Jornada Semanal, domingo 1 de agosto  de 2004           núm. 491

NMORALES MUÑOZ.

DE BESTIAS,CRIATURAS Y PERRAS

I. La lectura dramatizada de la obra de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio que realizara Alberto Villarreal hace un año en Querétaro resultó una revelación para quienes la presenciamos. De entrada, parecíamos asistir al primer fruto de un binomio teatral sobresaliente: parecía que el universo lumpen, lacónico y desesperanzado planteado por LEGOM había encontrado en Villarreal al cómplice ideal. Aquella función fue un evento teatral notable; Villarreal supo ubicar ese sustrato poético que Luis Mario Moncada define como "postfascista" en ciertos textos del jalisciense, y presentó una lectura fría, brutal en tanto mecánica y desoladora, una revisión dolorosa de la miseria de la sociedad contemporánea. Con apenas una banco por escenografía y un juego lumínico precario, Beatriz Luna y Jorge Ávalos incorporaron al par de personajes cuya desgracia les impide incluso aspirar a un nombre propio, encarnando el intercambio vejatorio y deshumanizante que establecen el hombre y la mujer del texto. Al final, sin oropeles ni estridencias, como su escenificación, Villarreal reforzó la sensatez de su postura: "No hay que olvidar –dijo–que ésta es a final de cuentas una historia de amor." Con la tranquilidad que implica hallar sentido común en un joven hombre de teatro, dejamos la sala, y luego la ciudad, esperando el día de su estreno como puesta en escena.

II. En estos tiempos de indefinición y desorientación, hay pocas verdades indiscutibles en el teatro mexicano. Una de ellas es que LEGOM es uno de los seres más odiados del gremio. Otra podría ser que este odio reúne todas las características para ser justificado. Su obra dramática ha sido, mayormente, una extensión sublimada de esa misantropía con la que descalifica al noventa y ocho por ciento de sus colegas, emite juicios tan radicales como discutibles y se burla despiadadamente de sí mismo, de su enfermedad y de su amargura. Merecedor de casi todos los premios nacionales de dramaturgia existentes, LEGOM ha sabido, en sus mejores textos (Los restos de la nectarina, Diatriba rústica para faraones muertos, De bestias, criaturas y perras), huir de la complacencia sometiéndose a un doloroso ejercicio de autoexploración, zambulléndose sin más en la mierda despreocupándose por concesiones. Y hay en De bestias… mucho de ello, pero a la vez se trata de su texto más logrado en lo estilístico. Porque estructural y formalmente el relato es tradicional, plenamente ortodoxo; pero habría que detenerse más en lo concerniente a la construcción de significados, a la manera en que, a partir de recursos como la creación del lenguaje (lacónico, neurótico, procaz), la estructuración semántica (pleno de circunloquios, reiteraciones, desvaríos y fugas) y la casi nula presencia de acciones en escena, la ficción se trenza siempre al servicio del personaje, su eje rector, que se construye de a poco sobre la escena, a partir de referencias escasas de información. Esta suerte de "construcción al vacío", en palabras de Luz Emilia Aguilar, resulta a tal grado interesante que se impone a las debilidades del texto –lo poco contrastado de varias de las situaciones, el pobre desarrollo del personaje femenino. Y, para quien antepone miopemente el carácter misógino del texto para descalificarlo, habría que subrayar que el sector masculino no tiene motivos para el orgullo en el patético ogro de arrabal que, desde luego, no es sino el propio LEGOM trasplantado a la ficción.

III. Caricaturizar lo que en sí mismo es una caricatura es una limitante de interpretación muy importante. Mucho de ello, y poco de aquella función queretana de hace un año, pudo verse la noche del estreno en el Foro La Gruta. Jorge Ávalos, exteriorizado y formal, sobreactuado e inverosímil, armando incluso un inexplicable conjunto de tics innecesarios; Beatriz Luna menospreciando a su personaje, devaluándolo de antemano, haciendo aún más inverosímil la vuelta de tuerca final. Desde luego que comparar es injusto, y que gran parte de la maravilla del teatro radica en su condición efímera e irrepetible, pero desconcierta que, con mucho más tiempo de preparación, la puesta en escena haya perdido la solidez y resultara tan endeble. Quizás el trabajo de Villarreal, un teatrero estudioso y brillante a veces avasallado por el concepto y la teoría, pueda recuperar la frescura dejándose llevar más por la intuición, dejando que la entraña se imponga a la neurona. Si un evento teatral de excepción ocurrió una vez, puede ocurrir de nuevo. Al menos una vez más.