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México D.F. Domingo 15 de agosto de 2004

BAJO LA LUPA

Alfredo Jalife-Rahme

Najaf: de Carl von Clausewitz a Moqtada Sadr

Destruir la mezquita de Alí sería un suicidio para EU

NO PARECE EL momento propicio para haber sitiado al ejército del Medhi en Najaf, cuando Estados Unidos padece un déficit comercial de 55 mil 800 millones de dólares, al mes de junio, y anuncia el retiro de 70 mil soldados de Europa y de Asia, además de otras 100 mil personas de apoyo (Financial Times, 13 de agosto).

JUAN COLE, PROFESOR de historia de la Universidad de Michigan, pone de manifiesto en su página web las consecuencias políticas del sitio de los marines al ejército del Medhi y su comandante supremo, Moqtada Sadr, atrincherados en la mezquita sagrada de Ali bin Abi Taleb. Cole resalta la entrevista exclusiva de Moqtada para la célebre televisora Al Jazeera, en que ha proclamado su "triunfo", lo que parecería un aserto descabellado cuando el centro de la ciudad ha sido reducido a escombros, su cementerio profanado, y el ejército del Medhi ha sufrido una severa paliza por cielo y tierra en una lucha desigual y se encuentra totalmente rodeado. "Se puede pensar que la gente se reirá del 'triunfo de Najaf'. Pero nadie se ríe y, de hecho, se escenifican manifestaciones favorables a Moqtada en todo Irak, incluyendo la insurgencia de línea dura de la región sunita. También han ocurrido amplias manifestaciones en Irán, Bahrein y Pakistán". Hasta "el consejo de líderes tribales del Eufrates medio, un grupo previamente proestadunidense, condenó "la bárbara carnicería perpetrada por Estados Unidos en Najaf". Cole se extiende sobre la entrevista de Moqtada, en la que declaró que "Najaf triunfó sobre el imperialismo y la arrogancia imperial". Esta rimbombante proclamación, a juicio de Cole, "no debe ser subestimada en el mundo islámico". Llama la atención que Moqtada, rodeado por los tanques de los marines, se dé el lujo de pedir la renuncia del gobierno de Allawi, que se encuentra al borde del abismo en términos de credibilidad, y exige el retiro de los marines y el control de la ciudad por la Marjayia, un consejo de religiosos chiítas (periódico libanés An-Nahar, 14 de agosto).

ƑDESEA ESTABLECER MOQTADA el equivalente a un "Vaticano chiíta" en Najaf? Sadr llegó a proponer la instalación de fuerzas chiítas a las órdenes del gran ayatola Sistani, el marjaa (la referencia teológica suprema del chiísmo iraquí), quien se ausentó en el momento menos apropiado para ser operado del corazón en Londres. El distanciamiento y, quizá, hasta la lucha por el alma del chiísmo iraquí entre el juvenil Moqtada, de 30 años de edad, y el gran ayatola Sistani, de 73, no llega hasta desear la destrucción por los marines de la mezquita de Alí. Por medio de uno de sus portavoces en la ciudad sagrada de Kerbalá, Sistani ha pedido el retiro de las tropas de Najaf y la pronta solución al conflicto, mientras Colin Powell, secretario de Estado estadunidense, prometió que los marines no entrarían a la mezquita de Alí para desalojar al ejército del Medhi y su comandante supremo, Moqtada (boston.com, 14 de agosto). Con o sin tregua, el gobierno títere de Allawi, corto de ideas y excedido en músculos, se quedó en el umbral de la mezquita de Alí, que 14 siglos más tarde vuelve a ser el teatro teológico en forma simbólica de una de las batallas por el devenir chiíta iraquí.

HOY, MAS QUE NUNCA, en Najaf vuelve a surgir la importancia del teórico prusiano de la guerra de inicios del siglo XIX, Carl von Clausewitz, quien sentenció que "la guerra es la continuación de la política, pero con otros medios". Basado en la experiencia de grandes figuras, como Federico el Grande y Napoleón, y en las enseñanzas filosóficas y literarias, adujo en su obra Sobre la guerra que ésta no es un fin en sí misma y que la estrategia debe ir dirigida a tres principales objetivos: las fuerzas del enemigo, sus recursos y su voluntad de combatir.

PUES LA VOLUNTAD de combatir del ejército del Medhi no solamente no ha amainado sino, por el contrario, se ha incrementado y ha comenzado a contagiar a la periferia islámica. Las ciudades sunitas de Fallujah y hasta de Trípoli (Líbano) se sumaron a las manifestaciones multitudinarias de apoyo a Moqtada, desde luego, pero más que nada contra el gobierno de Allawi y las fuerzas de ocupación. Se pudiera decir que las manifestaciones en Irán, bajo la supervisión de la teocracia de los ayatolas, han sido moderadamente contenidas. Los estrategas iraníes saben bien que la destrucción de la mezquita de Alí, mucho más que la inmolación del ejército del Medhi, representaría un suicidio de Estados Unidos, que arrastraría consigo al inepto gobierno de Allawi. No fue tampoco gratuito que en medio del paroxismo del asalto de los marines a Najaf, la teocracia de los ayatolas de Irán haya probado exitosamente una más moderna versión balística del misil Shahab III, susceptible de alcanzar a las tropas de Estados Unidos estacionadas en el Medio Oriente y de "romper los huesos de los israelíes si atacan los sitios nucleares de Irán" (naharnet, 12 de agosto).

