La Jornada Semanal,   domingo 8 de agosto  de 2004        núm. 492

 
 Con la vista
en las estrellas

Norma Ávila Jiménez

No podía creerlo; parecía un enjambre que destellaba luz. A través del telescopio de dos metros de diámetro del Observatorio Astronómico Nacional de la UNAM, sobre el oscuro manto celeste, observaba un plateado cúmulo globular, o sea, un conglomerado de miles de estrellas. En lo que preparaban un instrumento óptico para colocarlo en el telescopio, el astrónomo universitario Marco Antonio Moreno me daba un tour cósmico en el que incluyó una nebulosa planetaria, que es una de la fases por las que pasará nuestro Sol al finalizar su vida, dentro de aproximadamente 5 mil millones de años (¡qué alivio!). Son imágenes que quedan grabadas para siempre, porque la estética del cosmos es perfecta, además de que despierta incógnitas que se han ido contestando –aunque al mismo tiempo generan otras–, gracias al apoyo de la prolongación de la vista: los telescopios.

Quién hubiera pensado que la travesura de dos niños ocurrida en Holanda, en 1608, sería el inicio de estos artefactos, según la versión apuntada por H. C. King en su libro Historia del telescopio. Señala que los pequeños estaban en la tienda de lentes de Hans Lippershey y jugando, colocaron dos en cierta posición; se dieron cuenta de que al ver a través de ellos, la iglesia de enfrente se veía más grande. Cuando se fueron, Lippershey los montó en un tubo: se había construido el primer catalejo, que desafortunadamente sólo se utilizó para detectar a los barcos enemigos.

En Italia, Galileo Galilei se enteró de este instrumento, lo perfeccionó, afortunadamente lo dirigió al cielo, y para 1610 ya había descubierto los cuatro satélites más grandes de Júpiter (Io, Calisto, Ganímedes y Europa), manchas solares y cráteres en la Luna, entre otros objetos celestes. El doctor Salvador Cuevas, investigador del Instituto de Astronomía de la UNAM (IAUNAM), informa que el telescopio de Galileo medía aproximadamente 25 milímetros de diámetro y era refractor, o sea, de lentes.

Para 1668, Isaac Newton utilizaba uno cuyo diámetro había aumentado a 10 centímetros aproximadamente, además de que ya era reflector, o de espejos. La evolución de esos aparatos había comenzado, y sus tamaños iban en aumento: en 1789, William Herschel construyó el telescopio más largo en la historia; medía doce metros y uno de diámetro; a mediados del siglo pasado, entre otros, en el Cáucaso, se alzaba uno de seis metros de diámetro, y en Hawai, en Mauna Kea, en la década de los ochenta de esa centuria, se instalaban los más grandes hasta el momento, dos de diez metros de diámetro en el espejo.

En México, destaca el Observatorio Astronómico Nacional (OAN), enclavado en la sierra de San Pedro Mártir, en Baja California y cobijado por el manto celeste más oscuro del Hemisferio Norte. Una de las particularidades de los observatorios es que están ubicados sobre montañas muy altas, desde las cuales es posible ver cascadas de nubes –que no estorban la vista del cielo, pues corren más abajo–, admirar paisajes poco comunes –por ejemplo, desde el barandal del edificio del telescopio de dos metros del OAN, es posible distinguir, de un lado, el Golfo de California, y del otro, el Oceáno Pacífico–, y en las noches, se ven estrellas hasta el suelo. Sí, porque no hay edificios, luces citadinas o demasiada turbulencia atmosférica que estorbe la observación.

La construcción de este observatorio de la UNAM, no fue fácil. A fines de la década de los cincuenta del pasado siglo, los astrónomos Guillermo Haro y Eugenio Mendoza iniciaron el proyecto que concluiría Arcadio Poveda el 17 de septiembre de 1979. El doctor Poveda recuerda algunas de las hazañas al abrir la brecha: "La inaccesibilidad del camino hizo que llegáramos a trasladarnos en caballos, entre estrechas y resbalosas veredas. Cualquier error de nosotros o algún susto de los caballos, y nos hubiéramos despeñado." Asimismo, alguna vez tuvieron que beber agua del río en donde el ganado soltaba sus excrementos. Pero el esfuerzo valió la pena: en este espacio que alberga tres telescopios, el ya citado, uno de metro y medio y otro de 84 centímetros de diámetro, astrónomos mexicanos y extranjeros han realizado investigaciones que contribuyen al conocimiento de la evolución de las galaxias, de las estrellas y de la materia interestelar.

En un futuro no lejano, y en colaboración con consorcios internacionales, el Instituto de Astronomía de la UNAM planea que el OAN albergue otro telescopio de mayor tamaño y con tecnología de punta, porque México no puede quedar rezagado en la incursión hacia los confines cósmicos. Por ello, científicos de ese instituto y del Centro de Ingeniería y Desarrollo Industrial, se preparan participando en la construcción de dos instrumentos clave que se utilizarán en el Gran Telescopio de Canarias: la Cámara de Verificación y osiris.

Este telescopio, que se construye en la Isla de la Palma, España, para comenzar a operar el próximo año, tendrá un espejo de 10.4 metros de diámetro, segmentado en hexágonos. De lo que se encargará la Cámara de Verificación es de corroborar que todos los hexágonos estén alineados –su gran peso puede provocar depresiones– y de esta manera, lograr que las observaciones sean las óptimas. La tarea de OSIRIS consistirá en descomponer la luz emitida por el objeto en estudio –tal como un prisma descompone la luz blanca en los colores del arco iris–, con el fin de conocer cuáles elementos lo componen. El doctor Salvador Cuevas afirma que los europeos y los estadunidenses están muy atentos al trabajo de los mexicanos, porque podrían invitarlos a participar en el desarrollo de los Extreme Large Telescopes, que alcanzarán tamaños que sin lugar a dudas remiten a la ciencia ficción. El OWL, proyecto del Observatorio Europeo del Sur, tendrá un espejo de cien metros de diámetro, y el TMT, de treinta metros, a cargo de Estados Unidos, podría ser instalado en Baja California.

Los ojos terrestres aumentan su tamaño para alcanzar lo inalcanzable.