Jornada Semanal, domingo 8 de agosto de 2004        núm. 492

HUGO GUTIÉRREZ VEGA

GURROLA Y JOHN FORD

Juan José Gurrola, sentado en la última fila del teatro de Santa Catarina, reflexionaba en voz alta sobre John Ford y su Lástima que sea una puta. Algunos días lo acompañaba Juan García Ponce y nos daba sus puntos de vista. Vera Larrosa, José Ángel García, Salvador Garcini, Eduardo Alcaraz, Gabriela Araujo y este bazarista, entre otros compañeros actores y actrices, los escuchábamos con atención y entendíamos que la responsabilidad era seria y que sobre nuestras espaldas se construiría el edificio de una puesta en escena moderna y, a la vez, respetuosa del texto original. Vera y José Ángel llevaban gran parte de ese peso y lograron componer sus personajes con talento y con la larga paciencia requerida por ensayos que se acercaban a la puerta de la madrugada.

Los censores universitarios (afortunadamente muy pocos aunque poderosos) enseñaron los colmillos frente al título y los fueron afilando conforme los enteraban de los varios y muy hermosos desnudos de Vera, de algunos giros de lenguaje y de los últimos parlamentos de la obra, dichos por un cardenal goloso que hacíamos, alternativamente, Gurrola y este bazarista ahora nostálgico de la escena, "de la farándula y de la carátula" (Cervantes dixit en su entremés de El retablo de las maravillas). La obra se estrenó, tuvo mucho éxito y fue atacada por los puritanos que, para nuestra fortuna, no lograron clavar sus colmillos censores. La unam, en eso de vencer las pulsiones censuradoras ha sido ejemplar. Gracias a ella, la experimentación en todas las artes ha estado garantizada y la creación artística ha vivido un clima de libertades irrestrictas, de apoyo y de comprensión.

Una tarde me avisaron que asistiría a la función de esa noche la señora madre de un importantísimo jerarca universitario. Hablé con Gurrola y pusimos al tanto a los actores, advirtiéndoles que no se cambiaría ni una palabra ni un movimiento de la puesta en escena. La progenitora del jerarca era una anciana corta de vista y débil de oído. Por esa razón se nos pidió que la colocáramos en la primera fila del pequeño teatro. En el segundo acto, una Annabella desasosegada (la excelente Vera Larrosa le daba su cuerpo, su voz y su sensibilidad) recorría desnuda y casi arrastrándose todo el estrecho escenario. De tal manera que su hermoso cuerpo quedaba a una distancia notablemente corta de los ojos de los espectadores de la primera fila. Terminada la función me acerqué a la anciana señora para saludarla y agradecerle su asistencia. Estaba temeroso de su opinión y supongo que se dio cuenta de mi susto. Me tranquilizó con una palmada en la mano y me dijo que le había encantado la puesta en escena. Entusiasmada, agregó: "qué bonitas nalgas tiene esa señorita". No hace falta decir que la buena dama no era del altiplano o del bajío o de los altos jaliscienses o de Puebla sino de algún lugar del trópico. Fue a saludar a los actores, la acompañamos a su coche y, por fin, respiramos en calma y pensamos en la indiscutible hermosura de las nalgas de Annabella.

Lástima que sea una puta fue una de las grandes puestas en escena de ese insigne teatrero que es Juan José Gurrola. La escenografía de Alejandro Luna y el prodigioso vestuario de Fiona Alexander que iba pasando del negro al rojo a lo largo de la puesta en escena y terminaba en una orgía de tonos sangrientos, con el cuerpo colgante de José Ángel ocupando el centro de la escena (alguna vez cayó sobre mi sotana cardenalicia un chorro de sangre verdadera que salía de la muñeca herida del gran actor) y con el cardenal devorando una galletita y diciendo sin inflexión alguna: "Lástima que sea una puta."

Lástima que sea una puta (en algunos periódicos la anunciaban así: Lástima que sea una...) vino a culminar una parte del periplo teatral de Juan José. Se inició con El bosque de leche, de Dylan Thomas y La cantante calva, de Ionesco. Siguió con una serie de puestas en escena en La Casa del Lago y con tres memorables versiones de El, de e.e. cummings, de Los exaltados, de Musil y de Roberte ce soir, de Klossovski. Gurrola tiene una idea muy clara de la composición plástica de la escena, respeta, a su manera, el trabajo de los actores y logra compenetrarse del espíritu de las obras y vive en ellas durante los ensayos y las representaciones.

Pocos directores conozco que tengan esa cualidad de adentrarse en el espacio de las obras y de concentrar su atención, su cotidianidad y sus sueños en torno a las palabras, los movimientos y, sobre todo, el espacio escénico en el que deben moverse para recobrar su vida plena que, por supuesto, va mucho más allá de las palabras y, a veces, más allá de las imágenes. Por estas razones, Gurrola es un poeta teatral que se mueve en varios terrenos artísticos para enriquecer sus puestas en escena. ¿Recuerdas Juan José la noche de la madre del jerarca y el prodigioso caderamen de nuestra Annabella?