EN FORMA OMINOSA, Michael Howard, reportero de The Guardian (13 de agosto), señala que "líderes chiítas en el sur de Irak pidieron la separación del gobierno central de Bagdad en protesta contra la represión a la insurgencia", entre quienes se encuentra Salam Uda al-Maliki, vicegobernador de Basora, la capital petrolera de Irak que controla 90 por ciento de su exportación. El contagio del ejército del Medhi ha alcanzado a la mayoría de las ciudades sureñas de la región chiíta, que se encuentran sublevadas, y habrá que estar muy atentos a ver si prospera el movimiento secesionista chiíta que, de cierta manera, iguala a la hasta ahora privilegiada autonomía de los kurdos en el norte, alrededor de Kirkuk, la segunda ciudad petrolera de Irak amenazado por fracturarse. Tampoco se puede perder de vista que en Najaf hayan entrado en colisión dos cosmogonías diferentes de la participación de los religiosos chiítas en los asuntos estatales: por un lado, la escuela del "quietismo", impulsada por Sistani, quien desea consagrarse plenamente a la exégesis coránica, y por otro, el linaje Sadr, que aboga por la instauración de una teocracia en Irak al estilo jomeinista del vilayat al-faqih (liderazgo de los juristas islámicos sobre la sociedad).

NICHOLAS BLANDORFF, EN un periódico cercano al chiísmo libanés moderado (The Daily Star, 14 de agosto), aduce que el mismo Moqtada "no es indispensable para el ejército Medhi: su linaje familiar le brinda estatura, pero su real poder radica en otra parte". La muerte o la captura de Moqtada será un severo golpe pero no será definitivo contra el ejército del Medhi. Blandorff aporta el testimonio de Nizar Hamzeh, un profesor de política en la Universidad Americana de Beirut: "La verdadera autoridad detrás del movimiento es Sayyed Kadhem al-Haeri, un prominente líder que vive en Qom, Irán. Haeri es un marjaa que aboga por la teocracia del vilayat al-faqih y fue nombrado por Mohammed Sadeq al-Sadr (el padre de Moqtada) como su sucesor. Haeri es el vínculo entre Irán y los sadristas, cuyo profundo nacionalismo iraquí es visto con desprecio por los clérigos chiítas que vivieron en el confort del exilio o fueron quietistas durante el régimen de Saddam". No se puede ocultar la lucha de clases ni el combate cosmogónico entre dos corrientes del chiísmo que ha azuzado el ejército anglosajón de ocupación y que ha puesto a la mezquita de Alí en peligro de destrucción.

ABBAS KADHIM, UN académico chiíta que conoce los recovecos de Najaf, pone en tela de juicio el operativo militar para intentar someter a Moqtada (citado por Juan Cole, 13 de agosto). Ante todo, considera "muy cándido esperar que Irán, que tiene la mayor frontera con Irak y se considera el campeón del chiísmo, se restrinja de actuar en Irak cuando todos los servicios de inteligencia han abierto sus propios locales". Refiere que, más que una intervención directa de apoyo de Irán, "el éxito de Moqtada Sadr en haber adquirido poder es más el resultado del fracaso de los otros en llenar el vacío de poder, que de su propio carisma". Esto le ha dado haberse encumbrado como el líder chiíta más viable al exigir el retiro de las fuerzas de ocupación, lo cual representa la única "prueba de legitimidad" en las circunstancias que vive Irak, mientras Sistani se encuentra reacio a participar en asuntos políticos.

SCOTT BALDAUFF CONSIDERA que Moqtada se colocó en una posición donde sale vencedor en cualquier epílogo: si consigue una tregua, pues será ensalzado como el héroe que se enfrentó a los marines, y "si es desalojado muerto, mientras combate por la defensa del sitio sagrado del chiísmo, se convertirá en un mártir que atraerá a miles de chiítas a su causa" ("Sadr juega al poder del martirio", The Christian Science Monitor, 12 de agosto).

EL MARTIROLOGIO FORMA parte del alma chiíta desde su fractura con la ortodoxia sunita por el califato sucesorio. De cierta manera, Moqtada intenta revivir el martirio dinástico familiar de Alí y de sus dos hijos Hassán y Hussein (cuyo sitio sagrado se ubica en Kerbalá). El abuelo, el padre (Muhammed Sadeq) y el suegro (Muhammed Bakr) de Moqtada fueron también objeto del martirio, que es consustancial a la cosmogonía chiíta. Pero Moqtada va más lejos y por medio del ejército del Medhi opera la transmutación de la lucha terrenal con los logros espirituales. Henry Corbin, uno de los máximos exégetas del chiísmo en Francia, nos enseña en su voluminoso libro El Islam iraní la relevancia cosmogónica del medhi, que traduce como "el guiado para guiar a Dios" durante la resurrección, lo cual es válido tanto para sunitas (el caso de Sudán) como para chiítas (ahora en Irak). Sin ir a fondo, baste señalar la síntesis de Corbin: "El profeta Mahoma anuncia el advenimiento del Medhi, del resucitador, en su misión profética mediadora de la letra revelada, como maestro de la hermenéutica espiritual. Es decir, quien develará el significado esotérico pleno de todas las revelaciones divinas". De allí, todo el discurso escatológico de Moqtada sobre el "juicio del día final", que en forma notable coincide con el discurso apocalíptico de los fundamentalistas cristianos encabezados por Pat Robertson y al que se adhieren el presidente George W. Bush, su procurador John Ashcroft, y 30 por ciento del Partido Republicano.

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