al escribir, de su demoledora ironía. Una audiencia absorta atendía sus clases, lo mismo que sus conferencias magistrales. El gran público seguía sus programas de televisión (dirigió los mejores teleteatros de que se tenga memoria y ofreció sus charlas como cronista de la Ciudad de México). Sus ensayos y sus colaboraciones periodísticas eran leídos con avidez.

Novo y Villaurrutia animaron el Teatro de Ulises, a partir de 1928, que influyó y cambió radicalmente el rumbo de la vida teatral mexicana, dando inicio a un movimiento de vanguardia y renovación. Fervorosamente se dedicaron a traducir de otras lenguas obras de los mejores dramaturgos, hasta entonces desconocidos en nuestro país. En 1932 surgió el grupo Teatro de Orientación, fundado por el dramaturgo Celestino Gorostiza, también preocupado por las innovaciones escénicas, para introducir las técnicas de creadores teatrales como Gordon Craig, Max Reinhardt y Erwin Piscator. De los trabajos de Villaurrutia, Novo, Usigli y Gorostiza, habría de surgir más adelante el teatro universitario y la carrera de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Hombres que robustecieron la escena mexicana, impulsando a generaciones de actores, directores, escenógrafos y dramaturgos, que fueron perfilando la personalidad de nuestro teatro, al tratar problemas propios, tomando como punto de partida la realidad del espectador a quien va dirigido.

De su dramaturgia destacan: La señorita Remington (1924), Divorcio (1924), Le troisième Faust, escrita en París, donde fue editada (1937), La culta dama (1951), Diálogos (1955), A ocho columnas (1956), El joven II (1957), Ha vuelto Ulises (1962), Cuauhtémoc (1962), El sofá (1963), Yocasta o casi (1961), La guerra de las gordas (1963), Diálogo de ilustres enla Rotonda (1963), El espejo encantado (1970).

Creado el INBA en 1946, el Palacio de Bellas Artes abrió generosamente sus espacios (aparte del teatro, dos salas, y sus galerías) para acoger las oficinas de la institución, más las escuelas de Arte Teatral y de Danza. Fue entonces cuando florecieron los frutos de todos esos lustros de trabajo, tan bien planeado como intenso, que se mostraron a la comunidad en temporadas memorables. De la Escuela de Arte Teatral, creada por la Dirección de Bellas Artes de la Secretaría de Educación Pública, antecedente inmediato del inba, y que Novo dirigió de 1956 a 1962, surgieron actores y actrices que alternaron dignamente con figuras consagradas. La apertura fue otra de las virtudes de estos animadores, que dieron cabida en su generoso accionar a cuatro directores de escena y maestros venidos del exterior: Seki Sano, André Moreau, Fernando Wagner y Charles Rooner.

Entre otras joyas del teatro universal, pusieron en escena: Knock o El triunfo de la medicina (Jules Romains), Antígona (Jean Anouilh), A la sombra de las estatuas (Henri Lenormand), Androcles y el león (George Bernard Shaw), Romeo y Julieta (William Shakespeare), Hedda Gabler (Henrik Ibsen), Como la primavera (Jerome Chodorov), La danza macabra (August Strindberg), Invitación a la muerte (Xavier Villaurrutia), Judith (Fredrich Hebbel), El sueño de una noche de verano (W. Shakespeare), El gesticulador (Rodolfo Usigli), Rosalba y los llaveros (Emilio Carballido), Los signos del Zodíaco (Sergio Magaña), Nuestra ciudad (Thornton Wilder), El duelo (Federico S. Inclán), La culta dama (Salvador Novo), La muerte de un viajante (Arthur Miller), Un tranvía llamado deseo (Tennessee Williams), Los de abajo (Mariano Azuela), Macbeth (W. Shakespeare) Medea (Sófocles), Helena o La alegría de vivir (André Roussin), El color de nuestra piel (Celestino Gorostiza), Hipólito (Eurípides), El relojero de Córdoba (E. Carballido), Viaje de un largo día hacia la noche (Eugene O’Neill), Sangre verde (Silvio Giovanetti), Una gota de miel (Shelag Delaney), El Rey Lear (W. Shakespeare), La visita (Friedrich Dürrenmat), Enrique iv (Luigi Pirandello), Los duendes (Luisa Josefina Hernández), Corazón arrebatado (John Hamilton), Moctezuma ii (S. Magaña), Leocadia (J. Anouilh), Los empeños de una casa (Sor Juana Inés de la Cruz), Prueba de fuego (A. Miller), Los desarraigados (Humberto Robles Arenas), La leña está verde (C. Gorostiza), Leocadia (J. Anouilh), Debiera haber obispas (Rafael Solana), Rinocerontes (Eugene Ionesco), ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Edward Albee), Tal día como hoy (E. O’Neill), La posadera (Carlo Goldoni), y Amadeo (E. Ionesco). Con rigor similar fue atendido el Teatro Escolar, en beneficio de cientos de miles de alumnos de primaria y de secundaria.

Es fácil colegir que este movimiento inspiró la también memorable actividad teatral del Instituto Mexicano del Seguro Social (1958-1964), que bajo la tutela de Benito Coquet respaldó a los maestros Ignacio Retes y Julio Prieto para realizar, en una serie de teatros construidos ex profeso, temporadas que fueron acogidas con entusiasmo, lo mismo por los asegurados que por el público en general. Experiencias, ambas, que se pudieron hacer canalizando un setenta y cinco por ciento del presupuesto a la enseñanza, a la creación y a la difusión del arte teatral, y destinando el veinticinco por ciento restante a la administración (mientras que en nuestros días la ecuación pareciera haberse invertido).

Salvador Novo fue uno de los pocos escritores mexicanos que vivió, y muy bien, de su oficio; así que cuando no fueron requeridos sus servicios en los dominios de la oficialidad, inauguró su Teatro de la Capilla (1953), en el que estrenó varias de sus obras, en las que persiste el sello de su fecunda producción literaria, que va de la descarnada visión del yo a una inquisición continua y atenta sobre los otros y lo otro, con notables dosis de humor y pasión. Siguió poniéndonos al día, como lo demuestran los estrenos del llamado Teatro del Absurdo, con piezas de Samuel Beckett y de Eugene Ionesco, más docena y media de obras de otros autores, mexicanos y extranjeros. En su teatro-restaurante, el fino poeta disfrutaba atendiendo a los teatrófilos que se quedaban a cenar ahí, y a quienes, en horarios ajenos a la actividad escénica, frecuentaban el lugar para disfrutar de verdaderas delicias gastronómicas diseñadas por él (y guisadas personalmente para sus amigos).

Antes de concluir, quiero privilegiar media docena de oportunidades que se me presentaron en relación con este personaje paradigmático:

Mi ingreso al INBA (al que serví de 1958 a 1985), para trabajar inicialmente como su Delegado en el interior del país, que fue dividido en doce zonas, compartiendo la experiencia con Lola Bravo, Emilio Carballido, Alfredo Castilla, José Gelada, Sergio Magaña, Virgilio Mariel, Raúl Moncada Galán, Marco Antonio Montero, Gabriela del Carmen Perches, Fernando Sánchez Mayáns, Fernando L. Terrazas y Jorge A. Villaseñor. Antes de abandonar el DF se nos impartió un seminario que reforzó nuestras carreras, terminadas en distintas instituciones. Novo se encargó de la materia de Dirección Escénica; Ignacio López Tarso, Actuación; Antonio López Mancera, Escenografía; Julio Prieto, Producción y Antonia Horcasitas, Maquillaje. Nuestro encargo central: promover Festivales Regionales de Teatro, cuyo premio era la obtención de la sede del Festival Nacional para su ciudad de origen. Se competía con teatro mexicano. La experiencia se agotó pasados un par de sexenios, para asumir la modalidad de muestra, sin la obligatoriedad de privilegiar el repertorio nacional.

En Querétaro se propiciaron dos de estos momentos especiales. En 1960 el maestro Novo, acompañando a Juan C. Gorráez, gobernador del estado, develó la placa por la reapertura del histórico Teatro de la República, luego de la remodelación a que fue sujeto por gestoría de la delegación teatral del INBA. En ese espacio, en 1962, actué en la comedia A ocho columnas, bajo la dirección de Hugo Gutiérrez Vega, y obtuve mi primer premio nacional como actor.

Tres oportunidades viví en Aguascalientes: Radio Casa de la Cultura difundió, al morir el maestro, un programa In Memoriam, en el que dimos lectura a su Tercer Fausto. En 1982 realicé la dramaturgia del espectáculo Oye Salomé, sustentado en la poesía de Novo, Villaurrutia y Carlos Pellicer, como homenaje de la compañía Teatristas de Aguascalientes (1969-1989) a los Contemporáneos. Y en 1984 recibí Mención de Honor al participar con mi obra Clase a medias en el 1er. Concurso de Teatro Salvador Novo.